“Solo se entiende lo que se conoce con el cuerpo”. Esta es la frase inapelable que le escribe María a Adolfo Alsina para explicarle por qué no piensa abandonar la “civilización distinta” donde vive junto a los indios, con quienes aprendió “cuál es la relación que la libertad establece con el sometimiento”. En La mujer del malón (Random House) Daniel Guebel reescribe la construcción de la Zanja de Alsina --ese sistema defensivo de fosas y terraplenes con fortificaciones constituido en el oeste de la provincia de Buenos Aires entre 1876 y 1877-- en clave amorosa. Esta extraordinaria y breve novela, lejos de centrarse en el amor como tema exclusivo, despliega una de las tensiones medulares de la cultura argentina, la oposición entre civilización y barbarie, apelando al desvío y el cambio de género. Lo que empieza como una historia de una pasión asimétrica se va transformando en las peripecias de una amistad en litigio, hasta que la aventura deviene una trama de tintes fantásticos que terminará en una suerte de “épica” feminista.
La muralla china invertida
Guebel (Buenos Aires, 1956) repasa el magma de intereses previos que confluyeron en la escritura de su última novela. En esa zona desplazada, como si estuviera en los márgenes de las 126 páginas de La mujer del malón, habita el relato del rapto de las sabinas, un episodio mitológico que describe el secuestro de las mujeres de la tribu de los sabinos por parte de los fundadores de Roma. Está también el típico cuadro de la cautiva llevada en brazos de un indio, “La vuelta del malón”, de Ángel della Valle; y el relato del Comandante Prado en La guerra del malón, donde cuenta su experiencia. “Prado dice algo que me parece fundamental para entender el funcionamiento de la disputa territorial entre indios y blancos y es que el Estado Argentino traicionó todas las promesas que les hizo a los indios porque buena parte de los pueblos originarios estaban dispuestos a canjear leguas de tierra a cambio de beneficios materiales. Cuando esas promesas no se cumplían, venía el malón”, plantea el autor de las novelas Arnulfo o los infortunios de un príncipe, La perla del emperador (Premio Emecé y Segundo Premio Municipal de Novela), Los elementales, Matilde, Cuerpo cristiano, El terrorista, Nina, El perseguido, La vida por Perón, Carrera y Fracassi, El caso Voynich, Ella, La carne de Evita, Las mujeres que amé, Derrumbe, El absoluto, El hijo judío, Un crimen japonés y El Rey y el filósofo.
Habría que añadir a esta serie dos relatos de Kafka: “La muralla china” y “La madriguera”. Pero hay más. “Un día estaba lavando los platos y escuchaba en radio el programa de (Alejandro) Dolina, que citaba una frase de Roca que decía algo así como ‘este boludo de Alsina no se da cuenta de que quiere hacer la muralla china invertida’. Entonces dije ‘acá está la novela’”, recuerda el escritor y agrega que en esa constelación de materiales disímiles se sumó En esa época de Sergio Bizzio, también una novela sobre la Zanja de Alsina donde está la frase de la muralla invertida, “solo que en la página treinta aparece un plato volador y se va por otro rumbo”. La ironía de Guebel se esparce de las páginas de su libro a la conversación con Página/12. “Evidentemente, Roca leyó el texto de Bizzio y me mandó un signo telepático”, insinúa con una media sonrisa el autor de los libros de cuentos Los padres de Sherezade y Genios destrozados, entre otros.
“En el momento en que me senté a escribir estaba el eco de la disputa territorial entre los mapuches y el gobierno de (Mauricio) Macri, cuya ministra de seguridad (Patricia Bullrich) es la actual ministra de seguridad del mileismo. La disputa entre los mapuches y el Estado argentino no tiene resolución posible porque esa discusión es la estructura de la tragedia: hay dos leyes de orden distinto que no tienen conciliación posible. Por un lado, los derechos reivindicados de una población anterior a la existencia del Estado argentino. Por otra parte, la evidencia que no hace falta ni que se diga de que los pueblos originarios fueron derrotados en una batalla. Y siempre el vencedor se arroga el derecho de la fuerza”, advierte el escritor y reconoce que no conocía la existencia del ingeniero francés Alfredo Ebelot, quien tuvo a cargo la construcción de la Zanja de Alsina.
El “no” de la mujer
“Me di cuenta de que construyo sistemas de oposiciones novelescos: el deseo del hombre versus el deseo de la mujer; la posición del naciente Estado Argentino versus la posición de los indios; donde el Estado Argentino excava, los indios construyen túmulos al modo de los chinos”, compara Guebel. El cruce de civilizaciones muestra, desde la perspectiva del escritor, que los opuestos son inconciliables en la disputa territorial, económica y cultural. Pero en La mujer del malón sucede un “efecto” similar a la quijotización de Sancho y la sanchificación de Quijote entre los personajes de Alsina y Ebelot.
-Por su obsesión con María, Alsina, que se supone que es el culto y el civilizado, termina siendo un bárbaro, un salvaje que no entiende el “no” de una mujer y para él ese “no” es un “sí”. ¿Qué reflexión te suscita esta cuestión en el contexto del siglo XIX?
-Se me ocurre que en términos de estructura tradicionalmente el hombre no está preparado para el “no” de una mujer y encuentra siempre explicaciones, atenuaciones o excusas, a tal punto que cuando un hombre se pelea con otro hombre por el amor de una mujer que se ha ido con el otro hombre se enfrentan porque la culpa es del otro, no del deseo de la mujer. El deseo de la mujer para un machista está torcido y hay que enderezarlo. En mi novela el punto de vista es el de Alsina, pero la palabra la tiene María. Además, lo que hace un buen neurótico obsesivo es preguntarse cuáles son las condiciones en que le dice que “no”; seguramente está presionada... Yo hice todo para ganarme el amor de esta mujer tal como ella me lo pidió, entonces ¿por qué no me desea? La respuesta posible sería precisamente porque hiciste todo lo que ella te pedía.
-¿Cómo trabajaste el lenguaje de esta novela en la que aparece la gauchesca?
-No me costó particular trabajo escribir la novela. Tenía conciencia siempre del misterio del narrador. ¿Por qué el narrador habla como habla? ¿Quién narra? En mi novela nunca se termina de saber bien quién narra. El narrador es el fantasma inapresable. Acá es un narrador levemente irónico respecto a sus personajes y que disfruta de ese teatro. El libro que falta para completar la serie de intereses es el Fausto criollo, de Estanislao del Campo. El narrador es alguien que está contándote una escena teatral que simula que no entiende, pero sí entiende. Al mismo tiempo mientras los personajes se joden el uno al otro sometiéndose a distintas pruebas se van convirtiendo en amigos. Alsina lo quiere matar y Ebelot, encantado descubre después la vastedad del universo pampeano.
-La escena donde Ebelot es retado a duelo remite claramente al cuento “El Sur” de Borges, ¿no?
-Sí, pero en mi novela el guapo se acobarda y termina huyendo. Siempre escribo acompañado por mis amigos, que van cambiando. Borges, infelizmente, no me abandona; es alguien que está siempre. Borges es el autor de lo mejor y de lo peor de la literatura argentina en términos de resultados y de intenciones porque hay algo de trabajo alevoso sobre el lenguaje, las relaciones de adjetivos y sustantivos, las inversiones, las relaciones extravagantes y sin embargo siempre eficaces que colocan al escritor argentino en una posición de evidencia frente a la palabra. En la novela no siempre es bueno eso porque el novelista tiene que perderse y perder el control, cosa que Borges jamás hizo. Borges es la literatura del control absoluto, la máquina y el reloj inglés. Una vez Juan Becerra me dijo: ¿para qué escribir una novela si uno en algún momento no se va a la mierda?
-Becerra y vos estarían en la línea de los escritores que se pierden, que les gusta irse y volver.
-Claro, Bizzio y (Rodrigo) Fresán también, sin duda, con la diferencia que Fresán se pierde en la expansión interna. Pero por lo menos en su última novela tiene un objeto narrativo definido de antemano. El asunto, digamos. Cuando me siento a escribir, no tengo nada predeterminado. La historia de amor se construye con cierta expansión porque no sabía para dónde iba a ir.
-“Se trataba de escribir una novela que expresara los sentimientos y las pasiones de un país joven como el que habitaban. Una novela de amor nacional. Como el que vivirían ellos dos”, anuncia el narrador de “La mujer del malón”. ¿Por qué la impresión que tienen algunos lectores es que van a leer la novela que quiere escribir Alsina, pero eso no sucede?
-Tal vez el resto de la novela es una fantasía de Alsina mientras está empezando a escribir… no lo había pensado. Mientras estaba escribiendo me di cuenta de que me faltaba un monstruo; entonces entró Lovecraft. Me pasó algo raro porque yo había leído un cuento muy malo de una especie de musgo que se expandía, pero dije vamos a darle otra oportunidad (a Lovecraft), tal vez por el cuento de Borges, “There are more things” (“Hay más cosas”). No debe ser tan malo como presumo si Borges le dedicó un cuento. Entonces leí En las montañas de la locura veinte páginas de la descripción de la estructura de un monstruo muerto. “Esto es extraordinario”, dije. Cuando en la novela pienso que tiene que aparecer un monstruo, voy a la novela de Lovecraft y no encuentro esa descripción. ¿La leí mal? ¿Salté esas veinte páginas? ¿O la descripción tenía media página y me resultó tan genial que en el recuerdo tenía viente? Imposible saber, ¿no? El cuento de Rudecindo que aparece en La mujer del malón es el Vathek de William Beckford pasado por la gauchesca. Para mí si no hay desvío, no hay novela. La condición de la novela es el extravío y a veces la recuperación. La recuperación es una suspensión porque acá todo está suspendido. En esta novela la zanja se empieza a hacer pero queda en el aire, inconclusa. El genocidio o la conquista del desierto no aparecen cuando son la condición necesaria, la Zanja de Alsina es condición preliminar para la conquista del desierto. De hecho en términos históricos y contables, Alsina mató más indios que Roca. A la serie de referencias se puede agregar a Miguel Briante con su finísimo oído para la lengua gauchesca y para la conversión de la gauchesca en fantástico. Briante lee la gauchesca como un almanaque de Molina Campos, el famoso almanaque de las alpargatas. La imagen de la gauchesca suspendida es condición de esta novela. Acá sería “alpargatas sí y libros también”.
-Reescribís uno de los lemas del antiperonismo, ¿no?
-La política reescribe todo el tiempo este tipo de lemas. Ahora con Milei es “alpargatas no y libros tampoco”.
El diálogo con Aira
-La condición para el desvío de una novela es que tenga cierta extensión, al menos más de doscientas páginas. Pero “La mujer del malón” es una novela condensada y con desvío, algo que no es tan común. ¿Cómo explicás esta singularidad?
-Eso también es culpa de Borges. “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” es un cuento largo que tiene la condensación de una novela de quinientas páginas. “Tlón...” es un cuento que es imposible de leer de un tirón. Uno tiene que detenerse; en cambio podés leer una novela de quinientas páginas de un best seller, si es eficaz y está traducido y mejorado por César Aira. Incluso podés leer entera una novela de (Manuel) Puig porque no te detiene la lengua y te lleva. En cambio en Borges no podés sino morder la letra palabra a palabra, detenerte y pensar en eso que estás leyendo. Hablo de “Tlón…”; hay otros cuentos de Borges que se leen de un tirón.
-Aira es otro de los escritores que se podría inscribir en esta línea que establece que no hay novela sin desvío. ¿Cómo dialoga tu obra con la de Aira?
-No sé cómo dialoga...Yo leí Ema, la cautiva en originales porque me lo pasó Fogwill en el bar La Paz y ya había terminado mi novela Arnulfo o los infortunios de un príncipe. El desvío ya estaba y no necesité leer a Aira, aunque me encanta lo que hace; es uno de los autores que leo con placer. Una vez me encuentro con Aira por la calle y yo había publicado Matilde. Entonces me dice: “¡esa novela la tenía que haber escrito yo!”. Ese es el mejor elogio que me podía hacer, pero pensé que era un intento de apropiación. Cuando envié La perla del emperador al concurso de Emecé, él era uno de los jurados y me premió y presentó el libro. Me molesta un poco que me coloquen en una posición de filiación porque veo un efecto de contemporaneidad. Lo que me hace pensar que no somos tan originales como creemos. Eso ya lo contó Borges en el cuento “Los teólogos”. Para el dios de la literatura todos somos más parecidos de lo que creemos.