Ángel “chulo” García, que estuvo a cargo de una agencia de remises en Moreno-La Reja, comenta que la mayoría de los que ejercen el oficio son personas que fueron quedando desempleadas, gente que antes trabajaba en electricidad, arreglos de casa, plomería, construcción. Oficios que con la crisis dejan de tener demanda. Aunque agrega que la mayoría de los remiseros son jubilados a los que no les alcanza con lo que cobran.
Gustavo Tueso, por ejemplo, remisero de Ituzaingó, tuvo comercios toda la vida. Pero hace unos años se divorció y tuvo que alquilar una vivienda y sumar así un nuevo empleo.
Chulo comenta que la historia de las crisis en Argentina está muy ligada a la historia de los remiseros. “Si uno hace un humilde análisis, en la crisis del 89, cuando a la gente la despedían, se compraba un kiosco. Pero eso pasó de moda porque siempre después terminaba dándole fiado al vecino, al pariente que iba y que también estaba mal, y se terminaba fundiendo. Después hubo un proceso, un cambio, ya con la crisis del 2001, terrorífica, por cierto, la gente con ese subsidio que podía agarrar cuando los echaban en vez de ponerse un kiosco se compraba un coche y se ponía a trabajar.”
Agrega que para todos ellos fue una forma de no quedarse afuera del sistema. “Creo que supera literalmente lo que es el hambre. Me parece que también hay una necesidad emocional en ese seguir trabajando, ser parte.” Él también llegó a la remisería por necesidad. “Al principio estuve manejando porque tenía movilidad propia. Pero después pasé a engrosar la gran cartera de víctimas de la inseguridad. Bueno, me robaron, me rompieron el coche, no tenía para arreglarlo, entonces me puse a coordinar en la agencia.” Mientras manejaba, con mucho sacrificio empezó a estudiar psicología, trabajo que actualmente ejerce.
Hoy en día, no es posible comprarse un auto y muchos optan en el mejor de los casos por invertir en una moto o una bicicleta para trabajar en una aplicación. Las agencias de remises, a diferencia de las aplicaciones, donde quienes realizan los viajes y envíos son un número más en una multinacional, siguen logrando construir un sentido de pertenencia y comunidad. “Nos ayudamos entre todos. Si uno logra un buen equipo, digo yo, hay solidaridad y un entender que estamos en la misma línea de trinchera. En el caso mío, cuando yo coordinaba, había choferes que venían y me decían: mirá, estoy atravesando esta situación, ya sea de salud, de él, de algún hijo, de la señora, problemas mecánicos con el coche, problemas del seguro y todo lo demás, y bueno, uno ahí daba una mano. Veía cómo podía acomodarle los números. Para que le sirva a él y le sirva a la agencia, pero para que nadie pierda”, explica Ángel. Tueso dice que además de compartir varias horas con los compañeros en la remisería, suelen juntarse después a cenar los fines de semana, pero ya para hablar de la vida, porque se han hecho amigos.
“En el remís la gente tiene confianza porque te ve todos los días, es distinto. En la app es más frío. Vos en un remís viajás en la semana dos o tres veces con la misma persona. Hay gente que llevo todos los días al trabajo, la voy a buscar, la llevo al médico” reflexiona Tueso. “Hay una mujer, por ejemplo, que tiene una hija de tres años y desde que estaba embarazada que viaja conmigo. Tomás una confianza con esa gente, y ellos la toman con vos, terminas siendo como un amigo de la gente y a veces hasta un confidente.”
Gustavo opina que las aplicaciones las usan más que nada los jóvenes, que ponderan solo llegar y listo. Para García, las apps no hicieron mella en el trabajo de la remisería, aunque confiesa que al principio sí temieron porque ofrecían un precio más competitivo, autos nuevos, siempre perfumados. Había gente que lo consideraba un signo de status o, completa, “un combo disfrutable para lo que es el día a día en el conurbano. Imaginate que hay gente que por ahí no tiene un perímetro cerrado del terreno, pero subió a un coche y tenía aire acondicionado. Entonces eso los atrajo muchísimo, pero después empezaron a percibir que les cancelaban los viajes, claro, porque había barro, porque había pozos, porque no es lo mismo, una calle de barro acá en el conurbano que Avenida Corrientes en el centro”.
García confiesa que también esas molestias aparecían entre los propios remiseros de la agencia. “Por ahí te decían, allá no voy porque llovió y hay barro, allá no voy porque hay pozo y allá no voy porque hay perros, viste, entonces ese tipo de cosas las fui hablando. Entender que estamos todos en la misma línea, identificar que somos todos clase obrera, con algunas diferencias mínimas pero muchas similitudes. Entonces vos tenés un coche pero sos remisero y la persona que vas a buscar es un empleado de un comercio, o empleado de una fábrica, o una pyme, o un docente.”
García explica que no está en contra de las aplicaciones. El problema, dice, es que no hay un organismo que las regule. Ambos coinciden en que el gran punto a favor que tiene el remis frente al Uber es la seguridad. Tanto para los clientes como para los choferes. Los clientes suelen volverse fijos, porque ya conocen a quién los va a ir a buscar y eso les genera confianza. Muchas veces son ellos quienes retiran a sus hijos de los colegios, por ejemplo. En el caso de los choferes también hay mecanismos de seguridad, porque la agencia tiene agendados los números de quiénes llaman y filtran gente.
Por ejemplo, comenta Ángel, “hay zonas liberadas donde la gente va a comprar drogas. No condeno, porque no condeno nada, pero por una cuestión de seguridad sí. Entonces cuando venía el cliente, si era conocido ya sabía que había una cierta zona que no entrábamos, no íbamos.” A quienes llaman por primera vez, les piden una foto del documento, para resguardarse. Si el auto regresa a la agencia, la borran y si no, tienen a dónde denunciar. Los choferes, de esta forma, se sienten seguros. Aclara Chulo que “los choferes siempre sanos, siempre contentos, siempre a resguardo, y también por una cuestión de cuidar al otro, no voy a permitir subir a una persona y llevarla a comprar droga, porque yo miro mi negocio, pero le estoy haciendo mierda la vida a él. Entonces esas pequeñas cositas también fueron asomándose en las charlas que teníamos en la agencia. No es solo por la cuestión de la inseguridad. Sino también para cuidar al otro y cuidarnos. Que se te complique comprar droga. Andá y comete un asado”.
Los viajes en la mayoría son locales, no más de doce o trece kilómetros, porque los recursos no son tan abundantes, aclara Ángel. Viajar de capital a Moreno cuesta cincuenta mil pesos hoy. Mucha gente eso no lo puede pagar, observa. Los dos coinciden en que el aumento de la nafta y el incremento de los costos de los respuestos y el taller, hace que se vuelva complicado para ambas partes sostener los viajes. Nombran que muchos de sus clientes fijos dejaron de llamarlos o los llaman con menos frecuencia. “Vos los ves salir media hora más temprano, empiezan a caminar, se empiezan a juntar las mamás para ir en grupo al colegio, las personas agarran la bicicleta”. El problema también es que no se puede cobrar lo que debería afirman ambos porque “el que estás transportando es tu vecino y sabés la historia y sabés que también está con una mano atrás y otra adelante peleándola como vos, como todo el mundo”.
Gustavo considera que el trabajo sigue rindiendo, ya que hay mucha gente mayor que sigue tomando remises porque es la única forma de movilidad que tienen. Algunos docentes que tienen que dar clases en distintas escuelas, personas que vuelven tarde de sus trabajos. “Acá los colectivos tardan mucho, por ahí tardan media hora, cuarenta minutos, pero es más o menos siempre la misma gente, trabajadores”.
Ángel Chulo García concluye“creo fervientemente en las remiserías de barrio y he trabajado muchísimo para que la gente vuelva a ellas. Es una forma de viajar tranquilo y seguro. De alguna manera se arma un vínculo, una relación familiar en estos tiempos tan hostiles.”