Dicen que los argentinos tenemos vocación de futbolistas o de entrenadores. Yo creo que más bien tenemos vocación de médicos, porque basta que uno tenga un dolorcito y lo comente para que a todos, lejanos y cercanos, cultos e ignorantes, les salga el emérito de adentro y nos llenen de consejos sanadores.

No importa si la persona que aconseja no conoce el cuerpo humano, no terminó la secundaria y no leyó un libro en su vida. Igual te aconsejará lo que debés tomar, por qué ese doctor no te conviene y (sobre todo) qué medicina alternativa tenés que adoptar en tu vida.

Debe ser una derivación de no haber jugado lo suficiente al doctor con la prima cuando eran chicos. Ya se sabe, el que no lo juega de chico, quiere jugar de grande. Así es como te aconsejan alegremente té de orégano o “un enfoque holístico”, como si alguien supiera qué es eso.

Incluso hay gente que tiene libros que le dicen lo que sufrís. “La enfermedad como camino”, por ejemplo, donde vos buscás lo que te duele y el libro te da la posta. Así no necesitás ir al doctor. ¡Qué bueno! No importa si el libro se escribió en Alemania hace setenta años y vos vivís en Ceres hoy. No, vos tenés esto, ¡lo dice el libro!

Lo que pasa es que la medicina es un negocio, dicen cuando preguntás por qué el osteópata al que te mandan sabría y el médico al que vos estás consultando no. Claro, eso lo sabemos todos. Por eso, si estoy pagando, quiero resultados.

Y luego, cuando ya no hay receta salvadora, llegan las palabras mágicas: “¿probaste hacer terapia?”. Pero el problema que yo tengo son los juanetes que no me dejan caminar. Es que a lo mejor tenés es ir al fondo de tu infancia a ver si los juanetes no tienen que ver con la bicicleta que no te regalaron para navidad.

¿De dónde y cuándo nació esa idea de que todas las dolencias y enfermedades son causadas por uno mismo contra uno mismo? Ya la culpa no la tienen los virus, los estreptococos, ni siquiera la contaminación, que (al menos según se sabe) te puede joder los pulmones. No: es culpa de tu cabeza, es culpa tuya, sea lo que sea que sufras.

Lo que pasa es que lo que vos querés es tapar el síntoma, te dicen. Claro, porque justamente lo que me molesta es el síntoma. “Es estrés”, doctor. La gente entra a la consulta con el diagnóstico en la boca. Y todo lo que quiere es que el doctor ratifique eso y lo mande de regreso a la casa

Ni hablar del lío que se arma cuando alguien consulta en Google sobre lo que tiene. Desde tortícolis hasta una enfermedad de esas que la tienen dos o tres personas en el mundo, todo es posible para los mismos síntomas. Un doctor a mi derecha, que me quedan dos minutos de vida. Al final, todos somos como ese periodista que diagnosticaba por televisión.

Después nos quejamos de que haya gente que se esté llenando de oro con consejos del estilo de “La salud está dentro tuyo. Búscala”. Ha muerto gente por buscar en el lugar equivocado. Steve Jobs quiso curarse un cáncer tomando jugos naturales. Bueno, no funcionó.

Ahora, Chiabrando, ¿vos estás queriendo decir que la medicina es lo único que hay? Claro que no, pero si me quiebro la pierna, prefiero que me atienda alguien que estudió cómo son los huesos de una pierna y no un “coach ancestral ontológico”.

Sí, ya sé que la medicina (también) es un negocio. Pero lo otro también es un negocio, paganos míos. Vean si no, la cantidad de cursos y de gente que pone guita en constelaciones familiares y en sanaciones mágicas o brujas. Un negoción.

Al final, cuando las papas queman, todo vamos al doctor calladitos. Y ojito con que no nos recete remedios. Nada de que te diga métase en la cama dos días y tome mucho líquido. Ah, eso no. Yo quiero remedios, doctor, que para eso pago. Quiero que me cure de prepo.

Así que yo no los escucho más y me encamino muy orondo a mi visita al doctor. La secretaria me recibe. ¿Qué? Quince mil pesos la consulta. Deje, que con un poco de sana, sana, colita de rana me voy a sentir mejor. Mi abuelo se curaba tomando Ferro Quina. Voy a darle al vino caliente. O al Fernet. Nos vemos en mi próximo síntoma.

 

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