“Así, ese ciudadano de mundo culto puede quedar desorientado

y perplejo en un mundo que se le ha hecho ajeno,

despedazada su patria grande, devastado el patrimonio común,

desavenidos y envilecidos sus ciudadanos”.

                                                                                       Sigmund Freud

Cuando Freud advirtió la “patología de las comunidades culturales” y, tiempo después, Einstein le preguntó por la “psicosis colectiva”, las inquietudes de ambos resultaban de la creciente adhesión social que concitaba el nazismo. Más recientemente, Bifo Berardi propuso pensar una “geopolítica de la psicosis” para comprender la actualidad.

No se trata, desde luego, de formular diagnósticos cual si habláramos de pacientes; no es cuestión de realizar psicologismos como a veces se dice. Ya está valorado lo que el psicoanálisis aporta a la comprensión de los fenómenos colectivos, y no se trata, insisto, de conjeturar sobre los traumas singulares de un sujeto; más bien, importa considerar cómo una psicología se traduce en psicología social.

Algo que impresiona de manera notoria, además, y no seré el primero en señalarlo, es la progresiva pérdida de lucidez entre los representantes (políticos e intelectuales) de la derecha. Su capacidad oratoria, sus recursos retóricos y la profundidad y coherencia de sus argumentos exhiben un empobrecimiento cada vez mayor. La historia de su discurso será, posiblemente, la historia sobre cómo la descarga catártica y ramplona reemplazó a toda la riqueza del lenguaje.

Borges y Las ruinas circulares

Hacia 1940, Borges escribió un hermoso cuento, “Las ruinas circulares”. Allí relata el propósito de “el hombre gris”, al que “nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”. Aquel propósito era “sobrenatural”. En efecto, “quería soñar un hombre e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma”. Luego de algunos intentos, “comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo”. Así, “dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio”. Durante la tarea, por ejemplo, descubrió que “el pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil”. Más tarde, “temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre”. Sin embargo, cuando el soñador caminó en el fuego y no se quemó, “con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.

Milei y el círculo de la ruina

Hay quienes creen que Milei es “el hombre gris” de las profecías de Benjamín Solari Parravicini, y aunque no podamos ratificar esa correspondencia ni dar crédito a las profecías, lo cierto es que tampoco nosotros lo hemos visto desembarcar en la unánime noche. Aunque no en el sentido que pretende Milei, quizá tenga algo de razón cuando nos dice “no la ven”.

Según las crónicas, Milei estaría convencido de que conoció a su perro Conan hace 2 mil años en el Coliseo romano, cuando aquél era un gladiador y Conan un salvaje animal. Sin embargo, en lugar de pelear, se aliaron y desde ese momento permanecieron juntos. También --se dice-- afirma que en conversiones con “el Uno”, Dios le habría asignado una misión: ingresar a la política y llegar a ser presidente. Aunque, en ocasiones, parece identificarse con la figura bíblica de Moisés, ha dicho que su hermana, Karina, “el Jefe”, es como Moisés y que él, su hermano Aaron, el divulgador. También se narra que, a través de una médium, él o su hermana se comunican con su perro muerto (aunque él nunca dice que falleció) y con Dios.

Milei pasa largas horas en la red X y cree que lo que allí se dice es una realidad concreta, al punto que divulgó un dato falso sobre la inflación generado por un bot. Fue notable cuando, recientemente, afirmó que “la fórmula está funcionando exitosamente”. Por un lado, pues Milei llama “éxito” al ajuste más brutal que se llevara a cabo (y no al crecimiento económico). Por otro lado, porque supone que el éxito es de una “fórmula” y no de un conjunto de decisiones y acciones humanas. De modo similar, Milei celebra un superávit fiscal logrado a costa de jubilaciones, gasto social, etc. Incluso cuando en muchas de sus exposiciones alude a la “evidencia empírica”, lo cierto es que sus conclusiones no surgen de dicha evidencia, sino a la inversa: él cree algo y, luego, lo asume como si fuera una evidencia.

Fue inquietante cuando festejó que la empresa Perfil estaría por quebrar. En otras ocasiones también mostró un rostro gozoso cuando, ya no sobre una empresa en particular sino de modo genérico, sentenciaba que “entonces tendrán que quebrar”. Si bien en cada una de esas situaciones fácilmente se notaba su satisfacción y, a la vez, la indiferencia por quienes quedarían afectados por una quiebra, posiblemente haya allí algo más. Me refiero a que Milei quizá vea como lleno lo que es vacío o, para decirlo con mayor precisión, quizá él vea crecimiento económico cuando, en rigor, hay empobrecimiento; tal vez él perciba que hay quien come cuando, a decir verdad, se está muriendo de hambre. Para esto, también insiste en que los otros “no la ven”.

Si aludimos al ver, es posible considerar otros registros sensoriales. Entre ellos, la boca, sobre todo porque Milei ha manifestado su profundo desinterés por la comida. Asimismo, resulta notable la insistencia con la que el gobierno repite el verbo “auditar”, en cuya etimología hallamos el verbo oír. Resulta notable, decíamos, porque es un gobierno que no parece escuchar más que a sí mismo.

¿Seremos todos nosotros, como en el cuento de Borges, los sujetos que descubrimos con terror que somos soñados por el hombre gris? ¿Y será así hasta que el propio Milei sienta él también el terror de ser la alucinación de otro?

Esquizofrenia y sociedad

Freud sostuvo que las formas singulares tienen su correlato en las formas culturales. Por ejemplo, la neurosis obsesiva nos permite comprender el fenómeno colectivo de la religión. Algo similar indicaron autores posteriores (Kernberg, Jaques) en el plano institucional, y entonces hablaron de organizaciones paranoides. Hoy, pues, de la mano de Berardi volvemos a la inquietud de Einstein, ya que, con intuición, advierte que la esquizofrenia es una pista para comprender el presente.

Un primer rasgo, esencial, es que la sensorialidad no está investida o, lo que es lo mismo, hay un proceso de desinvestidura de la realidad. En todo caso, la realidad es creada por la mente y por ello la computadora (o equivalentes) es uno de los objetos propicios de interacción. Si la mente crea al objeto, de inmediato el sujeto supone que cada anhelo propio deviene en percepción. Con ello, podemos agregar un rasgo adicional: la falta de diferencia entre el mundo humano y lo inanimado, entre sujetos y números. De hecho, resultan equivalentes en esta configuración la virtualidad y las referencias al mundo espiritual, en tanto ambas jerarquizan lo inmaterial, como equivalentes de los procesos alucinatorios. En suma, se trata del privilegio de los mundos creados por las mentes y del reemplazo de todo aprendizaje vía la experiencia por las presuntas revelaciones que, incluso, asignan misiones salvadoras.

Las ruinas de la lucidez

Lo dicho en el apartado previo corresponde a lo que Freud describió para la lógica autoerótica, aquella que le permite al bebé alucinar un pecho, alucinar que se alimenta mientras, en los hechos, no está comiendo nada. El bebé, pues, succiona su propio dedo y cree que le están dando de comer. Claro que esa creencia es funcional si no se perpetúa. En cambio, si se transforma en duradera el sujeto queda apresado en una paradoja enloquecedora, consistente en el esfuerzo por creer algo que no es. Por eso los adultos, para graficar que no nos dejamos engañar, decimos “yo no me chupo el dedo”.

La situación autoerótica actual describe bien que cada sujeto se basta a sí mismo, que cada sujeto se autoconvence de que lo que piensa es idéntico a la realidad; un período caracterizado por la lógica alucinatoria. Un estado de situación en que se alimenta y explota la combinación entre odio y pánico, en que un número creciente de sujetos busca creer en una ficción sin advertir que, progresivamente, lo gana la inanición.

Parte del discurso político, entonces, le hace creer a cada sujeto en un mundo autoerótico, donde cada uno debe ser un emprendedor solitario, cada uno es su propio patrón, cada uno puede por sí mismo conseguir todo lo que desee. Ya no importa en ese mundo escuchar o mirar al otro, y ni siquiera importa ser escuchado y mirado. Cada quien solo se mira y se escucha a sí mismo. Por eso, Freud cuestionaba el autoerotismo, ya que genera un pensamiento que no tiene ningún nexo con la realidad.

Y también, si Freud decía que la salud es como la neurosis pues no niega la realidad, pero también es como la psicosis, porque procuramos transformarla, hoy hemos invertido la ecuación: negamos la realidad y ya no buscamos transformarla.

En suma, como sabemos, con hambre no se puede pensar, con hambre apenas se puede alucinar hundidos en la inanición, antes de morir, mientras el terror y la humillación, como decía Borges, ganan terreno. Así, a medida que la lucidez queda en ruinas, la realidad sigue el mismo curso y ya no quedará nada de las propias vidas.

Sebastián Plut es doctor en psicología y psicoanalista.