Maka salió una mañana de domingo hasta el Cruce Varela. Llevaba puesto un jean, la camiseta, un par de zapatillas y sus quince años recién estrenados. Se subió al 148, el Halcón, el verde, y allá fue. El punto de encuentro era a tres cuadras de La Bombonera con los muchachos de la hinchada de “La12”, porque “para mí ir a la cancha es eso, ir a gritar, a alentar desde la gloriosa 12 ¡con la hinchada brava!”. Así fue hasta que un par de años después, en una mala bajada en el malón de salida, terminó en el hospital con placas y médicos y diagnósticos y sustos maternos. Al partido siguiente no la dejaron entrar, y cuando reclamó descubrió que su papá le había comprado una platea y quien tiene platea, solo entra a la platea, y entonces con la novedad en la mano “me fui a pelear con mi viejo. Estaba furiosa y solo quería pelear. Creo que fue la primera vez que peleamos de verdad fuerte. Yo estaba completamente sacada. Terminó convenciéndome con el argumento de que quería que lo acompañe a la cancha”, y pone una sonrisa. Pero antes pasaron otras cosas.
A sus diez años, organizó una elección en la escuela primaria porque “el asunto es que se cometían algunas injusticias con mis compañeros, entonces yo iba a hablar con la directora, a reclamar, hasta que un día la directora me dijo que yo podía hablar por mí y solo por mí, porque yo no podía arrobarme el derecho de hablar por todos”. Entonces organizó una elección para ser nombrada representante de la clase. Esto incluyó dibujar a mano afiches, boletas, tener un contendiente, hacer campaña y llamar a una elección que ganó 34 votos a 3.
Maka Kunkel tiene la respuesta rápida, y puesta a elegir entre el placer y la obligación no duda en disparar “la responsabilidad. Me rechaza la gente que no asume responsabilidades ¡lo lamento!”. Y suelta la risa mirando la biblioteca donde conviven muy manoseados los trece tomos de Historia Argentina de José María Rosa, con Todos los fuegos el fuego, de Cortázar, y con los Diálogos de Platón, aunque el ateniense está algo tapado por una foto de ella con Riquelme “porque los ídolos van primero y eso no se discute. Es más, la última vez que me crucé a las puteadas en la cancha fue durante la elección en Boca, porque uno que se sienta atrás mío dijo algo contra Riquelme y me saqué, le grité de todo y estaba para más, pero bueno, me frenaron”. Y la carcajada pendenciera no aclara si piensa que fue mucho o si lo volvería a hacer.
Ser docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, en Florencio Varela, es la culminación y el principio de una larga batalla que se logró “porque un sueño complido es el buen final de trabajar sobre los derechos con una constancia sostenida, sin aflojar pese a todo y aún contra todo, pero también es el principio de otra larga batalla por la continuidad de lo hecho”. Aunque cuando se abrió ” la Jauretche” ella estaba en la secundaria “donde de todos modos ya militaba. Es más, fue el primer centro de estudiantes peronista en el Buenos Aires desde los ‘90” aclara, mientras vamos a la cocina a por un segundo mate y suelta “siempre tengo que organizar, armar, agitar, militar. Es mi vena. Yo soy peronista” dice como si no se viera su tatuaje con la estrella federal. Como si no estuvieran expuestas las fotos que todo lo ocupan: una de una pintada en un muro que reza “Perón vuelve cuando se le canten las pelotas”, un afiche de Sara Facio ya sepia, donde los muchachos de otrora blanden una foto con la imagen del General y la leyenda “Nada sin Perón” y una antigua patente de auto con “Perón cumple Evita dignifica”. Caracoles encontrados de lo que supo ser un océano de esperanzas.
“Claro que mi viejo pesa. Su historia me obliga. Soy la primera en llegar, la última en irse. En muchos lados mi truco consiste en no dar mi apellido. No estoy por Kunkel, estoy por mi propia construcción con mis compañeros. Mi papá es como mi mamá, que también es dirigenta, pero en mi casa son mi familia, mis amores, lo que hay que cuidar. Afuera cada uno libra su propia batalla y claro que en la lucha, además, somos compañeros. Esa es mi suerte”. Y en ese mismo lugar guarda las mañanas de vacaciones, en bicicleta por las calles de Bragado y los días infantiles y placidos en el campo, en Carué, de donde son sus familias. Es el mismo paréntesis privadísimo donde recuerda las tardes de biblioteca a donde su abuelo la llevaba “a veces en bicicleta, a veces en colectivo…recuerdo alguna estación de tren también, pero no claramente. Yo era muy chica y lectora compulsiva, entonces por ahí íbamos a otra biblioteca. El abuelo Dante bancaba” y es apenas la segunda vez que afloja la velocidad en las respuestas y se le queda el recuerdo colgado de los ojos.
Un verano del año 2014, la vida se le llenó de gente con reclamos, carencias, ideas, furias, dolores, injusticias, pobrezas varias, y así como a Silvio Rodríguez le aparecieron cosas de este mundo, decidió con otros compañeros “fundar y organizar El eterno retorno. Fue una necesidad de tener un espacio con la gente del barrio, que en este tiempo horrible que vivimos resulta fundamental porque comenzó siendo un centro cultural y ahora es también un lugar de actividades comunitarias, deportivas, políticas” dice mientras repasa en su ojos las caras de los vecinos mientras sus dedos larguísimos redibujan una de las vetas de la mesa de pino y la mirada busca una otra referencia que consigue en la tapa de un libro, donde una mujer boliviana que luce un bombín, lleva su wawa amarrada a la espalda con un aguayo. “mi viaje a Bolivia me aclaró muchas cosas en cuanto a lo comunitario. Muchas posibilidades. Vi, no solo la realización sino las estructuras del feminismo realmente combativo y además pasó algo que me despejó las ideas sobre mi mamá y su militancia y una admiración enorme. Cuando volví necesité mucho hablar con ella. Fue increíble”. Cuando alguien quiere de verdad construir, todo lo construye.
Maka Kunkel guarda en su cabeza datos, cifras y nombres con una precisión exasperante que solo compite con la velocidad de sus respuestas. Recuerda todo; desde aquella tarde en que con diez años la directora Irene de la escuela de Ranelagh la impulsó (sin saberlo) a militar, hasta este día en que con la misma velocidad dispara que “este presente duele, enoja, pero tenemos que saber como fue que llegamos hasta acá. Es necesario para salir de esto” y hay allí una fibra de esperanza en esta tormenta que para ser superada ancla en el pasado nuestro. Entones, mate en mano recorre -sin notarlo- las fotos, los afiches, los carteles, y en ellos las imágenes de la historia de nosotros.