Es inteligente. Quizás demasiado”. Así definían varios ejecutivos de la NBA, en la previa del Draft de 2016, a Jaylen Brown, actual alero de los Boston Celtics. Pero ese textual estaba lejos de ser un elogio. Es que para los ojeadores y varios general managers, el IQ que tenía ese prospecto podría ser un problema. “Puede preguntar mucho sobre el negocio o perder la pasión”, hipotetizaban en off the records a los medios locales.

El pronóstico, en tanto, fue acertado pero a medias. Brown es uno de los jugadores que no se queda en el molde en la mejor liga del mundo -hasta lideró una protesta pacífica contra el gatillo fácil en EE.UU.- pero lejos alejarse del básquet es el jugador clave para que los Celtics estén a las puertas de un nuevo anillo, en una serie -con mucho viento a favor- contra los Dallas Mavericks.

Educación o atletismo

Es lunes por la mañana en el amigable otoño de California de 2015. En una de las aulas de la Universidad de Berkley, el reconocido profesor Derek Van Rheenen da inicio a una de sus clases de posgrado sobre estudios culturales. Hay casi 300 personas mirándolo, la mayoría egresados universitarios que rondan los 25-30 años. Pero, entre ellos, sobresale un jovencito de 18 años. Claro que lo hace por su físico -dos metros de altura, una espalda como un ropero y brazos de boxeador- pero también por la diferencia de edad: ¿qué hace un adolescente en una materia para licenciados y magisters?

A Brown todavía no le había llegado la fama de la NBA, pero aprovechó su beca universitaria para zambullirse en una clase “prohibida”. Lo hizo, según cuenta su profesor, no sólo para desafiarse a sí mismo, sino también para romper el prejuicio de que los atletas toman ese año universitario obligatorio para vivir entre fiestas y fraternidades. Un estigma todavía más marcado en el caso de los atletas negros.

En esa clase, el joven Jaylen se movió entre autores que indagaban entre el racismo, la pobreza, la desigualdad y la injusticia social.  Pero la educación y la curiosidad vienen desde la cuna. Como varios deportistas negros de elite en Estados Unidos, Brown fue criado por una madre soltera. Y mientras que la genética atlética pudo haber sido heredada de su padre (exboxeador, campeón del mundo), el apego por los libros y por preguntar de más llegó de su madre, Mechalle, profesora universitaria. Fue ella quien empujó a su hijo a no quedarse únicamente con el engranaje educativo orientado al deporte -tan bien seteado en el sistema estadounidense- que se les brinda a los atletas superdotados. Así fue que, mientras que llenaba estadios y recibía ojeadores en sus partidos de basquet secundario, Brown también se hacía un tiempo para capitanear el equipo de ajedrez de su colegio.

Hace poco tiempo le preguntaron, en Harvard, por la dictomía entre inteligencia y atletismo: con qué se identificaba más. “Para ser honesto, nunca le doy a nadie una respuesta directa porque odio la dicotomía. Odio el hecho de que tenga que ser uno u otro. Odio el hecho de que no hay posibilidad para ambos", fue su repuesta.

Boston y racismo, un puente que Brown prefiere quemar

Brown fue seleccionado con el pick 3 del Draft de 2016. Ahí se calzó la gorrita de los Celtics y sonrió.

Una foto para la historia. Brown en el Draft con Adam Silver

Boston, sin embargo, no es un destino más. Primero, por la exigencia. Basta con ver el techo de su estadio para saber que es la franquicia más ganadora de la Liga, junto a los Lakers. Hasta la camiseta alternativa está diseñada con el típico banner que usan para recordar los trofeos.

Pero también por la historia de los habitantes de la ciudad con los atletas negros. Es que se trata de una localidad con una clara cultura católica -las raíces están en su vasta inmigración irlandesa- y sus ciudadanos son conservadores por excelencia, pese a estar rodeada de universidades "progres" como Harvard o el MIT. 

Bill Russell puede dar fe de aquello. Una de las leyendas del básquetbol estadounidense y el más ganador con los Celtics padeció las mil y una en la misma ciudad que se llenaba de anillos con su juego. Por ejemplo, según contó su hijo, cada vez que se iba de gira con el equipo, volvía a la ciudad su casa vandalizada. ¿Los motivos? El mero hecho de ser un atleta negro que peleaba por los derechos civiles en la década del 60’.

En la actualidad ya no se viven esos episodios, pero la violencia y el racismo es algo que no se quita ni con agua ni con jabón. Fue Lebron James quien alzó la voz para denunciar las agresiones racistas que suele sufrir cada vez que juega de visitante en el TD Garden, el estadio de Boston. Y, en efecto dominó, varias estrellas alertaron el uso de la n-word por parte de los hinchas verdes, en especial de los blancos.

“Creo que pintar a cada aficionado de los Celtics como racista sería injusto. Sin embargo, Boston tiene mucho trabajo por hacer, no hay duda”, explica Brown. Y pasó del dicho al hecho con la creación del programa Programa Bridge, que asesora a jóvenes negros que sean estudiantes de secundaria de Boston y estén interesados ​​en seguir carreras en programas STEM, un acrónimo para englobar los estudios en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática.

Brown también es el mismo que se decidió por Berkley -por encima de universidades mejor rankeadas en básquet como Kentucky o North Carolina, donde jugó Michael Jordan- por ser la casa de estudios en la que, por ejemplo, se organizaron los Panteras Negras, o ser la misma donde Martin Luther King Jr habló frente a una multitud de estudiantes. Mucho tuvo que ver que Berkley sea el alma mater de Shareef Abdur-Rahim, un exNBA que siempre fue mirado de reojo por sus posturas políticas y religiosas.  

Brown tampocó dudó en manejar 15 horas de Boston a Georgia (su ciudad natal), tras la muerte de George Floyd, para encabezar las protestas.

Cuando es consultado por sus acciones, Jaylen retoma un consejo de su madre. “No importa que tan alto seas y qué tan bien jueges, el básquet es lo que haces, no lo querés. Eso se mide por la huella que dejás en el mundo. Y para verdaderamente dejar una huella hay que hacer lo correcto y denunciar lo incorrecto”, es el mantra que le repitió Mechalle, según confesó a The Ringer.

De Irving a Ye

En el camino, Brown tampoco quedó lejos de las controversias. Fue uno de los poquitos jugadores que criticó la sanción a su amigo Krie Irving, multado por la liga por darle retuit a una película antisemita. También lo apoyó cuando Nike le bajó el contrato después de su campaña antivacuna: En venganza, ambos  taparon los logos de la marca en sus zapatillas en el All Star Game.

Pero el escándalo mayor lo pasó junto a otra estrella, esta vez, del mundo del rap. Ocurre que Brown se alió con Ye -antes conocido como Kayne West- cuando el artista lanzó su marca Donda Sports. El alero fue la cara de las nuevas zapatillas, a la vez que se metió en la escuela religiosa (¿o secta?) que creó Ye. El plan educativo para guiar a la nueva generación quedó en veremos luego de que el músico entró en un espiral de racismo -llamó a la esclavitud "una elección"-, antisemitismo y agresiones a Kim Kardashian, su exmujer y madre de sus hijos.

Brown no supo, no quiso o no pudo romper a tiempo su contrato con Donda Sports. Y cuando lo hizo, fue bastante contradictorio.

Criado en la cultura hollywoodense, a los yankis les encantan las historias de redención. Y ahora Jaylen parece vivir una. Tras el trasfondo de Irving y Ye, la espuma bajó, Brown siguió con su activismo -además de convertise  en el vicepresidente más joven del sindicato de jugadores- mientras que se edificaba como una de las estrellas de la liga.

Finales de la NBA

La temporada de Boston viene siendo de ensueño. Salió primero en la temporada regular, con un equipo orientado, en gran medida, al spacing, a que lluevan los triples y en la que la batuta la dirijan primero Batman (Jayson Tatum) y después Robin (Jaylen Brown).

En los Playoffs pasaron casi de taquito hasta las Finales, con series en las que Brown dio un pasito más: ya no solo se moldeó como solo un two way player y, gracias a que en defensiva tiene el soporte de Jrue Holiday, el alero convirtió tanto o más que la otra superestrella, Tatum. El MVP de las finales de Conferencia que recibió Brown es una muestra de ello.

Lo último que queda son los Mavericks. Y en estos tres partidos, la figura de Brown se acrecienta por los roles que le designó Joe Mazzulla. Es que sus tareas son nada menos que marcar al talento generacional de Luka Doncic, el esloveno que maravilla a la NBA, y en ataque tener gran parte del tiempo la pelota en sus manos.

Así las cosas, Boston está 3-0 y un triunfo más lo ubica como campeón. Como pieza esencial está Brown, el jugador que asustó al negocio por ser inteligente. Quizás demasiado.