En la esquina de Mario Bravo y Sarmiento, a una cuadra de la Plaza Almagro, el lavadero Chirola sigue su actividad en el corazón del barrio, como hace cuarenta años. Sobre las rejas de una de sus vidrieras cuelgan decenas de macetas con distintos tipos de plantas que conforman la otra unidad de negocios del local: un vivero. Lo que pocos transeúntes saben es que ahí dentro opera una de las bandas de culto del rock argentino -pregúntenles sino a La Renga o a Las Pastillas del Abuelo, que la viven recomendando-: La Condena de Caín armó su búnker, coronado con una sala de ensayos en el subsuelo.

"Me crié entre canastos y lavarropas, pero además venían artistas, pintores y músicos a charlar o a tomar un mate, porque antes el barrio tenía una cosa tanguera mucho más presente, sobre todo en la época del Abasto que describió muy bien Luca Prodan en la canción de Sumo dedicada al barrio; así que el local también fue una especie de centro social y cultural", agrega Matías Westerkamp, guitarrista y cofundador del grupo que este sábado 15/6 celebrará en Uniclub (Guardia Vieja 3360) sus primeras dos décadas, tras armarse como producto de la unión de dos conjuntos preexistentes, La Marca de Caín y La Condena de Sigfrid.

"El lavadero lleva el seudónimo de mi viejo, que fue militante político toda su vida y lo abrió con mi mamá después de estar preso durante la última dictadura. Pasó por las cárceles de Rawson, Sierra Chica, La Plata y Devoto, donde conoció al que luego sería mi tío; y, a través de él, a mi vieja", relata Matías, hijo de Gustavo, quien fue detenido en octubre de 1975 tras presentarse a la revisión médica para cumplir con el servicio militar obligatorio. Chirola estudiaba Economía y pertenecía al PRT-ERP en tiempos donde no solo arreciaba la Triple A, sino que también ya operaban los denominados "Decretos de aniquilamiento".

Todo ese arco narrativo entre el laburo, el arte y la militancia influyó en el desarrollo de La Condena de Caín desde su minuto cero: "Sawa Mielnik, el cantante, se vino desde su Puerto Madryn natal a Buenos Aires en 2004 y no solo se sumó a la banda, sino también al local, porque necesitaba laburar. Entonces mi viejo le enseñó a arreglar máquinas para otros lavaderos. Generaron un vínculo afectivo muy lindo también desde lo emocional y lo ideológico. Sawa fue quien agregó el vivero, porque su familia tenía algunos en Madryn".

La Condena de Caín se completa con el otro fundador, el bajista Marcelo Di Giovanni, más la tecladista Damaris Pozner y el baterista Mauro Cognini, ambas incorporaciones en pandemia, tiempos que pusieron a la banda a prueba. Aunque no fue la primera vez: su show debut fue dos semanas antes de Cromañón y la tragedia los obligó a reconfigurar su hoja de ruta en una escena rock devastada. Unos auténticos sobrevivientes a las catástrofes. "Para vivir hay que sobrevivir, y eso es lo que sentimos que hacemos, buscando siempre que eso se convierta en un pulso creativo", confirma Matías. "Creo que la capacidad del artista es hacer esa alquimia y poder convertir el dolor en aventura, y la carencia en potencia. Ha sido una característica nuestra a lo largo de los años y lo que nos permite seguir juntos pensando canciones, discos y shows o cualquier otra locura que se nos ocurra."

Foto: Cecilia Salas

Al otro lado de los cataclismos, el actual combo de La Condena sostiene un repertorio repartido entre cinco discos y el reciente EP Altamar, que incluye una balada (la que da nombre al lanzamiento), un rock de estribillos épicos (Resistir) y una oda a las melodías (La aventura de las cosas). Ese profuso inventario artístico sintetiza los principales talentos de una banda que se mece entre buenas poesías, valiosas composiciones e himnos para cerrar los puños al cielo.

Y así como el lavadero Chirola es el epicentro operativo, La Codena de Caín estima a Uniclub como su "segunda casa", toda una muestra de fidelidad barrial para un grupo que pisó todos los escenarios porteños imaginables, entre ellos los más encumbrados como Obras, el Malvinas Argentinas, El Teatro Flores o La Trastienda. "Por empezar, el Uni queda en el Abasto, a pocas cuadras de donde tenemos la sala. Un lugar con mucha historia: antes era Babilonia y Los Piojos lo posterizaron en esa canción que también nombra a la calle Guardia Vieja. Nos criamos ahí, así que es hermoso poder festejar nuestros 20 años en ese escenario", dice Matías.

Además de esta celebración con "un montón de amigos, invitados y compañeros de ruta", según agrega el guitarrista, la banda presentará una de las canciones que ya grabaron en el estudio Unísono de la familia Cerati bajo la producción de Juan Pablo Alfieri (baterista de Todo Aparenta Normal) y que formarán parte de un inminente nuevo disco.

  • En Altamar cantan que "siempre en la locura está la libertad". La canción fue compuesta hace dos años, pero hoy la palabras “libertad” intenta ser reapropiada por la derecha. ¿Cómo ven eso?
  • Las disputas empiezan por el lenguaje: uno empieza cediendo en las palabras y termina cediendo en los hechos, decía Freud. Nosotros damos una disputa de las palabras y de los conceptos que nacen de ellas, obvio. Y la palabra "libertad", que ahora se la apropiaron estos que están de paso, tiene un montón de historia y un montón de cuerpos que pusieron su vida por eso. Nosotros la disputamos desde la poética. La palabra "locura" también, porque vivimos en una sociedad ultra calculada, racionalizada, donde todo tiene que ver sólo con la eficacia y con la ganancia. Pero, para nosotros, en la locura está un poco la salida de eso, sobre todo cuando estimula la creatividad. A pesar de que también se la haya apropiado el monigote que tenemos de presidente.

  • La Condena es una banda sociable y querible, y muchas veces señalás que se sienten parte de la música popular argentina, entendida también como un fenómeno colectivo.
  • Nos sentimos parte de un árbol genealógico que es la música popular argentina, porque el rock pertenece a ella. Especialmente el que nos crió a nosotros: Los Redondos, Los Piojos o La Renga, que son una especie de maestros y de hermanos mayores, nos ofrecieron en nuestra adolescencia una visión que se oponía al "sálvese quien pueda" del neoliberalismo de los '90. Y en una época como la actual, en la que hay todo un discurso dominante donde lo importante ya no solamente es salvarse solo, sino pisarle la cabeza al que está abajo, para nosotros la música es un fenómeno colectivo. Admiramos mucho, aprendimos y nos sentimos compañeros de ruta de El Bordo, Nagual, Cielo Razzo, Eruca Sativa o Marilina Bertoldi, entre otros y otras. Cuando uno compone una canción, nunca está solo, porque en tu cabeza habitan todos estos artistas que te están hablando y te están diciendo algo. Eso es lo que consideramos parte de una tradición: en la canción argentina hay un vehículo de emociones que me parece medio inigualable, y en ese sentido nosotros hacemos un homenaje a la melodía, que es la que nos mueve y nos transmite cosas.


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