Desde Barcelona

UNO Ahí está la palabra viudo: claraoscura y definitoria y definitiva y siempre lista para cuando se la necesite y con abundantes manuales de instrucciones; como esas novelas de Stephen Dixon y Paul Auster y (con viudo un tanto falso) Charlotte Brontë y (con viudo un tanto particular acompañado de puñado de novias igual de particulares) Bram Stoker. ¿Pero cómo catalogar al sobreviviente y médium XLL involuntario cuando es el novio y no el esposo? Hasta donde Rodríguez sabe o recuerda (y del mismo modo en que no existe un equivalente a huérfano aplicable no a hijos sino a padres quienes de pronto se descubran despadrados ante el horror de un ausencia por lógica y cronológicamente fuera de tiempo) no hay un término apropiado al que novios que se creían y querían futuros esposos puedan aferrarse cada luctuoso y temido día de San Valentín y con el que llenar línea puntuada que pide no profesión sino aquello que se profesa. ¿Noviudo? ¿Valdrá la pena patentarla?, piensa. Y Rodríguez siempre fue, antes que y nadie nada, comprometido noviudo. Ya se sabe, ya fue contado: Mirta, prima argentina y lejana y de pronto ahí al lado, caliente y vibrante, a la que conoció en viaje adolescente a Buenos Aires, y quien luego murió ahogada en Brasil. Y, desde entonces, profundamente enamorado en su vida (de él) y en su muerte (de ella). Algo así como su Cathy en la más borrascosa de las cumbres. Alguien a quien le pide su rostro prestado cada vez que lee libros con noviudos (de Scott Spencer o de Peter Straub o de Henry James); o vuelve a cruzarse con esas películas poeticas/poéticas del recién fallecido Roger Corman; o escucha de nuevo la canción favorita de la muy sui generis Mirta ("Rasguña las piedras"); o, ahora, con la nueva novela de Lorrie Moore, que bien podría subtitularse Cómo ser un noviudo.

DOS Si este no es mi hogar, no tengo hogar es un libro muy extraño de una perfecta escritora a la que conocía --o Rodríguez creía conocer-- perfectamente: Lorrie Moore. Ya se sabe, ya sabemos: Moore, autora de relatos magistrales (Pájaros de América basta para elevarla a los más alto). Y de novelas: la en-relatos Anagramas, la breve y sensible ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, y la fallida (porque no es sino cuento de Lorrie Moore XL) Al pie de la escalera. Así, en su mediana-larga distancia, nada que se acercase a la maestría de Autoayuda o de "Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica".

Y alegría y sorpresa para Rodríguez: he aquí una muy admirable y audaz novela. Y --si como comentó alguien-- las novelas de Moore pueden entenderse como Lados-B de sus cuentos/hits, entonces Si este no es mi hogar... viene a ser un Lado-B a la altura de "Things We Said Today" o de "I'm a Loser" o de "Day Tripper" o de "Rain" o de "Don't Let Me Down" de los Beatles: canciones de naturaleza no muerta pero sí vitalmente evocativa y que, además, podrían configurar soundtrack de este libro. Y atención, lo más inesperado de todo: también, Si este no es mi hogar... es una original y ambigua novela de fantasmas. Y, a su vez, es el fantasma de una novela: dos historias separadas/unidas por más de un siglo y medio con estructura y lenguaje que recuerdan algo a George Saunders con arrebatos líricos-alucinados de Michael Ondaatje y Denis Johnson y Cormac McCarthy. Y, sí, a David Lynch, creador de la Gran Novia Muerta Americana y de todos y envuelta en plástico o en pesadas cortinas rojas: Laura Palmer, nacida y asesinada en Twin Peaks.

TRES Allí y entonces, diario epistolar de Libby: poco convencional dueña de pensión a finales de la Guerra Civil norteamericana donde se hospeda personaje histórico e histriónico de gatillo caliente. Y aquí y casi ahora, en 2016 y a punto de Trump, el locuaz y caído en (des)gracia profesor de Historia en colegio secundario, Finn: viajando a Manhattan para acompañar a agonizante hermano, Max, y reflexionando sobre surtidas teorías de la conspiración. Mientras, Finn no deja de invocar al complejo cuerpo/espíritu de Lily: su "magnífica lunática" y payasa y suicida demasiado creativa y ex novia cadáver-espectro. Y, de pronto, otra muerte anunciada y allá va Finn. Y el Más Allá y el Más Aquí y la conexión entre ambos tiempos y personas en contrapunto funeral --opuesto pero complementario-- marcando el ritmo que bailan los vivos y los muertos. Y en semejante extrañeza cabe preguntarse dónde está Lorrie. Pero Moore está, y se materializa por encima de la fantasmagoría. Y, claro, sus buenísimos chistes malos de tragicómica stand-up comedian ("Un chiste había que revisarlo, pulirlo, frotarlo hasta que el genio salía de la lámpara, se largaba corriendo y dejaba de ser divertido", teoriza Finn; "Los chistes son dispositivos de flotación en el gran mar de una vida de pesares. Son las señales de salida en un cuarto muy oscuro", añade Lily). Y sus guiños literarios y símiles deslumbrantes. Y su recurrencia de aves y plumajes. Y su irónica mirada de rayos x atravesándolo todo, sudario y piel, hasta revelar los huesos de la cuestión, pero del modo más ambiguo e inquietante: ¿Está loca o es inmortal Libby? ¿Está muerto Finn o está loco? ¿Es el moribundo Max quien más sabe acerca del sentido de la vida? ¿Y no quién sino qué es Lily? ¿Habitan todos una misma región espectral sin tiempo ni espacio? ¿Se trata todo de una versión necro-bardo-órfica de road novel que, de pronto, comienza a "descomponerse" ante los ojos del lector como si se tratase del más vivaz de los restos mortales? Todo análisis se resiste y está bien que así sea en esta novela claroscura en la más encandiladora de las penumbras.

CUATRO "La muerte es la nueva vida. Y esperaba que resultara más barata... La muerte está de moda, antes lo estaba la vida... La muerte es una puta genia... Una alumna prodigio... La Muerte hacía quedar mal a La Vida", postula Finn. Y pocas veces en La Vida se ha leído y escrito con mayor alegría y adoración y, sí, amor físico y carnal, acerca de la muerte, de La Muerte. Y, sí, de la incondicional condición de noviudo: "Aun así, a veces tenía la sensación de que Lily y él se habían reencarnado orgánicamente juntos a lo largo de la gran línea del tiempo. Como ella había partido antes que él, el problema consistía simplemente en que le tocaría esperar demasiado para unirse con ella en la otra vida, lo que le provocaba tempestades y desvelos íntimos sobre posibles márgenes de error. Quizá ambos habían vivido en espacios equidistantes entre el anhelo infantil y un sentimentalismo cansado, entre la estática moral y la amarga apatía. Cada cierto tiempo se sentía caer en picado. Su vieja vida parecía un remolino de humo en un tarro. Vio que abandonar toda preocupación por las cosas era la llave tanto para vivir como para morir. También lo era preocuparse por algo".

Aun así, lo último que se lee en Si este no es mi hogar, no tengo un hogar es un "Nada en este mundo realmente terminaba". Y, en esta temeraria y atemorizante novela en clave --en cataléptica clave de RIP que no permite descansar en paz-- tampoco.

 

Y Rodríguez sigue y se pregunta cómo seguir --y qué leer-- después de esta novela de Lorrie Moore de ultratumba, yendo él de la ultracama al ultraliving, rasguñando las piedras de su omnipresente y futurístico pasado de feliz noviudo en pena.