Gabriela Radice no le tiene miedo a sentir. Tampoco a expresarlo sin eufemismos ni imposturas propias de esta época de felicidad pasteurizada y búsqueda de clicks. La periodista cultural se animó a dar el salto: de contar la vida de otros, de darle micrófono a cuánto artista independiente o consagrado trasciende en la escena cultural argentina, pasó a expresar su propia voz. Y lo hace como vive: gritando, a flor de piel, sin buscar la complacencia y creyendo -pese a la realidad que a veces se empecina en contradecirla- que solo el amor será capaz de salvarnos. Algo de su mirada sobre este mundo roto sobrevuela Mugre, o mil formas de estrellarme (Editorial Hormigas Negras), la novela con la que la Radice debuta en las letras vomitando lo que siente. Casi como un mecanismo de defensa.
“No existe especialidad clínica para poder indagar el alma. Quizá lo más parecido sea escribir. Nos vemos en el corazón de Gabriela. Nos vemos en la cabeza de La Radice. Nos vemos en el pogo”. Las palabras de Leonardo Oyola en la contratapa de la edición son un invitación a entrar al universo ficcional de Paula, una productora cinematográfica que vive el mundo sin medias tintas, cuestionando sus absurdos bien pensantes y civilizatorios, pero sin resignarse a cambiarlo. O, al menos, a poder cambiar su propia vida, plagada de golpes, frustraciones, desplantes, amores ligeros y heridas que dejaron mucho más que una marca visible. Una mujer que, pese a todo, no quiere perder la sensibilidad ni la ilusión del deseo que le brinda un corazón que aún late. Fuerte. Tal vez más de lo que el sistema demanda a sus ciudadanos narcotizados.
“Siempre hubo una intención de escribir, pero el pudor, la vergüenza y la autoexigencia, el no te animes, me habían retrasado el impulso”, le cuenta la periodista de la TV Pública a Página/12. “Pero en un momento, creo que impulsada por la pandemia, por esa cosa de aferrarse a la vida y valorar el minuto presente, se me hizo necesaria la primera voz, la voz propia. Me encanta contar la vida y los trabajos de los demás, pero yo también necesitaba decir lo mío. Necesitaba hablar sin impostar el cerebro. Y ahí fue que por cuestiones laborales me crucé con Andrea Álvarez Mujica, con quien hice un taller de escritura y se convirtió en una gran guía para que lo que quería gritar tomara forma de novela. Escribir fue como una pulsión casi compulsiva, que es una marca registrada también en mi ser”.
-¿Cuán alejada de vos está Paula, la protagonista de Mugre?
-Paula tiene un montón de pensamientos que me son muy cercanos, así como también atraviesa situaciones por las que pasé. Construí un mundo ficcional a partir de lo que soy. A la vez, hay pensamientos y acciones de la protagonista que yo no haría nunca. Paula puede pensar la realidad, puede amar el arte, puede encontrar belleza y éxtasis en el cine y en un pogo, puede intentar construir un mundo mejor desde el amor de mirar a los otros y tratar de cambiarlos… Ella tiene una mirada real, muy cercana a la mía, pero Paula tiene una pulsión erótica que es muy alejada a mi forma de vida y que me permitió jugar más fluidamente.
-¿Esa faceta te alivianó el camino?
-No, todo lo contrario, porque soy una persona recontra tradicional, muy aburrida y con muy pocas relaciones amorosas a lo largo de mi vida. Muy alejada de esta Paula, que va y viene, salta y no para de querer buscar vínculos. Lo que me acerca mucho a Paula es el deseo de querer mover el mundo; no solo el sexual sino el deseo como una fuerza motora. La incompletud, el error, la falla, nos hacen seguir moviéndonos. Hay algo de belleza en la imperfección de la vida. Necesitaba que el deseo se manifestara. Tanto Paula como yo creemos que la humanidad está vencida, flojita de papeles… No concibo que haya un ser humano que no se conmueva con la música. Y parece que ahora hay una generación entera que no se conmueve ni con la música, ni con libros, ni con arte… Hay una humanidad vencida.
-Una generación que, tal vez, se conmueve con el rendimiento de las criptomonedas o las apuestas.
-Claro, es otra generación de humanidad. Una, por cuestiones de supervivencia, no quiere quedarse afuera de eso, pero tampoco quiere perder lo otro. Me niego a perder la humanidad que supimos conseguir.
-Comprender lo nuevo sin que eso signifique olvidar el pasado.
-No, lógico. Sobre todo lo vinculado a la belleza, a la sensibilidad, a la capacidad de ser permeables a que te entre algo que te modifica para bien la existencia. Las nuevas generaciones arman mundos chiquititos, amplificados por las redes, donde prima el individualisimo y se potencia el egocentrismo. Eso a mí me duele.
-Esa mirada crítica está presente en la novela, sin embargo la protagonista sigue buscando, no se resigna. ¿Elegiste voluntariamente esa perspectiva o simplemente fluyó en la escritura?
-Salió así, porque lo que pasa en el mundo no debe paralizarnos sino estimularnos. Paula vive acumulando mugre, sobre todo emocional, pero sigue deseando, soñando. Aún siendo un cuerpo lleno de dolor. A ella le subyace un episodio de violencia de género que la marca. Episodios de violencias no percibidas en el tiempo en el que fueron padecidas, pero que no se olvidan. Yo pongo verdad en esa acción que le ocurre a Paula, pongo mi verdad ahí… Hay que hacer un gran trabajo para asumir esa mugre, que es lo que te va separando de que aparezcan otras personas, porque no querés que te lastime nadie más. Una vez que una mujer es lastimada, es muy difícil la vinculación a lo largo de su vida. El fantasma es permanente, vuelve todo el tiempo. Sobre todo cuando son episodios de violencia en la prepubertad. Recién ahora se están abriendo las puertas para poder hablar. Los caminos son muy difíciles, las violencias son muy oscuras, no es grato transitar ese camino… Me pareció que la ficción era un buen lugar para poder decir que, más allá de todas las mugres con las que cargamos, es importante saber que se sigue. Lo escribí en la novela y me lo digo a mí todos los días. Aunque duela, hay que asumir la voz propia. Esa también es una manera de sanar.
-Ponerle situaciones propias y oscuras a un personaje ficcional, ¿te sirvió para aligerar la carga emocional?
-No, tengo miedo todo el tiempo, no me aligera ninguna carga. No, hay miedos que no superás nunca. Y el único compromiso es que no vuelva a pasarme. Y a su vez, querer seguir contactándote con gente, porque no estoy para clausurarme, para no vivir por culpa de lo que me hizo un hijo de puta. Fue muy fuerte. En el taller de escritura, llegué a lugares donde no llegó ni la terapia. Hubo un momento en que escribí un episodio y me di cuenta de que había salido la mugre. Mugre es una ficción chiquita, pero que por lo que pude expresar, para mí es enorme.
-¿Creés que Mugre es una novela que surge de un ofrecimiento personal pero también de un contexto cultural que la permitió?
-Sí, claro. Muchos no salían por trabas de uno, pero también por la perspectiva. Por ejemplo, yo me casé y me separé al día siguiente. ¿Qué me pasó? ¿Qué no pude soportar? Y hoy sé lo que no puedo soportar, pero en aquel momento, te vas mintiendo, construyendo ficciones, te ponés patitos en la cabeza y te decís ”estamos mejor”. Hoy siento que debo estar mejor por mí, no por los demás. Lo que aprendemos al final del camino es que no vale la pena sufrir y que hay que aprender a ser permeable de nuevo.
-En Mugre está muy presente el arte por medio de diversos recursos literarios pero sobre todo en la cabeza de la protagonista, en sus reflexiones y en las situaciones que vive. Incluso, hay un código QR impreso en la edición con la banda de sonido del libro. ¿Sos de las que ve el mundo a través del arte?
-El arte es mucho más que un recurso literario en mi vida: es una manera de transitarla. Una canción, una obra de teatro, una película son para mí una divinidad. Me conmuevo seguido viendo teatro o escuchando canciones. El arte me permite celebrar el minuto presente. No puedo evitarlo. Quiero contagiar eso. A lo largo de toda mi carrera periodística, siempre traté de contagiar que una canción te salva la vida. Yo era una pibita re depresiva, una adolescente con mil quilombos en la cabeza, y a mí me salvaba ir con 13 años a ver 9PM en vivo, y me plantificaba en la radio y miraba los shows en vivo que había. Hay algo de eso que es mi convicción, que un libro, una obra de teatro, una película, una canción, te cambian químicamente, te mejoran. El arte hace que la tortuosa existencia sea un poco mejor.
-Ray Bradbury dijo alguna vez que había que “inyectarse de fantasía para soportar la realidad”.
-El arte es hoja de ruta, casi que mapa astral, como algo bien cósmico. Cada una de las cosas que veo o me pasan, las relato a través del arte en mi cabeza. Mi convicción es que el arte, cada una de sus manifestaciones, incluida la televisión, todo lo que genera una pasión, una conexión, te tiende puentes para tener una vida más bonita. El arte hace emerger el aspecto más aniñado de todos, nos permite jugar: cuando entramos a un concierto o un teatro o lo que sea, ingresamos a otra dimensión. El arte es una puerta maravillosa. Quienes lo difundimos debemos tirar artillería pesada para que cada vez hayan más espacios culturales, para estimular el acercamiento al arte, para que podamos expresarnos y sacar toda la mugre que acumulamos.
Condicionamientos
El desguace de la TV Pública
Radice es una de las caras más reconocidas de la TV Pública, el canal en el que se desempeña como periodista cultural desde hace casi 25 años. La periodista ve con preocupación el avance del gobierno nacional contra los medios públicos. “Son muchos años, vi muchas gestiones, muchos intentos de destrucción y también intentos de sostener una televisión plural de verdad. Esto que estamos asistiendo ahora es preocupante, inédito. Hoy solo hay en vivo cinco ediciones de noticieros, breves y no con la línea editorial que responda a la libertad periodística con la que solemos trabajar. Nunca vi esto de tener tanto condicionamiento en lo que hay que decir, tanto condicionamiento en lo que se puede cubrir y lo que no. Y uso condicionamiento por ser liviana”.
-¿Por ejemplo?
-El día de la mujer no se cubrió la marcha, tampoco cubrimos el lanzamiento del “Teatro x la identidad”, como hicimos siempre. La orden es no cubrir manifestaciones que no estén en sintonía con la política de este gobierno. La situación es de parálisis de los estudios, parálisis de los programas de artística y parálisis de ficción, parálisis de un montón de compañeros que están sin trabajar y con la cabeza al mango. Esto explota. Es tremendo. El ánimo esta por el piso. Tengo trabajo, pongo el dedo para entrar, pero con poca tarea. Nosotros abrazamos el trabajo de la televisión pública, que tiene que ver con el federalismo, con el pluralismo, con la diversidad y con la libertad. No poder trabajar en ese marco nos hace estar fallando a nuestro compromiso con las audiencias… Nosotros no inventamos cómo son las televisiones públicas en el mundo: son así, tienen un compromiso. Los trabajadores padecemos todo eso. El compromiso de la Televisión Pública hoy en día en la pantalla no está, hay otra cosa. Es una situación muy delicada anímicamente y de fragilidad económica también, porque obviamente nos sacaron las horas extras y se resintieron nuestros sueldos. La amenaza de cierre es realidad. Se observa en la pantalla de la TV Pública.