Imágenes de una ciudad que se recuesta sobre la costa. De una tarde soleada que llega a su fin, de tres veleros que se dispersan sobre el agua tranquila. Un muelle con algunos pescadores. Esas son las postales de Long Beach, en California, donde se filmó hace más de una década Un buen día, aquella aventura intrépida de Enrique Torres y Anabella del Boca –sus productores– que se convirtió, casi a su pesar, en una película burlada y en el corazón inesperado de un culto extraordinario. Gestada con la carga del exilio, con la temeridad del aficionado, desembarcó en las salas argentinas en 2010 para coronarse de inmediato con el fracaso público y el desprecio crítico. Unos años después del duelo de sus artífices resurgió de sus cenizas como un objeto de ávida curiosidad, una extraña ave fénix que transitó del consumo irónico y el meme en las redes sociales a la contagiosa pasión de los fans que se erigieron en sus devotos "apreciadores". Ese es el viaje que sigue Después de Un buen día, último documental de Néstor Frenkel, artista único de esos extravagantes descubrimientos, creador de una perfecta sintonía entre la mirada propia y la de sus personajes, y exégeta conspicuo del humor que arriba en los resquicios más inesperados.
La suerte de Un buen día, dirigida por Nicolás del Boca y protagonizada por Aníbal Silveyra y Lucila Solá, y de todos los satélites que ha desplegado su culto en estos años parecía exigir la mirada atenta de Frenkel. ¿Quién si no podía hacer justicia a ese fenómeno desbordante en el que una película anómala para el cine argentino, tildada como ‘la peor de todas’ entre risotadas y luego objeto de una cultual fascinación, se convertía en el centro de un ceremonial tan marginal como verdaderamente cinéfilo? Frenkel ya había detectado lo atractivo de esas anomalías desde su debut en el largometraje con Buscando a Reynols (2004), gestando un perfil de documentalista atípico para el cine nacional, tan ajeno al didactismo y la solemnidad como a la vocación autorista y experimental. Aquella primera película era en sí una búsqueda de lo singular en una banda rockera llamada Reynolds, cuyas prácticas sonoras y extravagancias de su creación depositaban el camino de Frenkel en una sorpresa constante y disparatada. ¿Aquella original pesquisa podía actualizarse hoy, veinte años después? El cine de Frenkel no aspira a la convenida maduración sino a una constante reinvención de sí mismo, de su pasión, de su asombro por un mundo que nunca pierde su misterio.
"No es algo que me atraiga especialmente, ni los fandoms, ni los grupos de seguidores de alguna obra de culto", revela el director. "En realidad el encuentro con el grupo ‘Apreciación de Un buen día’ ocurrió porque Magrio González, quien termina siendo el coprotagonista del documental y es uno de los líderes del grupo, más allá de que la organización es horizontal, venía asiduamente a las proyecciones de mis películas. Alguna vez me escribió por las redes y luego me hizo una entrevista para una revista que compartía con estos amigos. Quedamos en contacto y en un momento Magrio me contó que quería filmar un documental. Le sugerí que podía ser sobre el grupo y el fanatismo, pero él no quería hacer algo sobre sí mismo. Así que se me prendió la lamparita y se armó el proyecto de Después de Un buen día. La historia era interesante y me llevó a pensar en distintos temas que me resultan cercanos e interesantes para abordar. ¿Por qué no intentarlo?". El recorrido de la película parte de la voz de Magrio González y algunos suvenires de Un buen día que conserva como primer cimiento de su fascinación, para seguir con las voces de sus protagonistas en un largo camino desde la estación de Villa Pueyrredón a la paradisíaca Long Beach en la soleada California.
UNA EXTRAÑA HISTORIA
Después de Un buen día profundiza algunas de las claves del cine de Frenkel que han ido evolucionando a lo largo de los años. En 2021, Los visionadores ya ponía en escena los contornos de una pasión, quizás con rasgos diferentes, más analíticos. Bajo un arco de ficción que encarna una dupla de espectadores de videoclub, Frenkel recorre las perlas más extravagantes del cine de los ‘80 consumido en VHS, con el logo titilante de AVH, las admoniciones a la piratería y el sonido de la cinta que corre y rebobina las imágenes de los títulos más desopilantes: Los drogadictos, Humo de marihuana, Los viciosos. "Es cierto que Los visionadores y lo que fue el círculo de visionado tiene bastantes puntos en común con este tipo de fenómenos de culto, aunque un poco más privado y con cierto sentido de grupo de estudio", señala el director. "Pero lo que distingue a Después de Un buen día parte de la pregunta sobre cómo los apreciadores miran a ese objeto que es Un buen día. Lo que en otros de mis documentales aparecía contenido en mi perspectiva, implícito en el interrogante sobre cómo yo miraba a los personajes, ahora se desplaza al interior".
Este juego de perspectivas ha sido clave desde el comienzo del cine de Frenkel, como una forma sutil de reformular las coordenadas del documental desde adentro. Lo que siempre suponía una mirada externa, equidistante en el registro, abierta a lo que acontece, se combina en su cine con un claro interés por el descubrimiento, el hallazgo de lo inesperado, la empatía y confianza suficiente para que los personajes y sus circunstancias no aparezcan velados por la presencia del director. Entonces Frenkel espera, paciente, a que los personajes cuenten su historia, se despojen de sus discursos armados, revelen anécdotas y sensaciones silenciadas. La cámara está ahí para esperarlos. "La idea en esta película era pensar cómo cada uno de los responsables de Un buen día atravesó lo que significó la película, sus expectativas en el rodaje, la recepción del público y la crítica en el estreno, y luego esta aparición de un grupo de apreciadores que se relacionaba con lo que ellos hicieron, pero de otra manera, cultual y significativa. Es inevitable que cada entrevistado vaya armando un discurso sobre sí mismo, y si tiene cierto entrenamiento en la celebridad ese discurso es más firme, está más aprendido. Siempre intento correrlos de ese lugar, a veces solo se consigue con el tiempo: hasta dónde un personaje tiene algo para darme es una parte fundamental del trabajo y siempre supone un desafío".
En Construcción de una ciudad (2007), su segundo largometraje, Frenkel abría el espectro: el eje ya no era una banda musical anómala y un estilo apócrifo deudor del falso documental, sino todos los habitantes de Federación, una ciudad entrerriana desplazada de su origen, despojada de su arraigo, cuyos sentimientos de pérdida y congoja solapaban el humor de algunos hallazgos como la labor del director aficionado Jorge Mario. Mario era un habitante de Concordia que, con su mujer Ofelia, habían filmado un documental en super 8 antes de que Federación sea destruida. Mario se convirtió luego en el alma de Amateur (2011), completando un díptico que asentaba el ojo de Frenkel en una insistente dualidad, un equilibrio siempre inestable entre el humor que supone una perspectiva más distanciada, que observa desde afuera el fenómeno, y cierta calidez y empatía con los protagonistas y aquello que los apasiona. Esa tensión se afianzó en Después de Un buen día con un doble filo, expresado en las dos voces principales: por un lado, la de Enrique Torres, entusiasta y superadora del fracaso que encuentra vitalidad en la celebración de su creación, y por el otro, la del actor Aníbal Silveyra, más sombría y dolorosa, que apunta a cierta vindicación personal a partir de esa nueva etapa de la película.
"Creo que lo de Aníbal [Silveyra] es muy potente, porque lo que pasó con la película en su estreno no lo había conversado en profundidad con nadie. Fue muy valiente conmigo, enseguida aceptó que lo visite con la cámara y pese a que nunca habíamos conversado antes, me pudo expresar sus miedos, sus angustias, sus dolores. En el documental hace todo un recorrido –como si fuera un personaje de ficción– por las distintas emociones que transitó alrededor de la película y del mismo documental. Todo surgió en el primer día, luego lo visité en Los Ángeles y ahí lo que hicimos fue pasear y hablar de su vida, pero lo más fuerte estuvo al principio. Quique [Torres] tiene otra energía, pero a la vez, a su manera deja entrever que fue un momento duro. Y también tenés la otra posición, que es la de Lucila Solá, que no quiso participar del documental, y que es entendible: es otra de las maneras posibles de enfrentarse a una gran desilusión. En ese sentido, los actores se llevaron la peor parte, porque Quique puede haber perdido dinero, haberse sentido desilusionado por el fracaso, haber sentido el golpe en su ego, pero el meme es con la cara de Aníbal y Lucila. Hoy si te convertís en meme, hay que bancársela".
UN MÉTODO DE TRABAJO
En ese juego pendular de expansiones y focalización que fue definiendo a su itinerario, las películas de Frenkel parecían entrelazarse. De Construcción de una ciudad se desprendió Amateur, el perfil de un cineasta aficionado cuya obra consiste en evocar su cinefilia a través de obras derivadas, reinvenciones curiosas de sus prestigiosos originales. Una excentricidad genuina y algo delirante que también define el espíritu de Federico Manuel Peralta Ramos, el protagonista de El coso (2022), una de las películas más cálidas y emotivas de Frenkel. Y algo que también hacen los fans de Un buen día cuando recrean las escenas de la película en versión animada, a través de la mímesis o la metáfora, pero siempre impulsados por los hábitos de la pasión. Con Jorge Mario, el director definió a una figura fronteriza entre la celebridad y el anonimato, un personaje en su tierra y un rostro conocido en la galería de Frenkel. Con El coso llevó a un artista del absurdo a su propio universo, para hacerlo parte de él. Con El gran simulador (2013), en cambio, había tensado los hilos de otra forma de celebridad, la del mago René Lavand, al que consagró como un entertainer, ilusionista y prestidigitador, al mismo tiempo que como un habitante del bosque de Tandil, hogareño y bon vivant. Es el otro lado del personaje habitual lo que Frenkel persigue sin cesar, ese rara avis en el que asoman aristas impensadas, grietas sobre un discurso estable, contradicciones bienvenidas. Y allí siempre está el humor y también la tentación de la burla, algo con lo que el director ha lidiado desde sus inicios.
"A menudo se me acusa de tener una mirada burlona, irónica, algo cínica. La realidad es que yo no hago películas de fan, no busco una complicidad con aquello que registro, no hago películas militantes, para levantar una pancarta o defender una causa. Trato de observar algo, un personaje, un fenómeno, y lo hago con cierta distancia para poder observarlo entero, pero también con cercanía para poder meterme entre sus pliegues”, dice Frenkel, que apunta que de eso se trata en esencia el trabajo de un documentalista: conseguir el equilibrio en la distancia justa. “Lo importante es darle espacio a los personajes, cuanto menos se los condicione, cuanto menos se los invada, cuanto más silencioso y respetuoso sea el acercamiento, puedo encontrar un montón de cosas, inclusive el humor. Y la experiencia de ver un documental incluye siempre, a veces más consciente, otras más inconsciente, la pregunta por cómo fue hecho eso. Por lo tanto el interrogante sobre esa frontera entre el humor y la burla también está en la perspectiva del espectador y en aquello que especula pudo haber sucedido en el registro. Que el espectador se haga la pregunta sobre cuál es mi relación con el objeto que estoy documentando me parece que le aporta una capa más a la película”. Señala también que, en relación a Amateur, se dijo en su momento: “Mirá, se burla de un pobre tipo del interior”. Pero esa supuesta defensa de Jorge Mario, explica, en realidad es un ataque. “Yo nunca lo consideré un 'pobre tipo del interior'. Es un personaje que me fascina, al que admiro y respeto, y le dejo el lugar para que aparezca en toda su dimensión. Y el humor aparece porque a mí me interesa que aparezca, porque es una forma de expresión que me parece fructífera".
Los tiempos han cambiado desde las primeras películas de Néstor Frenkel. En colaboración con Sofía Mora, compañera de vida y productora de todas sus películas –también directora de la excelente Método Livingston (2019)–, han elaborado de manera conjunta un devenir para el documental contemporáneo que ofrece un retrato de los entresijos de su hechura, la compleja relación con el público, sus roces con la ficción, la tensión entre el descubrimiento y la afirmación. Hoy el universo documental se ve invadido por las narrativas de los docudramas de las plataformas, la perspectiva totalitaria del dron que parece verlo y contestarlo todo, la constante merma de espectadores desde la pandemia. Pero Frenkel no se rinde, no descansa, sus logros están en la consolidación de su método de trabajo, en la atención al deseo de indagar y al trabajo con la verdad, en el placer del montaje donde está la verdadera escritura del documental, donde encuentra su ritmo, su verdad, su lógica, su humor. "Es lo que más disfruto, lo que más me gusta". Y en ese desafío no hay placeres culposos, ni su versión posmoderna que es el consumo irónico. "Esa idea de que algo nos gusta pero como no tiene el prestigio que debería tener para que a mí me guste, entonces lo ubico en el cajoncito de placer culposo, no tiene lugar para mí. Yo aspiro a que las cosas que me den placer no me den culpa".
Después de Un buen día se exhibe en el Malba (viernes a las 22), el Cultural San Martín (sábado a las 22) y en el cine El Cairo, de Rosario (el viernes 21). La retrospectiva en el Cultural San Martín continúa hasta el 30 de junio, chequear títulos, días y horarios en la web.