Al pasar por la esquina de 3 de Febrero y Colón, y no ver a Juan, el florista, el espacio vacío irrumpe con la desolación que impacta. Pues Juancito, me decía, que le salía una fortuna comprar las flores que luego no le vendía a nadie, pues la gente elige comer, ante todo.

No habrá manera de soportar ningún asalto de paranoia que supere la actualidad nacional. No se trata de una sensación virtual, es el acoso constante de una política alejada de la humanidad en su centro más primitivo. Es un experimento de un laboratorio universal. Sin caer en suposiciones o paralelismos históricos. Han llegado al poder personajes siniestros amparados en supuestos socios “democráticos”.

En una nación para nada estable, con el asidero moral tan precario como nocivo, es viable que aparezcan estas siluetas tétricas en el poder. Un poder que ha servido poco para fines comunes y solidarios. La idea de la patria deambula ilusoria en parlamentos burocráticos. Lo de “la patria es el otro”, es originario, bíblico. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Sin distinciones, sin partidismos, sin elecciones. Nunca se cumplió. Nunca se cumplirá.

Cuando elegir se trata de descartar por bronca o impotencia, el desenlace resulta trágico en términos de armonía social. Aunque la idea de convivencia social armoniosa no se vislumbre en estas latitudes hace años.

No habrá una salida optima nunca. Las salidas siempre son producto de la desesperación o de la huida necesaria ante un final abrupto. Son en ocasiones limites lumínicos ante situaciones cínicas. Las salidas darán una luz nueva, redentora, hasta encontrarnos nuevamente en hospicios existenciales. Para volver a salir, como en un carrusel apático.

Ningún deterioro debería considerarse ingenuo. Al deterioro físico, se le suma la marginación social. El conclave espiritual de los hacedores de la eternidad jamás será descifrado, pues nunca fue resuelto.

El aquí y el ahora como concepción terapéutica de la rutina andrajosa resulta optimista para aquellos seres que ejercen el dominio de sus facultades mentales. Para la plebe marginada será la tragedia diaria de existir lamentando estar vivo.

¿Habrá alguna manera de suplicar ante las diosas justas una plegaria que aglomere todas las injusticias que padecemos como mortajas en un mundo tan hostil como despreciable?

 

Osvaldo S. Marrochi