Cuando mis cortos años, participé en los últimos campeonatos Evita de los primeros tiempos peronistas, en 1954. Jugaba más o menos bien al ajedrez, lo estudiaba mucho, y en esa época era mi gran pasión. Después de una ardua selección en zonas y de interzonas, me tocó ser primer tablero del equipo infantil de la provincia de Buenos Aires. Se llevaban dos torneos paralelos, el infantil y el juvenil. Si no recuerdo mal, quien encabezaba el equipo juvenil era Jaime Emma, que fue luego una de las glorias del ajedrez argentino. Daban vueltas por ahí otros jóvenes como Raimundo García, quien devino Maestro Internacional y campeón nacional, y Oscar Panno, gloria viviente de 89 años, Gran Maestro Internacional, el que fue nuestro primer título mundial (Junior) en la disciplina, en Copenhague en 1953.

Nuestro equipo ganó el campeonato nacional, por lo que fui a recibir el sobre con los premios de manos del mismísimo presidente Juan Domingo Perón en el desfile y fiesta que se hizo, en el estadio de River Plate, lleno de chicos. El premio no era cualquier cosa: dos motos Siambretta y dos bicicletas Legnano, a repartir entre los cuatro tableros del equipo ganador, según sorteo (que se realizó en La Plata, y a mí, que estaba ausente, me tocó la bici...). Me la mandaron a mi pueblo, la usé un poco, tiempo después la vendí y esa plata pagó mi primer viaje latinoamericano, que hice a dedo: mitad en camiones y mitad gracias a la generosidad de argentinos, chilenos y peruanos, hasta Machu Picchu. Mis pasiones habían ciertamente cambiado: ahora eran la literatura y los poemas de César Vallejo y de Pablo Neruda.

Nunca se nos impuso pensar ni leer nada, ni se repartió gratis La razón de mi vida, aquel libro testimonial de Evita, que solía reprochársele al gran poeta Horacio Rega Molina haber en realidad escrito o reescrito. Nunca se impuso vivar a ningún jefe o jefa, ni adherir a causa alguna. Los campeonatos, creados en 1948 por iniciativa de Evita y del mejor ministro de Salud Pública que yo recuerde, el doctor Ramón Carrillo, eran torneos para favorecer la salud, la educación, la comunión entre los jóvenes. De no ser así, mis padres no me habrían permitido participar, ya que eran firmes radicales y resueltamente antiperonistas, así como toda mi familia.

Fueron torneos que se desarrollaron, con las alteraciones propias del país, durante estos 76 años, y cumplieron con exceso sus sanos objetivos: conectaron fuertemente a la juventud con el deporte y a los jóvenes entre sí; fueron respetuosamente federales; llegaron a las capas más profundas de la sociedad; vincularon el deporte, la salud y la cultura general de la nación en una constante y nada desfalleciente actividad.

Hoy, los Juegos Evita constituyen la principal competencia deportiva de la Argentina y su programa cuenta con todas las disciplinas y un sistema de competencias dividido en dos etapas: por un lado, clasificaciones de cada provincia en las que participan cerca de un millón de niños, niñas, jóvenes y personas mayores; y una fase final, dividida en cinco eventos, a la que acceden 25 mil competidores.

Hacen, construyen, tejen, desde la infancia, desde la pubertad, al tejido social de la Argentina, que se ve tan diezmado ahora por toda la política económica, anticultural, de este nuevo desgobierno.

Hoy, estos Juegos se ven amenazados por el cambio de nombre y de responsables, la reducción de una buena cantidad de participantes, la supresión de las categorías de personas con discapacidad y adultos mayores, es decir, aplicarles la política general del gobierno de arrasar en todos los terrenos con las buenas cosas y la buena memoria de nuestro pasado. Se ha decidido ahora, naturalmente, desfinanciarlos y, en fin, hacerlos víctimas de la implacable motosierra, afectando la política pública deportiva más grande e importante del país.

Doble lamentación de mi parte: por un lado, por el bochornoso hecho en sí, que destruye una vez más la mejor memoria social, deportiva y comunitaria de nuestro pueblo. Y en segundo término porque el encargado de la patriótica tarea es el señor Daniel Scioli, de quien siempre se dijo que amaba y practicaba entusiastamente el ajedrez. Aunque, se sabe, Scioli es un hombre de gustos muy versátiles...

Mario Goloboff es escritor y docente universitario.