En el anecdotario del humor gráfico argentino (siempre imaginativo, nunca cruel) se cuenta que en la redacción de la revista Rico Tipo existía una habitación para uso exclusivo del jefe. El jefe era, claro, el dibujante José Antonio Guillermo Divito, Willy para sus amigos. La redacción era, desde ya, una oficina en el imponente Edificio Gloria de la Avenida Roque Sáenz Peña 825 de esta capital, lugar donde nació la publicación en noviembre de 1944 y donde murió en agosto de 1973.

Divito, dicen, justificaba la existencia del misterioso cuarto con dos argumentos: la necesaria cortesía para con las chicas que posaban como modelos, y la búsqueda de silencio para terminar sus dibujos. El primer motivo era indiscutible: al jefe lo visitaban semanalmente muchachas argentinas que soñaban convertirse en “chicas de Divito”.

Pero la segunda excusa nunca fue tomada muy en serio, porque en la redacción se sabía que a Divito no le gustaba demasiado pasar el día sentado frente al tablero de dibujo y que, cuando podía, delegaba el trabajo y se iba a la calle. Amaba el barullo urbano: los aviones que lo llevaban a visitar las ciudades más luminosas del momento (Montecarlo, Ibiza); los motores en marcha de los autos último modelo; el choque de las copas en las grandes fiestas, el swing de las orquestas de jazz, y hasta el rebote de una pelota de fútbol en cualquier playa de Brasil donde solía pasar largas temporadas de descanso.

Es que Divito empezó a trabajar desde muy joven (Caricatura Universal, Sintonía, Patoruzú, El Hogar, Noticias Gráficas, La Razón), a dibujar mucho y cada vez mejor, e incluso empezó a tener sus propios personajes. A los treinta años, soltero y con dinero heredado, se había aburrido de no poder hacer lo que quería y entonces pegó el portazo. Abandonó al pudoroso Dante Quinterno y creó Rico Tipo. A los pocos números el nuevo semanario vendía miles de ejemplares y Divito se dedicó a hacer lo que más le gustaba: dibujar chicas y captar nuevos “tipos” de porteños para convertirlos en personajes: Fallutelli, Bómbolo, Pochita Morfoni o Fúlmine. Todos ellos entraron a trabajar a Rico Tipo sumándose a su genial El otro yo del Dr. Merengue, ese abogado de profesión, conservador de las formas y de las buenas conductas, que, sin embargo, estaba lleno de pensamientos terribles. Pensamientos que la magia del dibujo transformaba en un monstruo (para complicidad con el lector) capaz de gritar verdades sin atenuantes.

Guillermo Divito, el director de Rico Tipo

OSADÍA Y TRANSGRESIÓN

Como editor, Divito hizo escuela y forjó un modelo de revista dando libertad a dibujantes como Adolfo Mazzone, Fantasio, Calé, Mezzadra, Pedro Seguí, Toño Gallo, el joven Quino, Abel Ianiro y Eduardo Muñiz, y otorgando vía libre a las locuras escritas por Billy Kerosene (Luis A. Reilly), Calki (Raimundo Calcagno), Wimpi, Conrado Nalé Roxlo (Chamico), Rodolfo M. Taboada (Juan Porteño), y a la dupla Warnes-Oski en honor a César Bruto.

Rico Tipo movió el tablero e inclinó la balanza del humor hacia “la transgresión, la osadía” apelando a “un costumbrismo más zafado y grotesco”, como bien leyó Juan Sasturain, para así lograr “una revista picaresca, con dibujos y chistes no aptos para toda la familia sino escrita y dibujada en códigos de humor adulto y masculino”. Aquel éxito fue decisivo. En la historia del humor gráfico argentino el semanario no sólo sentó las bases de una nueva manera de reír, sino que sus transformaciones tuvieron notables resonancias en las publicaciones de las décadas siguientes como Satiricón o Humor.

El humorista Geno Díaz retrató el sismo desatado por Divito de esta hermosa manera: “Allá por los años ’40, Buenos Aires era una ciudad de lo más formalita. Vestida de un gris discreto muy paquete, muy de París. (...) Tenía los modales correctos y recatados de una maestra normal nacional en edad de tener festejante. Pero de pronto a esa ciudad circunspecta le nació un duendecillo narigón y travieso. Una suerte de fauno bailarín y divertido que en lugar del caramillo o la siringa llevaba en su mano derecha un pincel mágico y en la izquierda un cigarrillo siempre encendido. (...) Aquel duendecillo, fauno alegre y narigón, ebrio de risa y luna, repintó la ciudad, la volvió colorida y bochinchera. Pintó y dibujó a los habitantes de esta ciudad. Les mostró que eran como eran y no como creían ser. Y les enseñó el bello hábito de reírse de sí mismos que es el comienzo del camino de la sabiduría. A las mujeres les estrechó la cintura, les amplió las caderas, les embelleció las piernas enseñándolas a lucirlas en todo su esplendor acortando las faldas. Les cambió el peinado, les dibujó otros ojos y otros labios. Y a los hombres los desterró para siempre el luto que vestían por la suerte de Milonguita. Les hizo subir la cintura del pantalón hasta el esternón, el ruedo del saco por debajo de las rodillas, los pantalones como bombachas de campo y las corbatas chillonas. A golpes de su mágico pincel les hizo cambiar el peinado y el gesto. Y los enfermó a todos del saludable ejercicio de la risa”.

TRAS LA PUERTA CERRADA

Los dibujos que acompañan este breve texto son apenas una muestra de las 45 escenas (chistes de explícitos asuntos sexuales) que forman parte del libro El otro yo del Dr. Divito, editado por el sello Rayo Rojo (colección Museo Erótico de la Ciudad de Buenos Aires) con introducción y edición de Eduardo Orenstein. Sin dudas una de las novedades editoriales de este año.

El libro reproduce el contenido completo de una serie de dibujos (nunca antes publicados) que aparentemente Divito guardó celosamente, todos juntos y en orden, dentro de un álbum fotográfico antiguo con tapa acolchada de cuero y con hojas interiores oscuras. Todo indicaría, además, que ese álbum estaba escondido tras la puerta cerrada de aquella habitación misteriosa de Rico Tipo.

El álbum con dibujos apareció a principios del ’90. Alguien lo ofrecía por dinero. Orenstein lo vio y le pidió permiso al intrépido vendedor para fotografiar el material. Los originales finalmente fueron adquiridos por un presunto amigo de Divito del que nada se sabe. Hasta aquí los hechos. Pero esos pocos detalles no alcanzan a responder los muchos interrogantes que surgen sobre este trabajo secreto, acaso autocensurado, que no lleva fechas, destinatario ni firmas. ¿En qué año, entonces, se cree que fueron dibujados? Hay varios elementos que indicarían que fueron realizados a comienzos de los ’50: las chicas son más estilizadas y no tan exageradas en sus curvas como en los ’60; se utilizan expresiones típicas de esa década como la lunfarda “amueblada” (telo); y se observan algunos detalles de época en las vestimentas (las pocas prendas que llevan puesta los personajes y las muchas que hay en el suelo). Sin embargo, el dato más certero parece ser la referencia musical al vals “Pequeña” de Osmar Maderna y Homero Expósito grabada a fines del año ’49 y que Divito utiliza en unos de sus chistes como instrumento de medida del miembro masculino.

¿Qué tipos de dibujos son? Son chistes, pertenecen al humor gráfico. Son escenas alrededor del sexo, sin filtro y sin prejuicios; situaciones de una deliberada vulgaridad. Claro que esa vulgaridad está matizada o defendida por el dibujo. No cualquiera puede dibujar tan bien semejantes barbaridades. Los chistes atraviesan todos los tópicos vulgares del sexo: el engaño, el tamaño, la insatisfacción (de grandes y de chicos), y el voyerismo. Los 45 dibujos contienen todas las contraindicaciones juntas sobre los límites del humor de la época. Y se resalta la palabra época, porque sin lugar a dudas cualquiera de esos chistes bien podrían haberse publicado (y festejado) en revistas argentinas de mediados de los ’80 como Sex Humor, por ejemplo. Divito, como ya se dijo, siempre estaba un paso más adelante.

¿Los chistes fueron creados para satisfacción personal o formaron parte de un juego entre amigos? Las conjeturas son diversas. Lo primero que hay que decir como dato importante es que los dibujos forman una serie, es decir, tienen una clara unidad gráfica, delatan dedicación, hay dibujo del bueno, hay ganas de hacerlos, tienen continuidad temporal, y no parecer ser monos para la diversión entre los compañeros de la redacción. Orenstein, en su introducción, propone una respuesta de carácter psicoanalítica a este asunto. Sostiene que en la génesis hay un deseo de exorcizar los oscuros pensamientos que se le presentaban al dibujante entre tantas chicas de grafito. “La pasión por las mujeres forzó a Divito a controlar ‘su otro yo’” arriesga, y por eso decidió titular al libro con una variante de la tira más famosa de Divito. ¿Los dibujos fueron hechos por encargo? Esa posibilidad no debe ser descartada, tampoco la alternativa que sugiere el investigador Miguel Dao, que bien podrían tratarse de un pedido o una muestra para un medio extranjero, ya que Divito solía colaborar bastante para medios de exterior, sobre todo de tinte picaresco.

¿Habrá pensado Divito en publicarlos en algún momento en su propia revista? Cuesta imaginarlo, aunque no se podría descartar que esos dibujos podrían formar parte de alguna Rico Tipo imaginada a futuro. ¿Por qué los guardó con tanto recelo? Si se acepta la posibilidad de que Divito haya escondido él mismo los dibujos en ese álbum fotográfico, es de suponer que el dibujante les otorgaba valor y, al mismo tiempo, advirtiera en ellos un riesgo. ¿Cuál era ese riesgo? La moralina de su tiempo, la posibilidad del desprestigio, de la burla, de la deshonra y de la censura.

¿Debieron ser publicados? La respuesta a esta última pregunta pertenece al orden de la opinión personal porque, como diría Baudelaire: “Tú conoces, lector, a ese monstruo delicado”.

Portada del libro editado por Rayo Rojo

El otro yo del Dr. Divito se consigue en la librería Rayo Rojo (Santa Fe 1670, loc. 21-23) o en su sitio web.