La inocencia 7 puntos
Kaibutsu / Monster; Japón, 2023.
Dirección: Hirokazu Kore-eda.
Guion: Sakamoto Yuji.
Fotografía: Kondo Ryuto.
Edición: Kore-eda Hirokazu.
Música: Ryuichi Sakamoto.
Intérpretes: Soya Kurokawa, Hiiragi Hinata, Sakura Ando, Eita, Mitsuki Takahata, Akihiro Kakuta.
Duración: 125 minutos.
Estreno: en salas únicamente.
¿Quién es el monstruo al que alude el título original de la película más reciente del director japonés Hirokazu Kore-eda? ¿Hay un monstruo o son varios? ¿Un niño puede ser un monstruo? ¿Existen monstruos realmente? ¿Serán los adultos? Esas son apenas las primeras preguntas que dispara el comienzo de La inocencia, que se inicia con una serie de sucesos inquietantes sin conexión aparente –un incendio, una desaparición- y que el espectador deberá aprender a decodificar en el transcurso de un relato que comienza como uno o varios misterios a revelar. Pero que se irán develando a la manera luminosa de Kore-eda, considerado un humanista, en la tradición de algunos de los grandes cineastas de su país.
La inocencia marca el regreso de Kore-eda a Japón después de sus excursiones, no siempre del todo felices, a Francia primero, con La verdad (2019), y luego a Corea, con Broker (2022), una película que resultó un triste remedo de la que sin duda es su obra maestra, Somos una familia, ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes 2018. Y el tema de la familia –central en la obra de Kore-eda- reaparece una vez más en su nuevo film, que comienza con los problemas del pequeño Minato en la escuela y en su casa, donde su madre viuda hace lo imposible por hacerlo feliz y compensar la pérdida del padre.
Hay algo profundamente perturbador, sin embargo, en la conducta de Minato, que se autolesiona o dice tener “el cerebro de un cerdo” en su cabeza. Su amistad con su compañero de clase, Yori, parece parte importante del problema, pero también su relación con el maestro de ambos, que tiene una conducta esquiva –lo mismo que la directora de la escuela- cuando la madre va a pedir explicaciones e incluso ayuda a quienes deberían proporcionarla, y no lo hacen.
En ocasiones, La inocencia parece coquetear con el género fantástico, pero Kore-eda es esencialmente un cineasta realista y esa determinación inclina al film en direcciones impensadas, muchas veces sorprendentes. La primera llega luego del tercio inicial del film, cuando el guion de Yuki Sakamoto –es la primera vez desde su opera prima, Maborosi (1995), que Kore-eda trabaja con un libreto ajeno- cambia drásticamente el punto de vista, que pasa a ser el del maestro. El tercio final del film tendrá a su vez una nueva, diferente perspectiva de la misma historia, que como señaló Diego Brodersen en Radar, es un recurso que remite al llamado “efecto Rashomon”, en alusión al famoso film de Akira Kurosawa, aunque lo utiliza de modo opuesto.
Estos giros aportan sin duda distintas miradas a una misma situación, pero también van estrechando paulatinamente la capacidad de sugestión del film, como si la película se sintiera en la necesidad de explicar todas y cada una de las conductas de sus personajes. La noción de duelo, la crueldad infantil, la rigidez del sistema educativo japonés hacen al núcleo de La inocencia, pero la revelación final parece reducir todos los conflictos a una sola causa, que obviamente no conviene revelar.
“Lo que no entendemos, lo convertimos en monstruos”, parece decir Kore-eda, a quien hay que reconocerle su notable atención a los detalles y su soberbio manejo de los actores infantiles, una cualidad que ya había demostrado con creces en Nadie sabe (2004), uno de los puntos más altos de su filmografía, protagonizado de manera excluyente por niños. El fuego y el agua, a su vez, marcan el arco dramático de La inocencia, que en su transcurso va de un elemento a otro como quien camina de la muerte hacia la vida.