Si tuviera que evocar una imagen, de esas que son la revelación de un mundo, aparece a los cuatro años tocando una mini batería. Se la habían regalado sus padres y la música empezó a hacer un juego que, cuando asomaba la cabeza por el comedor, se transformaba en cosa de adultos. José María Saluzzi, desde muy pequeño, presenció ensayos y grabaciones. Por caso retiene escenas del disco Bermejo (1979) con su padre, Dino, obstinado por buscar la mejor mezcla de temas como “Carta a Perdiguero” y “Puna y Soledad”.
“Recuerdo como si fuera hoy cuando mi padre empezó a viajar por todo el mundo. Yo tendría unos seis años. A partir de los nueve lo acompañé en parte de sus viajes”, dice, con su acento suave y algo norteño, heredado de la Salta de sus padres. En aquel momento Dino Saluzzi se instaló en Alemania, y con los años el sello ECM se convertiría en el principal estandarte de su autonomía musical. Arrancaba una brillante carrera del bandoneonista en tierras europeas. José María debió aprender rápidamente el idioma para permanecer en la escuela; lo mismo ocurrió con el italiano cuando vivieron en Ticino, Suiza.
“Más allá de lo duro, aprendí mucho de lo que soy: el orden, la sistematicidad, el respeto por la cultura y la educación”, suelta el guitarrista, quien actualmente se presenta con el José María Saluzzi Ensamble en bares de Buenos Aires. También lo hace junto al contrabajista Juan Fracchi, cuyo notable disco doble Música de Escape terminó de editarse recientemente (la segunda parte apareció en abril). Exponentes de la música instrumental argentina, Saluzzi y Fracchi llevan más de doce años trabajando juntos. La combinación de la música popular argentina con otros géneros es su predominante marca de estilo, en una buscada renovación que encuentra varios linajes: de Charlie Haden a Egberto Gismonti, del jazz nórdico a Atahualpa Yupanqui y Cuchi Leguizamón. Otro bastión, desde luego, es el legendario Dino Saluzzi, de 89 años, con quien José María sigue tocando frecuentemente.
La herencia fluye en la sangre. “Mi gran influencia en la música, obviamente, es mi padre, un artista en todo el sentido de la palabra. Es un creador, pensador, músico, intérprete y compositor; un verdadero hacedor de la cultura argentina y un artista universal, que en cada cosa que produce y hace lleva su tierra adentro siempre, a cualquier parte del mundo”, enfatiza José María, tercera generación de músicos. Su abuelo Cayetano fue folklorista y compuso zambas, sus tíos Celso y Félix instrumentistas, su primo Matías, bajista. La familia como una forma de compartir la música, de sentirla en un ambiente íntimo y casi de laboratorio.
Cierta facilidad por el ritmo lo ligó a la batería, su primer instrumento, con el que grabó con Dino cuando tenía dieciséis años. A los Saluzzi no les gusta hablar de inspiración ni de talento: prefieren citar la disciplina, el repliegue y el estudio del instrumento. José María pasó por el piano y el bajo eléctrico, pero luego, en ese ambiente rodeado de diversión y vocación familiar, se quedó con la guitarra. La anécdota, al contarla, produce un cosquilleo. Cuando José María participó en el disco Mojotoro (1992) del Dino Saluzzi Group, el virtuoso Al Di Meola estaba de gira con su padre y le regaló una guitarra suya que fue su primer instrumento. Después tuvo los mejores maestros. En Argentina, estudió con Aníbal Arias y Walter Malosetti, y en Europa con Ralph Towner y Stanley Jordan. Y al poco tiempo conoció a Pat Metheny en Estados Unidos.
Con las cuerdas, como compositor e intérprete, José María Saluzzi es capaz de tocar magistralmente un suave tono camarístico flotando entre los ritmos folklóricos como de pasearse con aires flamencos, latinoamericanos y proyectar sonidos con tintes cinematográficos. “Me gusta mucho la historia del arte, la literatura, la pintura y, sobre todo, la integración de diversos lenguajes artísticos con la música. En mi caso particular, las artes visuales potencian la expresión musical”, dice, en una visión sistémica, y menciona a Cité de la Musique (1997) como una de sus grandes obras, el puntapié para refinados arreglos de guitarra y para componer su propia música, que enriqueció con estudios en la Universidad Católica Argentina, en el Conservatorio de Viena y en la Universidad de Lanús.
Habitué de giras europeas, y respetado como uno de los más destacados guitarristas de la música popular argentina, José María sigue la máxima paterna de descubrir los matices del instrumento, una singularidad tallada en el camino de un sonido propio. Algo que puede llevar toda una vida. “Lo que más me atrae de la guitarra es que es un instrumento armónico, se puede tocar más de una voz y, a la vez es percutivo”, resalta, como si aún lo estuviera descubriendo.
Sentir el eco de una vibración en el cuerpo. Se expande en una larga reflexión: “Las cosas las debe buscar uno, no hay una sola persona que pueda brindarte todo lo que necesitás. Como mi padre siempre dice, la música se transmite oralmente. En la partitura están las notas, y el ritmo y notaciones sobre la interpretación, pero la música está detrás de todo eso. Las cosas verdaderamente importantes son las que se aprenden por sí mismo”.
La música es la expresión de lo que uno es, repite el hijo pródigo cosmopolita, recostado en la dimensión espiritual. Su lenguaje, dice, se nutre de las geografías en las que vivió. Así puede ir de composiciones de guitarra sola a formaciones de trío, cuarteto y sexteto, dúctil y elástico en la arquitectura de una sencillez lírica sin abusar de sus amplios recursos técnicos. Otro mojón es su tarea docente, con sus clases particulares y seminarios dirigidos a conservatorios para la difusión de la obra de Dino. Y en pandemia, en su estudio de grabación del barrio de Once, aprendió los vericuetos de convertirse en técnico, y una de sus últimas experiencias fue grabar en un trío junto al prestigioso guitarrista noruego Jacob Young, artista del sello ECM, y su padre en bandoneón.
El tango, el ensamble de cámara, el jazz y el folklore, su relación con músicos de Dinamarca y Noruega, la música popular en diálogo con la tradición del concertista clásico. “Me gusta la música rioplatense y el folklore en general, veo la belleza de sus melodías y me identifico con muchas de ellas. En mi caso, la melodía expresa una imagen interna, después, la construcción de la armonía y de las diferentes modulaciones me ayudan a dar el paisaje estético que acompaña a la idea que interesa transmitir”. Una música para acompañar la cotidianidad de las personas, dice José María. Como un pequeño y agradable espacio para habitar.