El pasado 6 de junio se conmemoraron los 80 años del Día D: la operación bélica más grande y compleja desarrollada en toda la historia y que sellaría el destino final de la Alemania nazi y de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su recuerdo y su significado político ha resultado deliberadamente alterado en función del actual conflicto entre Rusia y la OTAN.
En la conmemoración por las ocho décadas de esta gesta fundamental participaron los gobiernos del antiguo bando “aliado”, conformado por Australia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Grecia, Luxemburgo, Países Bajos, Nueva Zelanda, Noruega y Polonia. Naturalmente, y de modo muy visible, también por Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos.
El paso del tiempo motivó alteraciones llamativas en la convocatoria para las celebraciones. Debido al actual conflicto en el este europeo, los organizadores no invitaron a Rusia y, en cambio, sí se contó con la presencia de los gobiernos de las actuales República Checa y Eslovaquia, así como también de Alemania.
Además, el evento contó con la participación de Volodimir Zelenski (foto junto a Biden y Macron), presidente de Ucrania, país que no sólo no tuvo relación con el Día D, sino que en 1944 todavía mantenía su alianza con Alemania mientras Rusia peleaba por liberarlo del nazismo con el apoyo de la Unión Soviética.
La presencia de unos doscientos veteranos aportó la humanidad que estuvo ausente en buena parte de los líderes políticos, en tanto que el sentido épico original, conmovedor hasta el día de hoy, terminó reemplazado por el montaje de una especie de parque temático en el que circulaban jeeps y camiones de la Segunda Guerra Mundial, mientras se realizaban exhibiciones de paracaidismo y bailes populares.
Con un espíritu circense, actores que interpretaban a soldados aliados y alemanes simulaban combatir en la arena, en el mismo lugar donde 80 años existió un real derramamiento de sangre, y a la vista de aquellos veteranos que habían arriesgado sus vidas en contra del totalitarismo.
Las tazas, camisetas, calcomanías, gorras, etc. con imágenes alusivas al desembarco y a la iconografía militar, estuvieron a la venta en las tiendas de souvenirs montadas en las distintas playas y que otorgaron al evento una inocultable impronta comercial, semejante a la de una feria.
Los mandatarios y las figuras políticas de Estados Unidos y los países europeos se repartieron en las distintas playas y ciudades de la Normandía, tal vez, para no competir entre ellos aunque, claro está, faltó la clásica foto de unidad, lo que dejó la sensación de que el bloque aliado tal vez no está tan consolidado como se pretende transparentar.
Desde Omaha, la más representativa de las playas normandas, Joe Biden presentó el discurso oficial de los nuevos tiempos de la alianza atlántica.
Según el presidente estadounidense, como hace ocho décadas, la unidad hoy resulta indispensable para derrotar a un enemigo en común. Con plena audacia política y sin ningún rigor histórico, el paralelismo que intentó trazar entre la Alemania de Hitler y la actual Rusia de Putin se presentó como una inexactitud y como un capricho a tono con el desenvolvimiento bélico de la OTAN de estos últimos años.
La protagónica presencia de Zelenski en las playas de Normandía sólo pudo encontrar su justificación en la necesidad de legitimar el actual conflicto bélico contra Rusia que, para no pocos historiadores, fue el verdadero responsable del aniquilamiento de la Alemania nazi. Y que, por cierto, cargó con la mayor cantidad de muertes, de más de 14 millones, en toda la guerra.
El rey Carlos III del Reino Unido y el primer ministro Rishi Sunak estuvieron entre los que asistieron a una ceremonia para honrar a las tropas que desembarcaron en Sword Beach, mientras que el príncipe William y el primer ministro Justin Trudeau acudieron a la ceremonia para las tropas canadienses en Juno Beach.
No sólo la monarquía británica no pasa por su mejor momento: el primer ministro Sunak cometió un error insalvable al retirarse antes de la ceremonia para participar de una entrevista televisiva, generando críticas por ofender la memoria de los combatientes.
Para empeorar las perspectivas de los conservadores, quien más se lució con la ausencia de Sunak fue el principal dirigente opositor, el laborista Keir Starmer, candidato para ganar las elecciones parlamentarias del próximo 4 de julio.
El presidente Emmanuel Macron fue prácticamente el único mandatario que rindió homenaje a quienes lucharon en el frente oriental “y al compromiso decidido del Ejército Rojo y de todo el pueblo que formaba parte de la entonces Unión Soviética”. Sin embargo, ese reconocimiento no impidió que el mandatario renovara su compromiso con el envío de armamento y transporte militar de origen francés para apoyar al gobierno de Zelenski en su enfrentamiento contra Rusia.
El recuerdo del Día D colisionó así contra el presente por la propia voluntad de los líderes occidentales, preocupados por responder a agendas políticas de corto plazo y a intereses que no siempre son los de las grandes mayorías que ellos mismos dicen representar.
Frente a la ambición por colocar a Rusia en el status del “nuevo enemigo a derrotar”, la pretensión por resignificar una fecha clave en la historia reciente no tuvo en cuenta que los anteriores contendientes, las ultraderechas y los neofascismos, no sólo no están extinguidos, sino que hoy están tan presentes en la política de Europa y de los Estados Unidos como hace ochenta años.