El pasado familiar vuelve y vuelve porque hay silencios, historias no contadas o deformadas en el intento de encubrir o de digerir lo indigerible. Adriana Pedrolo decidió recurrir a la ficción y crear una novela “inspirada en hechos reales”, para sumergirse en una pesquisa familiar que intenta reconstruir lo no dicho durante años. Así, escribió Padrenuestro (Ediciones Desde el pie), relato en el que revela que su padre, un dirigente del partido comunista muy reconocido en el sur del conurbano --en cuyo honor quisieron nombrar una calle--, una especie de héroe para muchos, abusaba de una hija y un hijo, hermanos de la autora. “Petrone suscitará en miles de amigues, vecines y camaradas lomenses simpatía y pasión, y desde un tiempo a esta parte, encarnará también, junto a aquella pasión, nuestra vergüenza”, escribe Pedrolo.
“Estamos atravesando una época que habilitó la palabra. Yo elegí hacer esta novela para expresar la mía. Hay una vida después del secreto y otra mejor después de los feminismos. El libro relata ese tránsito, tan laborioso como feliz en cierto aspecto”, dice la autora.
Fue una tía quien le confesó lo que muchos ya sabían: “Papá, mi héroe de infancia y de adolescencia. Papá, el sabiondo cebador de mates que recibía a mis jóvenes amigues para charlar durante horas de todo (o casi), se me caía a pedazos. Y con él, mi despreocupación, mi ingenuidad, mi ignorancia protectora. ¿Protectora de quién? se preguntarán ustedes.”
“Una hija que ha querido y admirado a su padre --elogiado dirigente comunista y vecinal-- que de pronto un día ya adulta, descubre el gran secreto. Y sin embargo estamos frente a un texto que escapa a la sordidez del testimonio para volverse un hecho literario”, comenta en el prólogo Alicia Dujovne Ortíz.
Juan Carlos Petrone fue el nombre que eligió Pedrolo para darle a ese padre tan querido como vergonzante para ella desde que supo la historia completa. Adriana Pedrolo es escritora, poeta y cantautora. Y habla en esta nota del difícil camino para sacar a la luz el abuso sufrido por su hermana y su hermano, que incluso era algo que se sabía en el entorno (también en el partido político del padre) y se negaba. La suya es una historia que puede ser leída en el marco de otras denuncias de personajes públicos ocurridas en los últimos, sobre todo ante el avance de los feminismos y el movimiento #MeToo.
Lo que la llevó a escribir este libro fue el hecho de recibir mensajes en Facebook de vecinos, activistas o compañeros de su padre contándole infinidad de anécdotas, recuerdos y experiencias de luchas en las que, decían, habían aprendido muchísimo de su palabra y de su ejemplo. “Yo leía aquellas líneas llenas de gratitud y sinceramente no sabía qué hacer con todo eso. Porque al lado de ese caudal de reconocimiento popular a una vida consagrada a los demás y plasmada en obras, logradas siempre desde el llano, estaba su otro lado, el conocido sólo por los adultos de su entorno familiar y partidario inmediato. Y padecido por mis hermanes, claro", cuenta en diálogo con Página 12.
"Me pesaba tanto agradecer sin más esos mensajes como guardar silencio sin poder responderlos. Entonces me dije que tenía que empezar a escribir sobre esa incomodidad, aunque no supiera en ese momento hacia donde me llevarían la reflexión y los sentimientos. Para ese cóctel de humanidad, la literatura era el único camino”, dijo poco antes de la presentación del libro en Casa Cultural La Pepa Noia, de San Telmo.
Lo más difícil de todo el proceso fue sobrellevar los “conflictos de lealtad” que le surgían tanto en lo afectivo, porque los protagonistas de este libro son o fueron personas queridas, como en lo político ya que sigue creyendo en la nobleza de los ideales populares que encarnaba su padre. Incluso considera que hay que defender esos ideales, también, de los abusadores.
No es raro que un abusador sea justificado por su entorno político y/o familiar, lo que no deja de impresionar en este relato que da cuenta de cuántas personas estaban al tanto de lo que pasaba y encontraban la forma de hacer como que no estaba ocurriendo. Impresiona incluso cómo el partido político lo encubría. “A veces los partidos, los sindicatos, o los clubes --altamente masculinizados-- suelen funcionar desde una lógica utilitaria que admite los abusos de poder de sus dirigentes, incluidos los sexuales. Esto, para conservar privilegios y cuotas de poder que las denuncias públicas de abuso sexual ponen riesgo y algunas veces, en jaque. De allí todos los esfuerzos para proteger a los denunciados y de la peor manera. Por ejemplo, instalando un chantaje culpabilizante: quien denuncia será responsabilizado de atacar un ideario compartido cuando, en realidad, son los abusos sexuales y su encubrimiento los peores enemigos de ese ideario porque lo desmienten en los hechos”, dice Pedrolo.
-Hay una frase muy fuerte para disfrazar lo que en realidad ocurría: “ella (la hija abusada) no lo veía como un padre”. Con el paso de los años y el avance de los feminismos parece que estamos muy lejos de estas situaciones, pero al mismo tiempo todavía persisten y cuesta hablar. ¿Cómo lo pensás?
-En esa época, a mediados de los años sesenta, creo que “el incesto” como tal no era visto por mucha gente como una de las peores versiones del abuso sexual sino más bien como una suerte de desviación rara, impronunciable, que cargaba a víctimas y entorno de una enorme y silenciosa vergüenza. Pienso que esa frase --que mi querida tía pronunció para revelarme un secreto-- era repetida en muchas familias para tratar de poner en palabras lo indecible. En todo caso, hoy sabemos que ese pensamiento manifiesta la sospecha milenaria que pesa sobre las mujeres y que según la antropóloga Rita Segato se encuentra en todos los mitos adánicos fundadores de los cinco continentes. Esa sospecha, esa desconfianza por una falta cometida, un pecado originario que se nos atribuye siempre a las mujeres (y que en esos mitos, un hombre siempre corrige) habilita la licencia de los varones para hacer uso indiscriminado de los cuerpos femeninos o asimilables a lo femenino (personas gays, travestis y trans). Esa frase “ella no lo veía como un padre” banaliza el abuso incestuoso, equiparándolo a una relación sexual cualquiera, sin reconocer la disparidad de poder entre un padre y una hija. Incluso, responsabilizando a esta última de haber “seducido” a su progenitor para que este la abuse. Además, omite un hecho fundamental y muy investigado por Rita Segato: la violación no es provocada por una atracción sexual irrefrenable sino por una necesidad de sometimiento y dominación que es lo que verdaderamente excita a violadores y violentos.
-¿Qué esperás que pase cuando se difunda el libro?
-Con que sirva para disparar un intercambio de ideas y reflexiones en un diálogo sincero y liberador, me contentaría. En mi familia el libro --que dediqué a mis hermanes-- fue bien recibido. Y según mis hijes y sobrina, permite reconstruir un rompecabezas al que hasta entonces le faltaban piecitas importantes. Algunos, como mi hermano, me dijeron “Gracias y dale para adelante, nomás”. Una sobrina lo valoró como un "documento precioso” para la reconstrucción familiar que ella necesitaba. Otros, luego de manifestar su acuerdo con muchas cosas de este libro, apuestan al olvido como una especie de descanso en una fase más avanzada de sus vidas. Este libro lo escribí también para que mis hijes, de 28 y 38 años, puedan leerlo, ahora o cuando lo necesiten. También reaccionaron muy bien. Pienso que en cualquier familia, para terminar con los abusos hay que empezar por nombrarlos, ponerlos en palabras y abrirse a escuchar.
- ¿Estás enojada con alguien?
-Ya no. Esta revelación tardía que conmocionó mi vida es una etapa que este libro aborda y zanja. Eso sentí al terminar de escribirlo: que daba vuelta una página.
Durante la presentación, que se realizó este sábado, la autora estuvo acompañada por Marta Vassallo, periodista especializada en género y artista plástica autora de la obra de tapa; Enrique Stola, médico, psiquiatra experto en violencia de género; Claudia Cichero, psicopedagoga, docente y correctora del libro y Julia Contreras como moderadora.