Leo Mercado es nacido en Salta en 1982. Es antropólogo aunque se dedica a la arqueología y a los museos. Se desempeñó en el Museo de Arqueología de Alta Montaña, de Salta, en el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas "Juan Cornelio Moyano", de Mendoza y de nuevo en su provincia, en el Museo de Antropología de Salta "Juan Martín Leguizamón".

Publicó algunas plaquetas como Viento Norte, en 2006, y Bocanada, en 2008, entre otras. Pero también, algunos libros: Hacer el cuento. Microcrónicas, en 2012, y Volver a hacer el cuento, en 2015, escritos a dúo con Caro Fernandez, y Jauría ,en 2019.

Participó y coordinó diferentes antologías como La mirada del cóndor, en 2018, y A puerta cerrada. Antología de microficción de autor, publicada en 2021.

Con todo este bagaje de producciones y participaciones en el ámbito de las letras, entrecruzado con su mirada antropolgica, Leo Mercado se toma un tiempo para conversar con Salta/12 sobre Volverse Humanos, su último nacimiento literario.

-¿Cómo explicarías de qué se trata Volverse Humanos?

-Volverse Humanos es una colección de brevedades que fue escrita antes de la pandemia pero que recién adoptó su forma definitiva después de la pandemia. El objetivo original de la colección era escribir y compilar textos breves que estuvieran atravesados por la condición humana en sus distintas manifestaciones. El plan no resultó exactamente como lo imaginaba (por diferentes motivos estéticos) pero vinieron al auxilio algunos textos viejos que estaban dando vueltas y que hallaron su lugar ahí. Busqué generar un diálogo con nuestra condición humana desde el doble rol de escritor y antropólogo. La colección es errática, atemporal, a veces ridícula, impredecible, compleja o graciosa, seria, reflexiva o no, como nosotros.

-¿Cómo llegás a la elección de los microrrelatos como forma narrativa?

-Pienso que, como en todo acto de creación, hay una búsqueda estética, clara o borrosa, que transita diferentes experiencias y que, finalmente, encuentra su horma. El origen de mi escritura está en la poesía y creo que la microficción (a la que prefiero llamar literatura breve) tiene una frontera muy borrosa (hermosamente borrosa, diría) con la poesía. De manera que mi aterrizaje en las formas narrativas breves no fue un aterrizaje de emergencia sino más bien natural, esperable o sencillamente posible. Y ese aterrizaje fue de la mano de la lectura de algunos autores de literatura breve, más bien contemporáneos, que bajaron el tren sobre la pista. Escribir, quiero decir, es un 80% leer. Y aquí, en las formas breves, se está muy bien.

-¿Cómo se llega a esa gran síntesis que plantea el género?

-Con la complicidad del lector, con el uso de recursos narrativos que apelen a esa complicidad, con el axioma “menos es más”, con suerte, con dedicación, con milagros posibles y con lectura (preferentemente de poesía). Quiero decir que no solo escribimos, sino que escribimos pensando en el lector. No sé si es posible escribir sin pensar en el lector. Al mismo tiempo hay que cuidarse de no caer en la norma impuesta de decir todo lo que el lector espera escuchar. Debe haber también (creo haberlo dicho ya) una búsqueda estética. Y esa búsqueda es la que permite convertir a los escritores en autores. En suma, es importante pensar en las características del género, a la hora de escribir, pero no subirse al ring del género en donde el árbitro cercena toda posibilidad de dar golpes, en todo caso, bajos.

-Hay mucho de tu profesión/disciplina de antropólogo en Volverse Humanos. ¿Fue una elección premeditada o se cuela tu formación?

-Creo que la experiencia de la escritura es una experiencia de vida en todos los sentidos (menos en el sentido romántico). Escribimos como vivimos, y nuestra vida, de alguna manera, está configurada por nuestra trayectoria, nuestra formación, nuestros intereses. Lo que me preocupa a nivel profesional también me preocupa a nivel literario. No es que quiera, es que simplemente sucede. Mis días transcurren, en gran medida, dentro de un museo en el que dialogo con hombres y mujeres sumergidos en el tiempo, y a los que intento sacarles verdades. O en un aula donde también. La música en mi cabeza es más o menos la misma y ahí aparecen, de vez en cuando, formas narrativas con las que busco construir textos. No sabría hacerlo de otro modo.

-Formás parte de un grupo que transitó por los microrrelatos. ¿Cómo se conforma, de qué latitudes, y qué actividades realizan?

-Comencé a relacionarme con microficcionistas en el año 2010 aproximadamente, de la mano de Caro Fernández, que además me introdujo en el mundo de la microficción mendocina (provincia en la que también viví algunos años), habitado por grandes autores y estudiosos del género (como Miriam di Gerónimo, por ejemplo). En esa época surgió la “Cofradía del Cuento Corto”, con la que realizamos muchas actividades literarias e incluso con la que organizamos, durante algunos años, el Festival de Brevedades en la Feria del libro de Mendoza. Finalmente, la amistad con algunos autores me llevó a orbitar la editorial bonaerense Macedonia (quizá la máxima editorial del género en nuestro país). Allí conformamos, junto a otros escritores (Fabián Vique, José Luis Bulacio, Martín Gardella, Leandro Hidalgo, Juan Romagnoli y Eugenio Mandrini ahora desde el otro lado), un grupo de lectura, escritura y creación de artefactos fantásticos e imposibles (como, por ejemplo, el MUMI, Museo de la Minificción, o las Jornadas Internas de “Pizzaficción”) en donde la literatura breve, en todas sus formas, es el objeto de estudio y goce. Después están los amigos queridos de México y Perú, principalmente, con los que de vez en cuando nos encontramos en el ámbito de alguna jornada literaria y con los que aprovechamos la oportunidad para intercambiar experiencias, libros, recetas de cocina.

-¿Cuáles son los próximos proyectos que tenés en mente a nivel narrativa?

-Estoy trabajando en una especie de novela breve (¿nouvelle, micronovela?) que todavía cruje y a la que le falta algo de aceite, y en una colección de brevedades que lleva por título provisorio “Nosotros, los opas” y que halla su germen, justamente, en Volverse Humanos. No hay tiempo para darlas a la luz (es curioso asumir que en la literatura breve no hay tiempo), y esa es la ventaja de escribir por placer.