A Alicia, Cristián y Germán

La juventud se fue,/ tu casa ya no está,/ Y en el ayer tirados/ se han quedado acobardados… Homero Expósito

Rosario acumula una serie de nombres que se han sido y son muy importantes para su cultura. A veces me percato con cierta molestia de que muy pocas calles llevan el nombre de esas personas, músicos, pintores, escritores de los que solo queda un pequeño recuerdo, una anécdota, con suerte algún libro que generalmente se pierde en una librería de usados y ni siquiera se encuentra en alguna biblioteca. Es bastante extraño, porque tratándose de poetas, por ejemplo, está el nombre de Aldo Oliva, de Elbio Gandolfo, de Aldo Prico, de escritores como Jorge Riestra, Roger Pla, Beatriz Vignoli, Virginia Ducler, Adolfo Prieto, y tantos otros que se conocen por el émulo del Rosario 12, pero las omisiones son muchas. No sé, quizá ocurra en otras ciudades y mi observación sea sospechosa de una cierta tendencia a exagerar las ausencias de nombres que me son queridos, el de Antonio Ríos de quien dijo Pichuco: "Recuerdos es un tango que nadie lo toca mejor que Antonio Ríos". Tenemos incontables leyendas de tangueros, de barrios como Pichincha, la Sexta y la Tablada pero apenas hay unas esculturas del negro Olmedo y algún dibujo del Che y del negro Fontanarrossa.

Una cierta cantidad de seres memorables que merecerían una mención, solían juntarse generalmente en mi casa: Carlitos Moyano, un excelente bandoneonista; Cristian Ruiz Díaz eximio guitarrista y su padre bailarín, el famoso duende que conocí siendo muy jóvenes, bailando a la gorra en la calle Córdoba, donde estaba la entrada del Cine radar y enfrente el cine Córdoba. Enseguida simpatizamos, para colmo me enteré de que él había aprendido de Victoria Colosio a quien yo llamaba “La vieja”. Ahora que ambos me imponen su recuerdo, después de 30 años recupero la locura que nos envolvió cuando la vieja me pidió, dada mi afición por el cine, si no podíamos filmar algo.

Cacho Castellini y Mario Klinjan, que eran psiquiatras y salían conmigo los fines de semana para optimizar el saber acerca de la fotografía y el cine, tenían los aparatos necesarios para llevar a cabo una parte de la empresa y yo aproveché la ocasión para matar dos pájaros de un tiro. La primera vez que salimos, Victoria me había pedido que la pasáramos a buscar en el centro cultural a las ocho de la mañana; di por sentado que viviría por allí pero no; no había querido decir que no tenía casa y que había dormido en un banco de la plaza, en ese entonces, Montenegro. 

Me puse como loco y eso bastó para que naciera la gran amistad que teníamos. A los pocos días, por obstinación de mi mujer que la amaba, comenzó a dormir en mi casa y en la de algunas amigas. Allí me enteré que la vieja quería hacer bailar a dos parejas. Acordamos que una fuera una joven Mabel Rivero, que bailó Libertango de Piazzolla, un sábado por la mañana en la galería de mi amigo Gilberto Krass, después Walterio Ciz enmarcado en una ventana del bar el Nuevo Piave en el Saladillo, hacía de Evaristo Carriego componiendo una estrofa de El compadrito, y finalmente, el duende y Alicia su mujer, bailaban Felicia, un tango del oriental Saborido en una calle del barrio Lisandro de la Torre, a pasos del club Náutico Sportivo Avellaneda donde había calles de piedra que ayudaban a la escenografía. 

Pero en el interín del baile, un perro se puso a ladrar y como no teníamos equipo de sonido, solo el que tomaba la cámara, intervino en la grabación. Tampoco teníamos una editora, así que todo tenía que salir tal como lo tomábamos, así que hubo que repetir las tomas hasta que salieran aceptables de una vez. En suma, fue una especie de entusiasmo que subsiste en algunos videos pese a todas sus imperfecciones. 

Victoria le puso nombre: Tango Piramidal, ya que siempre hablábamos de las imágenes de los antiguos egipcios que el tango homologa. Imágenes planas con el rostro hacia el costado que Victoria trataba de emular. 

Unos años más tarde y por circunstancias que no vale la pena declarar, mi amigo el Negro, dueño de un famoso estudio de publicidad me invitó a trabajar allí, pensando que mi obsesión por las imágenes del cine le vendrían bien. En realidad se equivocaba. Casi siempre somos pocos exhaustivos en nuestras precisiones y solemos referirnos a las imágenes en general, como si siempre se tratara de lo mismo, por ejemplo, no es lo mismo la fascinación que se tiene por las imágenes de las pinturas que las de las esculturas y las del cine. Son diferentes y originan distintas emociones en quienes las producen y en quienes las observan. 

Victoria me pidió si podía hacer otro video y no pude negarme. Un sábado a la tarde, con mi amigo Rubén firmamos un trío con Gustavo Becker, Marcelo Berrini y Carlitos Moyano. Una de las bailarinas era Mabel Rivero y una pareja, Ana María Jaime, bailarina de contemporáneo con Cristian Ruiz Díaz que bailaban, ya no recuerdo si El amanecer o El pollito. Lo cierto es que edité el baile de uno con la música de Canaro en Paris y quedó bien. 

Así que nuestros encuentros, con el duende y la vieja eran frecuentes hasta que ella partió. A partir de allí, tratamos de hacer alguna cosa juntos pero por una cosa o por otra no lo hicimos. Fue con Cristian, su hijo, un excelente guitarrista y un trío excelente que formaban Diego Saavedra, Eduardo Pedruelo y Facundo Iriarte y la bailarina Araceli Yacuzzi, filmamos un corto en una pequeña sala de la Mateo Booz, con Felipe Romano. Al verlo, Carlitos Moyano, bandoneonista, me preguntó si podíamos filmar algo. Yo tenía la idea que podíamos con el duende, en un ágape que suelo convocar cada tanto, contar la historia de los primeros tangos. Ellos dos con su música evocar las influencias combinadas del candombe, la habanera y la milonga, por ejemplo, y yo contar las circunstancias que los precedieron hasta que aparecen El Queco, El tero, Dame la lata, Andate a la Recoleta… Podíamos comenzar con La Estrella, una milonga de los Podestá, escrita para las representaciones de Juan Moreira que ellos dos podían interpretar. No hubo mayores disensiones, sólo la muerte que interrumpió el proyecto, llevándose a Carlitos Moyano, mucho antes de lo que pudimos intuir.

 

La muerte está de nuevo contra nosotros, dijo el Duende. Para nada respondí, tenemos que aceptar que nuestra existencia se inmiscuye en dos tiempos ilimitados y que se agota entre los dos. Vida y muerte son parte de lo mismo… Entonces, después de un breve silencio, el duende dijo como para sí mismo: Vos y yo nacimos en un barrio que en un momento no posibilitaba otra cosa que ser delincuente o policía. Yo siempre le agradecí a la vieja que el tango me dio la posibilidad de que mis hijos fueran otra cosa, y luego afirmó: O lo hacemos los dos o buscamos otro bandoneón. Lo entendí, lo compartí, pero no lo hicimos porque yo siempre siento frente al destino, nada más que esto, estar siempre de frente. Tal como ahora, que la tristeza me invade porque el duende ya no volverá.