A treinta años de que Nelson Mandela ganara las elecciones de 1994 y de que finalizara el Apartheid en 1991, su partido – el Congreso Nacional Africano (ANC) – es una mueca de lo que fue. Para que su presidente Cyril Ramaphosa continuara por segundo mandato consecutivo, tuvo que formar una coalición con la principal fuerza de la minoría blanca, la Alianza Democrática (AD). Nunca antes el ANC había necesitado hacerlo para mantenerse en el poder. Y menos con la centro derecha liberal, que mantiene su caudal de votantes histórico.
Las cifras de aquellos comicios que llevaron a Madiba al primer gobierno negro de la historia, bajaron de manera notable. Del 62,65 por ciento de los sufragios del '94 pasó a un 40,20 en la elección del 29 de mayo último. Ese porcentaje le hizo perder la mayoría en el Congreso y comparado con los años '90 bajó de 252 diputados a 159. Fue su peor desempeño en tres décadas y la confirmación de un giro a la derecha para mantener su economía promercado.
Ramaphosa seguirá por otro período de cinco años de gobierno y jurará en su cargo este miércoles 19 en Pretoria. La inédita situación de una alianza entre el emblemático ANC de Mandela y la AD de John Steenhuisen, un político blanco nacido en Durban en 1976, no tiene antecedentes en el país más rico como desigual de África. Su tasa de desempleo es la más alta del mundo: el 32,9 por ciento.
Qué pasó con el ANC
La fuerza que pacificó el país a mediados de los noventa tras el régimen de segregación racial, perdió demasiado electorado entre los jóvenes. Varios motivos lo explican. Las recurrentes denuncias por corrupción contra sus máximos referentes, que incluso llevaron a prisión al expresidente Jacob Zuma.
Este político que pasó detenido casi diez años junto a Mandela en Robben island, fue expulsado del ANC en enero último y declarado inelegible en los comicios recientes. El motivo: una condena a prisión por desacato de 2021 por la cual solo estuvo encarcelado un par de meses.
Días antes de la votación figuraba en las papeletas impresas como líder de un nuevo partido opositor llamado Umkhonto We Sizwe (MK o la Lanza de la Nación en zulú). Tomó el nombre del brazo armado del ANC durante los años de lucha contra el Apartheid y sacó el 14,58%. Una muy buena elección.
Cuarto salió otro desprendimiento del ANC: Los luchadores por la Libertad Económica, por sus siglas en inglés (EFF), con el 9,52 %. Es una fuerza conducida por otro eyectado del Congreso Nacional Africano en 2012, Julius Malema, un político joven, marxista y con mucha llegada entre los estudiantes universitarios. El día de la votación lucía una bufanda con los colores palestinos. Lejos está ahora del ideario de Mandela y su nación arcoíris. En sus discursos más de una vez pidió “matar al Bóer”, refiriéndose a los descendientes de colonos holandeses y reniega del ANC porque sostiene que abandonó sus valores socialistas.
En una nación de casi 62 millones de habitantes donde el 82 % son negros y solo el 8% blancos, (el 10% restante lo completan otras minorías), el peor resultado electoral conseguido por el ANC se explica básicamente por tres motivos, según el Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata: “denuncias de corrupción para con los altos mandos partidarios, incluyéndose ex presidentes y presidentes en ejercicio de funciones, pero también por una renuencia de la juventud, fruto de la degradación económica y laboral que atraviesa el país. A estos elementos se podría sumar la brecha generacional: hoy en Sudáfrica la juventud que no vivió ni atravesó el Apartheid no se siente identificada por el ANC sino por nuevas fuerzas políticas -algunas reaccionarias-, que emergen en la esfera política nacional”.
El Congreso Nacional Africano con Mandela al frente conquistó el gobierno de Sudáfrica en el ’94 con un 86 por ciento de participación popular. Hoy ese porcentaje apenas alcanzó al 58 %. El bajo caudal de votantes lo explicó Luke Sinwell, profesor asociado de la Universidad de Johannesburgo, en un artículo del 10 de junio publicado en SowetanLive: “Los votantes todavía quieren que el ANC esté en el poder, pero un ANC diferente”.
El grave problema del desempleo en la juventud -el 42% del padrón tiene menos de 40 años – profundizó el desencanto de la base electoral que le permitió al ANC prescindir de acuerdos parlamentarios en el pasado, porque siempre había sacado más de la mitad de los escaños. Se necesitan 201 votos en un Congreso de 400 miembros. El giro en apariencia hacia la derecha no puede decirse que será irreversible en el futuro lejano. El MK de Zuma con su 14,58 % y el EFF de Malema con el 9,52, sumados superan con holgura a la AD del oficialista Steenhuisen, quien ahora colocará ministros en el gabinete. Ese 25 por ciento también refleja el punto de fuga hacia la izquierda en una Sudáfrica donde los blancos siguen ganando cuatro veces más que los negros en promedio.
El acuerdo de gobernabilidad tranquilizó a los mercados y a Estados Unidos. La chance de que el expresidente Zuma y el referente izquierdista del EFF pudieran aliarse, tampoco prosperó aunque no hubieran tenido posibilidades de formar gobierno. Las de mayo fueron las sextas elecciones sudafricanas que, desde el advenimiento del sufragio universal y la caída del Apartheid, arrojaron cinco presidentes: Mandela, Thabo Mbeki (dos períodos, el segundo inconcluso), Kgalema Motlanthe, Zuma y Ramaphosa, quien en 48 horas empezará su segundo mandato.