"Una mujer que no se aferraba a los bordes del abismo/ sino que caía al abismo con curiosidad y elegancia". Roberto Bolaño.

 

Ella es profesora de francés. Maneja la lengua con una soltura y costumbre del tamaño de una iglesia sin terminar de construir. Parece, o puede parecer, que no existe otra profesión en el mundo que pueda calzarle de la manera que le calza. Perfecta. Se mueve por la realidad con muletas. Con la misma elegancia y expresión que una anguila en un mar de leche. Nunca vi que golpeara algo. Nunca la vi tropezar, ni caerse. Nunca pude darme cuenta de que sí, efectivamente, le falta una pierna. Es alta y no es delgada, pero no serlo no significa que sea gorda, solamente denuncia que ocupa un lugar en el espacio un poco mayor que una persona delgada. Pero de ninguna manera podría pensarse que está excedida de peso. Y eso ocurre por una sencilla razón: se mueve con una elegancia inesperada para una persona sin una pierna. Maneja las dos muletas como si juntas hicieran la pierna de un deportista. Usa hermosos zapatos. Aunque habría que decir: usa hermoso zapato. Uno solo. Y la pregunta que mueve este escrito es: ¿dónde está el otro?

¿Qué se puede hacer con un zapato que sobra del par? No debe de haber muchas cosas tan llenas de incertidumbre como un zapato sin usar, cuando el otro zapato está siendo usado. ¿Qué se hace con los zapatos que siguen nuevos, en fila, ordenados, esperando ser usados por una pierna que no existe? Podrían regalarse, quizá. Sin embargo a quién podría servirle un zapato, solo, del pie derecho. ¿A cuántas personas, mujeres, que calcen, digamos por ejemplo treinta y siete, puede faltarles la pierna izquierda? No debe de haber tantas en el mundo. Entonces ¿qué se puede hacer con los zapatos que no usa? No pueden ser regalados. Otra posibilidad sería tirarlos, pero acaso ¿eso lo resiste el zapato que está siendo usado? Es imposible imaginarse la parte inferior de un placar con zapatos izquierdos acomodados en fila, usados, al lado de zapatos derechos, del mismo par, sin uso. Pero también se hace imposible imaginar zapatos izquierdos usados, ordenados en fila sin el derecho del par, a su lado. La tristeza de esa espera podría ser insoportable para cualquiera que se atreviera a mirarla.

Y lo peor es que todo esto construye una incógnita que es improbable de resolver. Que está destinada a quedar eternamente flotando en la niebla de las incógnitas, junto a otras como por ejemplo: ¿existe Dios, cuál es el sentido de la vida, de dónde viene la cantidad de agua que hay en el mar? Una incógnita eterna. Un vacío que sólo puede ser ocupado por un sofisma. Nadie, jamás, podría llegar a preguntarle a ella qué hace con los zapatos derechos, que por otra parte deben ser zapatos hermosos como son los izquierdos.

Sin embargo, y a pesar de todo, a ella se la ve con las dos piernas. Sus movimientos desmienten lo que es evidente que falta. Tal es así que uno puede pensar que hasta un pedicuro podría tener el doble de trabajo, de tan portentosa que es la presencia de la pierna que no está.

Al cabo de un tiempo de conocerla se puede advertir que no existe una profesora de francés mejor que ella. Y advertir, además, que los cristales de las ventanas de cualquier lugar donde ella esté crujirán por la luz salvaje con que los ilumina su sonrisa. Sin embargo, también aquel que llegue a conocerla, también y sin duda, notará que no hay una pierna donde debería de haberla. Notará que falta un zapato. Y que existe un zapato, en algún lugar, que está esperando ser utilizado.