El prejuicio sigue vivito y coleando, escudado en un equívoco inoxidable: el fondo parece ser siempre más importante que la forma. En otras palabras, un film cuya temática toca o apenas roza cuestiones profundas, urgentes o dramáticas resulta más importante o necesario (¡esa palabrita!) que otro cuyo derrotero y reverberaciones se deslizan por las superficies del placer narrativo. Ejemplos sobran a lo largo de la historia de cine y es muy probable que Cómplices del engaño, el último largometraje del estadounidense Richard Linklater, una revisión inmensamente disfrutable de la comedia alocada de los años 30 con fuertes elementos de otros géneros populares, sea considerada por una porción de los espectadores como un simple divertimento, alejada de las “obras importantes” del realizador texano como Boyhood, momentos de una vida, Antes del amanecer, Rebeldes y confundidos e incluso la seminal Slacker. Pero a no confundirse: Linklater ha hecho de la comedia un universo muy cercano a su corazón de cineasta, con notables exponentes puros y duros como Escuela de rock o Los osos de la mala suerte, esta última una secuela del clásico de los años 70 Pandilla de pícaros.

En Cómplices del engaño (título local que trastoca el más sencillo y directo original Hit Man), que tendrá su estreno en salas de cine este jueves 27, el director nacido en Houston en 1960 hace girar en una calesita narrativa las identidades falsas, el romance y el relato policial, en un festín de trucos de magia genéricos reciclados con precisión, utilizados como si fuera la primera vez. Para interpretar al protagonista, un profesor universitario que en sus tiempos libres se hace pasar por asesino a sueldo (el hit man del título en inglés) para la policía local, Linklater echó mano al también texano Glen Powell, uno de esos actores “ascendentes” (¡otra palabrita!) cuyos rasgos y porte general suelen generar de inmediato el mote de carilindo (aquí es bueno recordar que algo así se decía de Cary Grant cuando hacía las veces de chaperón de Mae West hace casi un siglo). En el otro extremo del subibaja, la portorriqueña Adria Arjona, hija del famoso cantante del mismo apellido, recrea la atracción vertiginosa de tantas mujeres del cine pasado y reciente, en el rol de una joven esposa cuya cita con el potencial asesino de su marido deviene en confusión, enamoramiento, peligro y varias cosas más.

“La gente se decepciona al saber la verdad sobre los asesinos a sueldo. Piensan que es una venta al por menor de personas. Las contratas y te quitan del medio a quien quieras, o negocian con dinero sucio, o ambas cosas si lo necesitas. Es una fantasía de la cultura pop. Pero como los asesinos a sueldo han protagonizado libros, películas y series durante cincuenta años, a esta altura nadie va a creer que no son más que un cuento”. La voz en off de Gary Johnson (Powell) desacredita la existencia en la vida real de los sicarios, al tiempo que una docena de fragmentos de films de todas las épocas y orígenes -del noir clásico Un alma torturada al disparate de Branded to Kill, del japonés Seijun Suzuki; de El bueno, el malo y el feo a La llamada fatal, entre muchos otros títulos- construyen una suerte de escueto digesto de la historia de los killers. Los románticos y los secos, los ascéticos y los sociópatas. En una extrema e irónica inversión, Cómplices del engaño construye una posibilidad mucho más ridícula y poco plausible: como si se tratara de una versión realista de Minority Report, Gary y sus colegas atrapan a posibles responsables intelectuales de homicidios que aún no han ocurrido, en el momento justo en el que “contratan” a alguien para hacerse cargo del crimen. Curiosamente, el guion coescrito por Linklater y Powell se basa en un artículo periodístico centrado en las actividades de un tal Gary Johnson, ex veterano de Vietnam y agente encubierto que simulaba ser un asesino a sueldo con el fin de atrapar a potenciales criminales.

PARA ATRAPAR AL CONTRATANTE

Más allá de ese basamento en la vida real, el de la película es un universo ciento por ciento cinematográfico. La historia de un falso killer que termina adquiriendo ese rol de casualidad y que, a fuerza de talento -una capacidad desconocida hasta ese momento-, se convierte en el más hábil histrión, cambiando de identidad y aspecto físico como un auténtico camaleón. Un experto conversador y manipulador de las emociones, ya que para atrapar a la presa es necesario que esta exponga verbalmente su intención de contratar al asesino y entregar a cambio la suma de dinero convenida. Y es entonces cuando Gary Johnson conoce a Madison Figueroa Masters (Arjona), la chica que quiere desprenderse de su marido -un hombre peligroso, inestable, violento, según su propia descripción- y, por primera vez en su profesión (su segundo oficio, desde luego, la cursada en el campus sigue su camino) toma una decisión inesperada: evitar por todos los medios que el contrato se lleve a cabo y, así, salvar a la joven de ir a la prisión. La razón la explicó sin pelos en la lengua Richard Linklater en una entrevista con The Hollywood Reporter: “La película es un thriller criminal sexy mezclado con una screwball comedy, pero también es un film noir. Y la protagonista debe ser muy atractiva porque el punto de vista es ciento por ciento el del protagonista. Ella es la mujer por la cual arriesga todo lo que posee y todo por lo cual se esforzó, sólo para poder acostarse con ella. El sexo es lo que provoca que la gente haga la clase de cosas más locas. La mayor parte de las peleas y de la agresión masculina es sexual”.

Richard Linklater ya tiene otra película encaminada y es por esa razón que la mayoría de las entrevistas recientes tuvieron lugar en la capital francesa. Allí se está filmando Nouvelle Vague, film de ficción que reconstruye el rodaje de otro film de estatus mítico: la ópera primera de Jean-Luc Godard, Sin aliento. En conversación con la revista británica Sight & Sound, el realizador autodidacta (nunca estudio la carrera de cine ni se inició en la industria dando los pasos previsibles antes de dirigir su primera película) reafirma lo que la voz de su circunstancial héroe destaca: “No hay ninguna razón para creer que los asesinos a sueldo existen. La gente siente un poco de decepción ante esta cuestión. Desde luego, en las pandillas y los grupos de narcotraficantes hay gente trabajando que es capaz de matar gente. Hay crímenes mafiosos, asesinatos ordenados por los carteles, e incluso existen esas cosas del estilo Buenos muchachos. Lo que no existe es ese concepto del cliente encontrándose con el asesino y contratándolo por un precio para que ejecute a alguien. Ese asesino disponible para el alquiler, para el público general, eso es lo que resulta absolutamente tonto”.

El director de Despertando a la vida recuerda que leyó el artículo sobre el Gary real hace varios años, y que la idea de hacer una película basada en su vida estuvo dando vueltas durante bastante tiempo, pero que no le había encontrado la vuelta para convertirlo en un guion. Faltaba el tercer acto. “La nota periodística termina cuando Gary conoce a una mujer joven que está intentando contratarlo para asesinar a su esposo, y él sabe que lo que realmente necesita es ayuda. No quiere verla en prisión por los siguientes veinte años y entonces la deja ir. La idea que disparó el film fue la siguiente: ¿Qué ocurriría si ella volviera a ponerse en contacto para agradecerle y él siguiera interpretando su rol de asesino, sin revelar su verdadera identidad? A partir de ese momento todo tomó forma. Cuestiones sobre la identidad, sobre si es posible cambiar. Todo el mundo tiene una fantasía al respecto. ¿Podría ser alguien diferente a quién soy? Hay un viejo chiste, creo que es de Woody Allen. Una línea respecto de que su único remordimiento en la vida era no haber sido otra persona, alguien con una personalidad apenas ligeramente diferente”.

UNA COMEDIA DE AUTOR

De la aparente simpleza nace la complejidad. De la química en pantalla depende en gran medida la gracia. Esos son los elementos que hacen de Cómplices del engaño una película que es mucho más que lo que una simple lectura de la sinopsis promete. En definitiva, una película de autor en el sentido más profundo de la palabra. La misma acepción que los críticos de la revista francesa Cahiers du Cinéma, muchos de ellos futuros cineastas como Godard, le otorgaban al término. Sin esa mirada inteligente, cuidadosa a la hora de acelerar o aletargar los ritmos, ingeniosa para componer cada escena sin apuros, entendiendo que los personajes son versiones ficcionales de seres humanos con emociones y sentimientos y no simples marionetas de un guion, la película sería una más del montón. Es por esa serie de razones que los gags filosóficos funcionan, como así también también las reglas particulares que la pareja de amantes se inventa para poder seguir siéndolo. Por esas mismas razones también, cuando el peligro se transforma en algo real –cuando las identidades reales y falsas se apilan hasta el punto de no retorno; cuando se hace indispensable salir del closet, del cuarto y del edificio–, el espectador no puede sino estar del lado de los protagonistas, sean estos quienes sean en ese momento particular. 

Para Linklater ese es el verdadero poder del cine. En la charla publicada por la revista Sight & Sound el director demuestra una vez más su cinefilia al recordar que “en las películas de gánsteres y policiales negros de los años 30, 40 y 50 había un código moral. Se podía hacer de todo, pero al final Barbara Stanwyck tenía que morir. Eso ya hace rato que no existe, y hoy en día es posible que un personaje así se salga con la suya. En el caso de Cómplices del engaño, una vez que la historia estuvo planteada, en mi cabeza daban vueltas todos los géneros cinematográficos existentes, y fue realmente muy divertido jugar con ellos. Aunque ese código moral ya no es lo que era, en nuestros cerebros sigue estando presente una suerte de orden puritano, tal vez de origen religioso, que desea que se haga justicia. Pero mi intención era otorgarles a todos algo de latitud”.

 

Por los caminos del amor (y del sexo, claro) se deslizan Gary y Madison, la pareja más insospechada. Con sapiencia y sensibilidad, Linklater los rodea de un equipo de personajes secundarios que hacen lo suyo para terminar de construir un cosmos complejo a pesar de su apariencia llana. De a poco, cuando ese tercer acto que no existía comienza a desarrollarse en la pantalla, las vueltas de tuerca gestadas en el guion pintan todo y a todos con una capa de oscuridad inesperada. En tiempos de corrección política y recombinación algorítmica de situaciones y personajes como prácticas habituales, la oferta de Cómplices del engaño es casi un acto de rebeldía. Una comedia secretamente incendiaria. “Detrás de cada fortuna hay un crimen, si se mira con atención. Lo veo en mí mismo”, recuerda el realizador. “Esas dos primeras películas... hicimos cosas ilegales. Slacker fue filmada sin permisos de rodaje, por ejemplo. Pero fue todo por una causa mayor, por querer hacer lo que deseaba en este mundo. Y eso es algo que respeto: hay que encontrar la rajadura en el universo para poder lograr lo que se quiere, especialmente si no se tiene un trasfondo de privilegio. Son los luchadores los que necesitan hacer eso, y creo que Gary y Madison pertenecen a esa categoría. No sabemos cuál es realmente la clase de relación de la cual ella escapa; sabemos menos de ella que de él, pero claramente está pasando por problemas. Y allí aparece la ruta de la comedia romántica alocada: ¿Qué pasa si estos dos están destinados a estar siempre juntos? Eso se transforma en ¿qué es lo que los separa? Eso de que conozcan muy poco el uno del otro es muy gracioso. Y así la película se convirtió en una mezcla de screwball y noir”.