Deberíamos empezar por la ficha. Una que dice: Francisca Straube, artista chilena radicada en México, primero baterista -instrumento que aprendió a tocar a los 11 años y la llevó al frente de Miss Garrison-, después cantante y protagonista absoluta de Rubio, su proyecto solitario en el que produce y escribe con Pablo Stipicic, socio de otros grandes artistas como Javiera Mena, Gianluca o Princesa Alba.
Sus anteriores movimientos artísticos estaban más ligados al ambient experimental, pero con el tiempo su corte cobró fruición, como alguien que escarba enajenado ante la certeza de estar a punto de reencontrarse con un valioso símbolo, y así Rubio tomó la vía introspectiva.
Este miércoles a las 21.30 en Niceto Humboldt (Humboldt 1358) será la primera vez que se suba a los escenarios porteños en formato solista. Su “primer chou solito”, como anima del otro lado de la pantalla. Antes pasa por su país natal y amontona expectativas para la presentación local. Sin embargo, su vínculo con la Argentina viene de antes: el gusto por Alejandra Pizarnik, el haber trabajado en la banda sonora de La caída, de Lucía Puenzo, y en las invitadas para la versión de remixes de su nuevo LP (Venus & Blue - RMX), donde hacen lo suyo Tayhana y Catnapp.
"Crecer en un país es muy difícil y a la vez muy emocionante, siento que a Argentina le gusta mucho mi música, he tenido muy buen feedback. Hay amorcito, los admiro mucho. Ojalá los que no me conocen también me den una oportunidad, porque Rubio en vivo es bien potente, nos gusta generar cositas en la gente, como llorar bailando o estar drogado lúcido", se entusiasma la líder del grupo.
En 2018 la ruta marcó su primer mojón con Pez, disco que sienta las bases de un ritual que se propaga para contar historias y hacerse preguntas desde lo menos palpable: el alma, la inseguridad, el código que revisten los elementos naturales que nos rodean. La energía que exudan sus canciones levanta tanto que anima a fantasear hasta con la vida de las plantas de interior de un monoambiente sin luz natural. Autodenominada artesana musical, Fran se relame con las manos llenas de barro.
Así le siguió el sucesor Mango negro, una obra que, como siempre en su música, cuenta una historia: ese animal del debut ahora sale a la superficie a buscar alimento en la tierra. El mango negro lo ubica en un clímax donde todo es presente y más, como cuenta en el tema que titula el álbum.
- ¿Qué te sucede con la identidad latina?
- Cada vez que viajo, sobre todo a países que no son latinoamericanos, como Estados Unidos, que estoy yendo mucho, me enorgullece mucho ser latina. Somos una entidad más conectada, más segura. Tenemos algo en los ojitos, en la mirada, una calidez humana hermosa. Agradezco ser latina, a mí me enorgullece mucho venir desde Chile y poder estar expandiendo mi música por el mundo. Creo que Latinoamérica está en un peak por el reggaetón y lo urbano, y nos trajo a nosotros que íbamos detrás. Eso se agradece, pero ya estaba pasando algo desde lo techno, lo pachamámico. Volví a KEXP y hablé en español, me parece muy importante que defendamos eso.
- ¿Por qué?
- Argentina puede verse como un lugar aislado, pero siento que Chile más todavía. Es super dificil todo, el arte, hay una súper resistencia. Yo estando acá, en un lugar mucho más céntrico en el mundo, me doy cuenta de que somos un pueblito. Muy amoroso, pero realmente un pueblo. Más allá de que mi música mezcle tantas sonoridades más del norte, de otros lados, la gente se sorprende mucho de que seamos latinos y eso a mí me encanta.
- Es como si al escucharte no te pudiesen sacar la ficha, quizás por lo ecléctica que sos.
- Estoy muy feliz de ser latina y trato de llevarlo a mi discurso, a mi música, trato de hablar español en las entrevistas gringas. Siempre nos trataron de tercermundistas y creo que se está dando vuelta la moneda heavy.
Rubio ahora lleva el pelo turquesa, como un tono de cielo sólo conseguible con edición. Y eso es coherente con la fantasía tejida a lo largo de los años, un lugar vacío que ya lleva años de escritura y experiencias. "A veces escucho mis canciones y pienso: '¿Cómo hice esto?'. Y no me acuerdo, hay un lado inconsciente -dice-. Nunca pensé que iba a tener un proyecto solitario y se fue dando solo, como a modo de juego, sin pretensiones, hasta que decidí tomarlo en serio con mi primer disco".
"Ese lienzo empezó a llenarse de registro y de cositas, ahora hay tomos. Creo que Rubio o yo, Francisca, han avanzando en la carrera muy despacio, no me he saltado ningún paso. Dicen que lo bueno se cocina lento. Más allá de los golpes y aprendizajes siempre seguimos en ascenso. El lienzo se fue tiñendo y creo que ya tiene harto mambo encima. Cuando miro todo lo que construí me abrazo a mí misma porque vivo de mi arte y estoy orgullosa de este recorrido".
La espiritualidad es una parte indivisible en Rubio, a tal punto que cabría preguntarse cómo sonaría de otro modo. Porque las reflexiones trascendentales pregnan sus tres discos, en los que la voz pareciera competir con la percusión en una batalla de efectos. Si los más ancestrales encontraban su génesis en la invocación de la naturaleza como hacer llover o buscar el calor del sol, las prácticas de Rubio tienen que ver con la manifestación interna, alumbrar sobre los conflictos que arrasan sobre la propia piel para lograr que los sacrificios vengan también de uno, pero sin atormentarse: la misión ya fue dictada, parece recordar siempre en su relato.
Francisca recuerda: "Mi mamá desde muy chiquita me enseñó cómo ser una persona espiritual. Siempre busqué terapias alternativas, lo convencional nunca me ha hecho mucho sentido. Cuando encuentro un bache busco algún tipo de medicina, el tarot, lo que sea. Trato de ir limpiándome porque la vida no es fácil, para mí la ayahuasca y el kambó fueron un antes y un después de muchas cosas, ahora me siento más contenta y agradecida".
"De pequeña me costaba la existencia, siempre voy trabajando, y eso trato de transmitirlo en mis canciones, creo que hoy en día sobran las canciones de amor, las canciones de reggaetón, letras sobre sexo, pero poca gente habla del amor a sí mismo, de mirarse adentro".
"Rubio viene a escarbar en eso, la revolución es interna, y por eso escribo lo que escribo. Como dice Victor Jara: 'Yo no canto por cantar ni por tener buena voz, canto por un sentido y razón'. Eso es para mí dedicarse al arte. Hacer música me desahoga de mí misma, me hace mejor persona y también creo que tengo algo por decir. Rubio entra un poco a ser psicólogo de la gente, lo veo también por la respuesta del público en las redes sociales, soy como un dentista o un panadero. Hay una profundidad muy extensa con el espectador".
A pesar de no haber estudiado canto, el dominio de su voz es capaz de enmudecer a una turba de adolescentes anochecidos. Fran interpreta el canto como un canal y sobre esa represa los materiales montan paisajes. La publicación de su disco más reciente, Venus & Blue, vino con la oportunidad de trabajar con el director Fernando Cattori. Después de algunos entretiempos ambos dieron forma y sonido al corto Nacimos llorando, que cuenta la historia de dos amigos en pleno despertar sexual, el calvario social y el manto de lo femenino como reparo. La película está inspirada en Llorar y Kintsugi, segundo y tercer tema del disco, respectivamente.
"Yo sabía que quería hacer algo más cinematográfico, me saqué del protagonismo y quise contar historias", revela. "Hay tantos videos estéticos, que está bueno si tenés la plataforma para hacer música y videos, ¡aprovechar a decir algo! Queríamos que te deje dando vueltas".
"YouTube me censuró un montón, porque es largo, porque tiene pelea, porque no se qué, así que tampoco lo pude promocionar mucho. Aún así recibió muchos premios. Lloré cuando vi el primer corte porque es movilizante haber logrado algo así a partir de mis canciones".