Leticia Coronel es directora, dramaturga y docente. Por su obra Estoy acá sin fin, escrita, dirigida y actuada por ella, que actualmente se presenta en Estudio los vidrios los domingos a las 19, recibió el premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia. Se trata de una creación honda y honesta, que nació con el principal objetivo de la autora de compartir algo con su hija Amanda y actuar juntas. “En mi mente estaba la idea de que le iba a encantar hacer esta obra conmigo. Me imaginé más que nada desde el amor, que podía llegar a ser algo lindo para ella”, relata.

Sin embargo, ese deseo fundante se frustró, porque según cuenta Coronel, su hija preadolescente le puso un límite, y esa obra se transformó en otra diferente, finalmente interpretada por cinco actrices y bailarinas: Nazarena Amarilla, Maira Annoni, Blanca Anzoategui, Damiana Gamarra y Jennifer Hernández. Todas ellas guiadas también por la dirección artística de Lisandro Rodríguez. “Estoy acá sin fin es un homenaje a mi hija, el gesto de dejarle en papel y obra mi amor como madre para el resto de su vida”, detalla la sinopsis de la obra.

Desde el inicio de la puesta, Coronel se sincera, se para frente al público y cuenta que escribió la obra para su hija Amanda, quien no comparte su pasión por el teatro, que participó en los ensayos iniciales pero finalmente “renunció”, afirmando que ese no era su espacio, ni tampoco quería que lo fuera.

Estoy acá sin fin también podría definirse como una experiencia, atravesada por un proceso creativo "meramente energético", que contiene elementos que no pueden entenderse completamente. “Yo relaciono la obra con el misterio, como cuando se dice 'el amor hace a los padres'. Cuánto es lo que no sabes de tus padres y no lo vas a saber nunca. Hay algo de ese orden, del no saber, que creo que es lo que tiene este material”, expresa Coronel.

-¿Cómo surgió la idea de escribir la obra? ¿en qué momento de tu vida?

-La empecé a escribir hace aproximadamente dos años y medio, y la verdad es que tengo recuerdos un poco difusos. Por un lado, recuerdo que Amanda entró en la preadolescencia y esa pérdida me empezó a doler. No sabía muy bien cómo ganar tiempo juntas. Entonces pensé en escribir una obra con el objetivo de ver si podíamos compartir una experiencia en otros roles. En mi mente estaba la idea de "a Amanda le va a encantar". Pero cuando empezamos a ensayar, Amanda fue muy clara al decir: "Esta es tu vida, no la mía. Este no es mi espacio y no quiero que sea mi espacio". Fue un momento contundente y otro duelo aceptar que este deseo no era compartido. Otra razón, aunque más inconsciente, fue la idea de hablar sobre la culpa en relación al trabajo y la profesión del arte, y cómo eso afecta a los hijos. Me preguntaba qué de eso les queda a ellos, porque a veces puede resultar insoportable.

-¿Y cómo fue el cambio, sin Amanda, hacia lo que ahora es la obra?

-Yo no era muy consciente de lo profunda que era la obra o de su zona más dolorosa. Y cuando ella me dijo que no, empecé a leérsela a amigas, amigos y otros colegas que me empezaron a decir “esta obra es re fuerte, en realidad estás hablando de la muerte, del crecimiento, de un montón de cosas”. Y ahí puse los pies sobre la tierra y me hice cargo del dolor que tenía el material, del miedo más universal de que nada es para siempre, y de que las relaciones más primarias de la familia en algún momento desaparecen. Y decidí dejar la obra en pausa durante unos meses. Después, en noviembre del año pasado, durante un taller de dirección escénica con Lisandro Rodríguez, empecé a trabajar con este material. Durante los ensayos, me di cuenta de que la obra tenía una profundidad que yo no podía controlar. Sentí que era algo más grande que yo, y que las respuestas surgirían durante el proceso de ensayo. Finalmente cuando entendí que tenía que estar presente y contar al público por qué la había hecho, la obra empezó a circular.

-Al principio de la obra decís que se trata de un material frágil, ¿donde radica para vos la fragilidad de la obra?

-Yo siento que la obra en sí misma es un material que está incompleto y que todo el tiempo puede caerse. Es la sensación física que tengo, que si hago un paso en falso se puede romper. Y yo entiendo que eso está asociado a su origen maternal: la obra nació para mi hija, pero ella no está. Aunque están las actrices, la obra respira sobre algo que no pudo ser. Hay algo roto y una sensibilidad sofisticada en su fragilidad. Si haces algo de más, se rompe; un excedente la puede matar.

-La obra trata fundamentalmente sobre la muerte y la maternidad. ¿Cómo fue dirigir una obra que se abre a la vulnerabilidad y expone temas tan personales?

-Al trabajar con amigas, a nivel personal, no me sentí expuesta. Lo que sí, artísticamente fue difícil porque yo sentía que no tenía herramientas para trabajar la obra, porque la dramaturgia estaba incompleta y al principio no entendía cómo se tenía que actuar. Yo hacía unas pruebas muy teatrales que no funcionaban y entonces empecé por partes. Y a partir de miradas y de cosas muy milimétricas fue que se empezó a fundar el material.

-¿Y cuándo sentiste que ya estaba lista para estrenar?

-En enero, cuando volvieron las chicas de sus vacaciones, mostramos uno de los primeros diálogos y sentí que ya tenía la obra, que cuanto más me alejaba de la neurosis, de buscar lo completo en todos los sentidos, más cerca estaba de la obra. Entendí que funcionaban por partes y que después se iba a ir acomodando el todo.

-¿Qué sentís que se llevan los espectadores de esta obra?

-No me esperaba la conmoción que genera en el público. Yo creo que hay algo de la resistencia, al menos en mi caso, que surge cuando hacés algo por tu hija desde una historia personal. Pero cuando te corrés un poco de esa historia personal y te pones en relación con los temas más universales, simples y viscerales del ser humano, es diferente. Ahí empecé a escuchar lo que le pasaba a la gente, y me cuentan cosas del orden de la reparación que me tienen super sorprendida. Es muy loco, porque yo veía la obra como algo roto, y ahora la consecuencia es la reparación.

Estoy acá sin fin se puede ver los domingos a las 19 en Estudio Los Vidrios, Donado 2348 (Villa Urquiza).