Ecuatoriana, inmigrante, mujer y menopáusica. Como quien evita la amabilidad protocolar y va al hueso de las palabras, así se presenta María Fernanda Ampuero, una bestia de la escritura en modo cuento o en el formato más descarnado de la autoficción, la memoria y la autobiografía. Leerla es como asistir a un escenario demasiado vivo y por eso mismo ambiguo y contradictorio. Sus entrañas están a la vista y no teme hablar de la precariedad y la depresión, dos temas que se suelen esconder bajo la alfombra en un mundo capitalista que vende espejitos de colores y prefiere mostrar el aparente éxito y la felicidad para escamotear las complejas adversidades de la salud mental. Escribir es escupir la rabia con estilo y distancia cuando todo se desmorona. Sus relatos y sus textos son filosos ajustes de cuentas amasados por la ira hacia quienes la acosaron por “gorda” en su infancia y adolescencia.

Los textos de Visceral (Páginas de Espuma) están hilvanados por la furia que le genera la violencia contra las mujeres, el cuerpo ultrajado y no hegemónico, el deseo de la maternidad y la infertilidad, el “delito de lesa humanidad” que implica que las niñas embarazadas tengan que parir una criatura porque abortar es un delito en Ecuador y por eso cada año más de mil niñas menores de catorce años son madres, en el ochenta por ciento de los casos por abusos sexuales. Ampuero estuvo en Buenos Aires -ciudad en la que vivió en 2003 hasta que se instaló en Madrid en 2005- para presentar también la antología Dantescas (Fera), que ella misma seleccionó, un libro que reúne doce cuentos de terror escritos por mujeres de distintas épocas y lugares del mundo occidental: Emilia Pardo Bazán, Amparo Dávila, Charlotte Perkins Gilman, Juana Manuela Gorriti, Elaine Vilar Madruga, Mónica Ojeda, Layla Martínez, Silvina Ocampo, Clarice Lispector, Liliana Colanzi, Mariana Enriquez y Verena Cavalcante.

Las voces de las sobrevivientes

Ampuero (Guayaquil, 1976), la autora de dos formidables libros de cuentos, Pelea de gallos y Sacrificios humanos, revela que pudo escribir Visceral porque ha pasado “mucho tiempo” de varias de las historias que se cuentan en el libro. “Yo estoy con la menopausia y creo que tiene muchas cosas complicadas y muy jodidas, pero tiene una muy buena y es que no te importa ya lo que digan, el debe ser, y eso te da una fuerza y una energía que cuando eres adolescente la usas para rabiar y tirar puertas y cuando tienes esta edad lo que haces es decir: ‘esto me sobra’, ‘esto es tóxico’, ‘esto no es para mí’, y no le tienes tanto miedo a la soledad y no le tienes tanto miedo a ofender o herir a alguien porque si ese alguien te está hiriendo tienes que decirlo”, plantea la autora de los libros de crónicas, Lo que aprendí en la peluquería y Permiso de residencia.

“Yo llevo haciendo terapia muchos años -reconoce-. Cuando la gente me pregunta si escribir es terapéutico, si este libro (Visceral) es terapéutico, les digo que no; terapéutico es ir a terapia, no escribir un libro. La terapia me ha permitido procesar quizá un poco más rápido lo que he vivido sin culparme tanto sobre lo que me ha pasado, sin seguirme castigando sobre cosas que ya no dependen de mí”. La escritora ecuatoriana observa que hay muchas mujeres que están atravesadas por los mismos dolores. “Cada una a nuestra manera somos supervivientes y tenemos derecho a contar nuestra historia de supervivencia”.

-¿Por qué se habla tan poco de la depresión? ¿Aún hay cierto temor a “tener un loco” en la familia?

-Me sorprende que me lo preguntes tú en Buenos Aires. ¿Pero entonces por qué todo el mundo tiene su psicólogo? ¿Va porque es como una actividad como pilates? Yo no lo entiendo (risas). Yo comparo la depresión con cualquier otra enfermedad, con algo crónico. Tienes que hacerte diálisis de vez en cuando, por ejemplo. Tienes un soplo en el corazón y tienes que tomar una pastilla o tienes soriasis. Yo puedo tener esta vida, esta carrera, hablar contigo, hacer las cosas normales entre comillas, porque tengo una medicación. Y no me da ningún tipo de vergüenza decirlo. ¿Por qué la salud mental tiene que ser una cosa vergonzante? Como buena ecuatoriana, obviamente ir al psicólogo y al psiquiatra era una cosa que no hacía. Yo no conocía a nadie que fuera a terapia en Ecuador. Cuando viví en Buenos Aires, estaba somatizando muchos nervios; era la primera vez que vivía sola, sin el cobijo de mis padres. Todos los médicos que consultaba me decían que no veían nada en lo físico y me recomendaban ir a un psicólogo. Aquí comprendí que hay que hablar de estas cosas que te asustan, que son fantasmas y demonios que tienes en tu cabeza. En ese sentido, Argentina me ayudó un montón a normalizarme. Luego en España, mis primeras amistades eran psiquiatras. Como cuento en el libro, me divorcié paralelamente a la muerte de mi padre en Ecuador y a enterarme de mi infertilidad en 2017; todo fue como una bomba atómica que cayó sobre mi vida. Tenía problemas al respirar, parálisis del sueño, pesadillas terribles. Una vez me pasó que soñaba que me estaban asfixiando, pero era yo que me estaba tapando la cara, o sea me estaba tapando la nariz y la boca yo misma y no me podía mover. Tuve la suerte de que a mi alrededor había psiquiatras y entonces una de mis amigas psiquiatras me dijo: “creo que necesitas medicación”. Y me recomendó una psiquiatra que tuvo que bancarme más llanto del que se ha visto nunca en ningún sitio. A veces le decía, ¿me puedo quedar aquí todo el día? Te juro que no voy a hablar, me voy a meter en esa esquina y me voy a quedar sentada. Estar con mi psiquiatra era el único lugar seguro. A mi se me había muerto mi papá, mi matrimonio y mi hijo o hija nunca tenido; eran muchos duelos sucesivos y me salvó mi psiquiatra y la medicación que me empezó a dar. Que no es milagrosa, que la gente no se piense que te tomas dos pastillas y al instante estás bailando porque no es así. Pero por lo menos me ayudó a mantener un cierto deseo de vivir.

La víctima perfecta

-En los textos de “Visceral” aparece la violencia hacia las mujeres. Impresiona cómo contás tu experiencia en Tinder y cómo ese encuentro terminó en una violación, aunque el varón nunca tuvo registro de lo que hizo. ¿Por qué cuesta hablar de las violencias que vivimos las mujeres?

-A mí me convierten en una víctima perfecta desde muy chica porque primero era una niña gorda, fui una adolescente gorda, soy una mujer gorda, y se nos enseña que somos parte de la marginalidad. Que si algo nos sale bien es a pesar de nuestra gordura. Tenemos que esforzarnos mucho para caer bien porque la gente tiene que odiar nuestro físico. Eso significa ser graciosa, complaciente, no molestar, no decir “esto no me gusta”. La gorda no tiene derecho a elegir. La gorda tiene que agradecer ser elegida. A pesar de que soy feminista, la niña insegura siempre está dentro de mi y en relación a los hombres es cuando más aparece porque yo no puedo gustar a nadie. Entonces si esta persona quiere tener sexo conmigo hay un componente de asco en él en relación a mí y a mi cuerpo. Probablemente piensas que te mereces que no te traten como una persona. Y luego está el tema de ¿quién va a violar a esta gorda? Es el tema de que te enfrentas a la policía, que es machista, y que te va a preguntar: ¿Usted está en una página de citas? Sí. ¿Usted quedó voluntariamente con esa persona? Sí. ¿Usted se tomó un trago con esa persona? Sí. ¿Usted se subió al coche de esa persona voluntariamente? Sí. Yo no quería pasar por ese proceso porque probablemente en el fondo yo pensaba lo mismo. Soy una gorda zorra e imbécil. Lo más difícil de desaprender es sentir que no te mereces el mismo trato que los demás porque no eres bella, porque la única posible belleza es hegemónica. Las cosas que yo me he dicho frente al espejo te harían llorar durante meses. Probablemente hice este libro para hacer comunidad, para que las niñas sientan que cuando lo ven escrito y me ven a mí digan no puede ser, no se merece eso. O me pasó lo mismo y no me di cuenta. No es un libro de autoayuda ni de advertencia, pero está mi historia tan descarnada que es difícil mirar hacia otro lado.

-En ese texto, “Grita”, hay una palabra que no se menciona, pero está en juego: el consentimiento. Al final de lo que las lectoras y lectores leen como una violación, ella le dice “gracias” al hombre que la violó. ¿Cómo pensás el tema del consentimiento?

-El consentimiento tiene truco porque ahora te dicen que digas “no”. Pero si tienes a una persona asfixiándote no puedes decir “no”. Si estás borracha hasta niveles de nulidad, no puedes decir “no”. Ese tipo me estaba asfixiando; se nota en la cara de alguien que pide que no la maten. La gente me pregunta por qué no dijiste “no” y les digo porque estaba asfixiándome. Cuando terminó este asunto, tenía todos los ojos rojos; rojos de que me estallaron las venas. ¿Qué más quieres? Pero hay que formular la palabra “no”. ¿Y si eres muda? ¿Si no la puedes decir? ¿Si estás drogada o te drogaron? Claro que no hubo consentimiento. Nunca hay consentimiento en que te asfixien hasta casi la muerte y que veas pasar por tu cabeza que tu madre se va a enterar de que te moriste así. Las mujeres desaparecidas probablemente dijeron “no”, y por eso las mataron. Si reaccionaba o lo mordía, me mataba. Muchas mujeres preferimos pasar ese rato de tortura y sobrevivir. Entonces estoy viva, yo puedo contar y tengo que contarlo. Esta es la realidad que vivimos muchas mujeres, sin importar si estamos casadas o tenemos pareja, porque a veces es nuestra pareja la que hace esto. No es que María Fernanda Ampuero es una promiscua y vive la vida loca y entonces como es medio puta se merece que la violen. A las mujeres casadas las violan sus maridos.

El miedo a la precariedad

Ampuero está trabajando un nuevo libro de cuentos. “Yo no soy muy rápida con la escritura; los libros han salido cada dos o tres años”, aclara y destaca que está muy contenta por la publicación de Dantescas, que es su debut como editora, que se prolongó con la salida de Jarroa, novela de la escritora española Andrea Fernández, publicada en Caballo de Troya. “Hay que pensar qué va a pasar cuando lo que hago no llame la atención. La gente busca novedad y me parece bien, yo no tengo la seguridad de la cis hetero occidental blanca, yo quisiera que me la presten por quince minutos, pero no la tengo. Soy una ecuatoriana inmigrante, mujer, menopáusica, que puede que pase mis ‘quince minutos de gloria’ dentro de dos años y entonces hay que hacer un plan B y yo tengo mi plan B porque soy periodista, pero quiero un plan C porque le tengo mucho miedo a la precariedad en la vejez. Hoy le tengo miedo a la precariedad, imagínate cuando sea vieja”, sugiere y agrega que está empezando a explorar cómo es el trabajo en el mundo de la edición de libros. “Ser editora me da una responsabilidad de tutora que me gusta y que es consensuada con las autoras y los autores. Hay un poquito de mí en esos libros que seguro tendrán un recorrido maravilloso”, augura en su rol de editora.

-¿Por qué nunca publicaste una novela, que es lo que suele demandar el mercado del libro?

 

-Nada de lo que hago y soy es lo que pide el mercado. Si pensara en el mercado, sería delgadita, me hubiera echado botox y ácido hialunórico, hace rato me hubiera hecho el alisado permanente, me hubiera buscado un novio rico y no sería una inmigrante ecuatoriana proletaria, precaria, gorda y freak. Nada de lo que soy corresponde con el mercado, mucho menos va a corresponder mi escritura. Cuando me doy cuenta de que estoy extendiendo el cuento para que ocupe más páginas, siento que es como prolongar una relación en la que te va como el culo para no estar sola. Yo tengo una forma de escribir en la que hago pasar muy mal a los personajes, entonces tendría que escribir de otra manera para que sea soportable una novela mía. Si tú has leído “Subasta” o “Biografía”, imagínate sostener eso durante ciento y pico de páginas. Sería amarillismo; la gente tiene que poder respirar. Una sabe hasta donde le tapa la manta y si no lo sabe tiene que saber. El día que veas una novela mía alégrate porque sabrás que, aunque no te guste, tendré un departamento propio. Entonces dirás la novela es horrible y yo que la quería tanto que tengo su Pelea de gallos, que me parece un librazo. Pero Marfe ya no tiene que pagar mil euros de alquiler y no va a ser una viejita homeless .