Un clásico. Cada disco de Silvio Rodríguez suena a clásico. Por su particular forma de tocar la guitarra –familiar y virtuoso-, por su característica voz nasal y para nada estandarizada, por la potencia de su poética –esa mezcla de amor, reflexión política y carácter universal- y por su capacidad para tejer melodías amables y adhesivas que vencen al tiempo. En su nuevo disco, Quería saber (2024), el cantautor cubano entrega once nuevas canciones que le hacen honor a su estilo y que parecen haber estado siempre ahí. De hecho, algunas no son tan nuevas, porque Rodríguez las ha tocado en los conciertos gratuitos que brindó en Cuba en su famosa Gira por los Barrios. Un formato que trajo a Argentina en dos oportunidades: Villa Lugano (2015) y Avellaneda (2018).
Grabado en los Estudios Ojalá, La Habana, Cuba, entre 2019 y 2024, el disco nuevo incluye canciones escritas en este siglo, a excepción de “Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena”. Por eso, el músico barajó dos nombres posibles para el álbum: Canciones del siglo XXI y Después. “Por último, me he decidido por Quería saber. Aunque quizá debería llamarse Quiero saber, porque eso es lo que me mueve”, señala en su web el cubano, siempre con la inquietud a flor de piel y abierto a las grandes preguntas del mundo, como se evidencia en clásicos como “El escaramujo”. En esa misma línea, en la canción que da nombre al disco, canta: “Quería saber si tras la línea que está lejos/ Donde se despierta el sol sería grumete, marinero/ Timonel o pescador/ Quería saber aunque no siempre comprendiera todo lo que yo quería saber”.
La primera canción del disco, “América”, juega con ésa ambigüedad que ya forma parte de su sello personal: ésa frontera difusa entre los vínculos amorosos y los tiempos políticos. “La luz me guarde del abrazo de América, de su mirada, de su hechizo de amor/ De madrugada se oye el llanto de América, y se parece al dolor”, canta en "América", una canción dedicada a una “muchacha muy bella” que vivía por su barrio y que “encantaba” a todo el mundo. “A mí siempre se me juntó todo en la misma canción: empezaba cantando a una mujer y acababa refiriéndome a una guerrilla”, le dijo a este diario en 2016.
A diferencia de la austeridad sonora de su disco anterior, Para la espera (2020), que había sido grabado con guitarra y voz, el cubano eligió en este disco registrar las canciones en formato banda, con abundante instrumentación y una mayor variedad de climas sonoros. En el grupo, se destacan los aportes en piano de Jorge Aragón y Frank Fernández; la batería de Oliver Valdés; las congas de Emilio Vega; el contrabajo de Jorge Reyes; las flautas, clarinetes y coros de Niurka González, y la sección de cuerdas: Alina Neira (violoncello), Javier Cantillo, Anabel Estévez, Aylin Pino y Jenny Peña (violines); Gretchen Labrada y Osvaldo E. Castro (violas), y Roberto Carlos Ramírez y Carolina Rodríguez (cellos).
De hecho, el músico volvió a grabar dos canciones que ya había incluido en el trabajo anterior: “Viene la cosa” y “Danzón para la espera”. Pero esta vez lo hizo con nuevos arreglos, con una impronta más colectiva y celebratoria, sobre todo la segunda canción, que invita a bailar en algún rincón de La Habana. Otra de las canciones bastantes conocidas de su repertorio, pero que nunca había grabado en estudio es “De pronto la tatagua”, una composición que remite a la leyenda de una mariposa que cada vez que aparece significa un presagio de la muerte de un familiar o un acontecimiento desafortunado.
Una de las canciones más sociales y políticas del disco, tal vez, es “Para no botar el sofá”, en la que el músico denuncia la emigración en masa, la homofobia, la intolerancia y la censura en su país. "Los vi cebando las hogueras de la homofobia,/ en nombre de falsas banderas y tristes glorias", canta el trovador. “Me refiero a cosas que nos traban, que nos entorpecen, que en vez de liberarnos nos atan, nos complican. Algunas fueron culturas heredadas, como el machismo y la homofobia. Otras han sido sacralizaciones absurdas de un sistema de pensamiento que comenzó un alemán cuya divisa, según él mismo, era dudar de todo”, le dijo a la agencia EFE hace unos días.
Luego, el disco ofrece canciones cargadas de melancolía, reflexión existencialista e imágenes cotidianas –fiel a su estilo, sí- como “Ciudad” (“yo vi tanto llover y vi tanto escampar/ pero nunca sabré lo que falta mirar/ Mi mañana tendrá, cierto viejo sabor/ mi mañana será de placer y dolor”), el son “Nuestro después” (“Cuando se van los hijos, los nietos y el futuro/ Nos quedan acertijos, nos mira el lado oscuro”) y la templada “Ángel ciego” (“Y pasan verdes y maduras de persistente soledad,/ y el ángel ciego sigue en su altura cuando ya es polvo la ciudad”.
En su sitio oficial Zurrón de Aprendiz, el trovador de 77 años cuenta que la única canción que no es de este siglo es la que cierra el disco: “Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena”. “Compuse esta música a principios de los ‘70, cuando Roberto Fernández Retamar me pidió que hiciera un disco con poemas de Martí y le dije que no me atrevía, por la calidad de los que habían salido con la autoría de Pablo Milanés, Sara González y Amaury Pérez”, explica. “Entonces, Roberto me sugirió que lo hiciera con poemas de Rubén, poeta y revolucionario de los años ‘30, que ambos admirábamos. Logré ‘musicar’ algunos de sus versos, pero lo único que decidí mostrar fue mi acercamiento a estas dos intensas cuartetas alejandrinas, tan vigentes”.
“Por entonces grabé una versión con Emiliano Salvador, Eduardo Ramos y Leoginaldo Pimentel, integrantes, como yo, de aquel remoto Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GES)”, precisa Rodríguez. “Creo que esta nueva versión también vale la pena, por los excelentes músicos que me acompañan. Las demás canciones, las actuales, las canté en muchos conciertos de barrio. Y creo que son como este joven y maltrecho siglo, al que espero que un buen día le crezcan las alas”.