Un joven de poco más de treinta años escribe con un estilo alusivo y elusivo. Intenta captar el pulso de la violencia de los años 70 desde una narración coral y fragmentada de crímenes extraños que recrean una atmósfera opresiva: “Con qué palabras poder explicar la calamidad de este momento; con qué, las muertes; cómo poder igualar con lágrimas los duelos pasados. Derrumbada cae la ciudad. Cadáveres yacen extendidos por las calles y las casas y hay algunos que han ido a morir a los umbrales religiosos de los templos”. Luis Gusmán, ese joven que ahora tiene 80 años, publicó su tercera novela, Cuerpo velado (1978) en la editorial Corregidor, con la censura pisándole los talones. La dictadura cívico militar había prohibido por “inmoral” El frasquito, su ópera prima, el 24 de enero de 1977, el mismo día del cumpleaños del autor del más indómito de los clásicos de la literatura argentina. Como si fuera una suerte de eslabón “perdido”, esta novela rara, polifónica, “plagiaria” de Joseph Conrad, nunca se había reeditado en el país hasta que una editorial literaria artesanal, Ninguna orilla, decidió que había llegado la hora de ponerla nuevamente en circulación.
Cuerpo velado --que se presentará este domingo a las 18 horas en el bar Varela Varelita (Scalabrini Ortiz 2102) con el artista plástico Daniel Santoro, creador del dibujo que ilustra la tapa de la nueva edición, y la escritora Esther Cross, autora del prólogo-- podría ser leída como la precursora de “Hay cadáveres”, de Néstor Perlongher, poema escrito en 1982 y publicado cinco años después en el libro Alambres. El editor de Ninguna Orilla, Marcos Crotto, plantea que Cuerpo velado se publicó cuando la incipiente obra de Gusmán estaba censurada. “Luis quería desnudar la violencia de los años 70. Y al mismo tiempo, había que burlar al censor. Había que irse, entonces, a lo profundo, y allá fue”, reflexiona el editor. “Gusmán recrea una ciudad que vive un duelo por la muerte de un cantante de tango famoso. En esa atmósfera de duelo colectivo, distintas historias paralelas y polifónicas se van desarrollando con angustia comprimida: hay crímenes extraños, espiritistas y sectas, cementerios y días de fiesta para recordar a los muertos. Estas historias escritas como en fraseos, como tangos que suenan en una radio nocturna cuya frecuencia inestable sólo escuchan algunos solitarios, van armando un mosaico, un viaje hacia el origen inconsciente de la violencia y desesperación a la que puede llegar el ser humano”.
En la posdata a esta nueva edición, cuarenta y seis años después, el escritor y psicoanalista, que viene trazando uno de los recorridos literarios más importantes y originales de la Argentina con obras como En el corazón de junio, La muerte prometida, La rueda de Virgilio, La música de Frankie, Villa, Tennessee, La ficción calculada, Hotel Edén, Ni muerto has perdido tu nombre, Epitafios, el derecho a la muerte escrita, El peletero, Los muertos no mienten, Avellaneda profana y No quiero decirte adiós, entre otras, revela lo que significó volver a releer su tercera novela. “La corrección, esa obligación incorregible del autor, a veces me hizo abrir los ojos de asombro; y otras, cerrarlos, piadosamente. Para decirlo en términos ‘modernistas’, Cuerpo velado podría estar entre los libros que en algún momento Rubén Darío decidió llamar: ‘Los raros’”.
La novela sólo se reeditó a fines de los años 90 en la editorial de Casa de las Américas en Cuba. “En esta edición corregí algunos fragmentos que eran indescifrables”, reconoce Gusmán. “No se trata de una novela histórica a pesar de que se ocupa de los años 70. Se publicó en 1978, año que de manera insoslayable y por propia decisión lo que sucedía en el país entró en mi vida para siempre. Hoy me convoca la frase de Chesterton: ‘Creo que la dignidad tiene algo que ver con el estilo’. Yo decía que era un libro raro, pero no es así: yo enrarecí la novela para sustraerme a la censura, pero no al costo de ceder la dignidad, ni el estilo”, aclara a Página/12.
En la prehistoria de Cuerpo velado, Ricardo Piglia, Juan Carlos Martini Real, Germán García y el propio Gusmán, que se reunían en la librería Martín Fierro, donde trabajaba el autor de El frasquito, decidieron escribir una novela conjunta bajo la consigna de construir la trama a partir de la lectura del diario de un día. “Esta idea de leer los diarios de un domingo se le ocurrió a Piglia, y justo ese domingo (2 de noviembre de 1975) muere (Pier Paolo) Pasolini”, recuerda el escritor. “Yo andaba con (James) Joyce en la cabeza y los restos que se incineran en la fosa común sino se ocupan los familiares, según decía un aviso necrológico que había leído. Esa persona que figuraba en el aviso hablaba de un pariente irlandés”, agrega y precisa que las novelas escritas entre varios tienen antecedentes “muy fuertes” literariamente.
“Chesterton y Agatha Christie, que formaban el Detection club, escriben la novela El almirante flotante. En nuestro tiempo era al revés: los que poseían ese grado militar eran los que hacían flotar los cadáveres”, compara Gusmán y señala que la otra manera de escribir entre varios era el procedimiento que llevaban a cabo los surrealistas. “En una servilleta se escribía un texto que pasaba de mano en mano y así se iba armando lo que se llamó ‘cadáver exquisito’. Sin duda, dos palabras repugnantes si uno las contextualiza en esa época. No teníamos idea de lo que comenzamos y nunca prosperó”, repasa el escritor.
-¿Cómo fue escribir “Cuerpo velado” en plena dictadura cívico militar? ¿Qué recaudos tomaste para que la novela no terminara prohibida como “El frasquito”?
-Nos arreglábamos con un estilo alusivo y elusivo. En ese tiempo con Germán García y Osvaldo Lamborghini en la revista Literal planteábamos la discusión desde un lugar ectópico porque la revista nunca tuvo un espacio marginal sino que se sitúa como punto de referencia de las cuestiones que se discutían siguiendo la política de escribir entrelíneas.
-“Brillos”, tu segunda novela, la escribiste contra “El frasquito” porque no querías hacer “El frasquito II”. ¿Qué pasó con “Cuerpo velado”?
-Nunca había pensado el título de Cuerpo velado por el pasaje de la luz a la oscuridad. Siempre calculé escribir este libro veladamente como un modo de intervenir entrelíneas y escapar a la censura real que se ejercía de manera efectiva. La sufría en el lugar; de hecho el libro me lo prohibieron en la misma librería donde trabajaba. Velado lo pensaba también por los cuerpos que no se velaban... En otra dirección, para mí quedaba atrás una escritura más cruda y aparecían ciertas veladuras barrocas que están ya en Brillos, pero esto último como parte de mi propia invención; los tropismos de un corpus literario avanzan, retroceden o se coagulan.
-Alguna vez comentaste que con “Cuerpo velado” se termina una serie de novelas en la que la voz ha capitulado. ¿En que sentido la voz capituló?
-Mi primer recurso fue usar esa forma atenuada del plagio, el collage; hay fragmentos de distintos autores que copiaba siempre y cuando concordaran con mi escritura. Cuerpo velado termina con una frase de la novela En el corazón de las tinieblas (de Joseph Conrad): “El horror ¡Ah el horror!”. El personaje de Marlow que recorre todo el río para encontrar a Kurtz cuando finalmente lo avista con su catalejo lo invierte. Es decir, se aleja del horror. En la dictadura no había distancia con el horror. Quizás hoy nuevamente se haya invertido el catalejo.