Uno de los mayores símbolos de la resistencia a la dictadura y de defensa de la paz durante el terrorismo de Estado es, sin duda, Adolfo Pérez Esquivel. El Premio Nobel de la Paz vivió en carne propia el secuestro y la tortura, y estuvo en uno de los aviones de los "vuelos de la muerte": un llamado de último momento evitó que fuera arrojado al Río de la Plata. Como buen creyente, asocia su destino con Dios, pero también es cierto que era un militante por los derechos humanos conocido y reconocido en todo el mundo, y la presión internacional jugó su carta para defender su vida. Pero habiendo sido declarado Premio Nobel de la Paz, siguió sufriendo la persecución militar y le prepararon un atentado, del que salvó nuevamente su vida. Todo lo vivido por Pérez Esquivel -no solo en dictadura- es motivo de una charla profunda y enriquecedora con el psicólogo y escritor Pablo Melicchio, que le dio nacimiento al libro Para ser humanos (Marea Editorial), donde ambos desgranan la manera de pensar el mundo y la vida, pero también el sufrimiento y la muerte. 

Melicchio es también autor de El lado Norita de la vida (también de Marea Editorial) en el que volcó una serie de encuentros de largas charlas con la eternamente recordada Nora Cortiñas. Una vez que ese libro iba tomando forma, Melicchio le preguntó a la Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora quién le parecía que podía escribir el prólogo y ella le contestó: "Adolfo". A partir de 2018, el psicólogo fue a ver a Pérez Esquivel, logró una buena relación y empezaron a hablar cada tanto. En ese momento, escribió el libro La isla interior. Tres vidas después de Malvinas, en el que entrevistó a veteranos de la guerra del Atlántico Sur. "Para articular un poco con Norita y Malvinas, dije: 'Ahora Adolfo'. Así que ahí surgió para armar una suerte de trilogía de la memoria y empecé con Adolfo yendo a su casa para pensar un libro", cuenta Melicchio en diálogo con Página/12. El resultado es un libro formado por cuatro partes y trece capítulos temáticos que van ordenando profundas conversaciones en las que Pérez Esquivel no deja tema sin tocar: desde su infancia difícil, pasando lógicamente por su resistencia y su lucha, la fundación del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), la obtención del Nobel de la Paz, y hasta un debate sobre las revoluciones y la violencia.

-Lo planteaste como una charla con Adolfo. ¿Por qué decidiste esta modalidad?

-Porque el de Norita también fue así. Quizás esto tiene que ver con el psicoanálisis y con mis inquietudes como profesional de la salud: me parecía que era muy importante escucharlo a Adolfo, usar la palabra. Creo que intervienen el escritor y el psicoanalista combinados. Interviene sutilmente la posición del psicoanalista, pero es atención, escucha atenta, un poco de preguntas que apuntan a profundizar y mucha asociación libre. Yo iba con algunas tópicas, pero Adolfo después también iba contando lo que él quería. No voy a decir que de entrada pensé en un libro de diálogos, pero fueron como cinco o seis meses que fui prácticamente casi todos los viernes a su casa y atelier. Y me parecía que era tan rico el material que Adolfo me aportaba que yo quería dejar su palabra textual. Así que es un libro que llamo "hablante", de diálogos, pensamientos y reflexiones.

-¿Por qué decidiste estructurarlo en cuatro partes con capítulos?

-Porque me ordenaba algunos temas o me parecía que era interesante hacer esas pausas, y también porque en el curso de la escucha y el trabajo con Adolfo iba progresando. Él había empezado con un mural muy grande que nos acompañó todo el tiempo del libro, que era La última cena. Entonces, me dijo en un momento que iba a hacer unas ilustraciones puntuales para el libro, y como las hizo, yo también fui acomodando los capítulos con los editores y las ilustraciones como punto de partida. Y se acomodaron los capítulos de acuerdo a las temáticas que fueron apareciendo.

-Adolfo habla de los muros, dice que hay treinta y seis muros en el mundo. ¿Cómo fue saltar el muro de la intimidad para hablar con él? ¿Qué preguntar y qué no preguntar? ¿Hasta dónde llegar sin ser invasivo?

-Es interesante porque creo que también ya en la charlas previas al libro se fue resquebrajando ese muro, en tanto y en cuanto empezamos un vínculo de amistad, de relajación. Eso fue lo que dejó caer un eventual muro que pondría alguna distancia entre los dos. Así que me pareció muy importante el compartir sus vivencias despacito. El sólo se fue metiendo. Yo le preguntaba y prácticamente habló de todo: de su infancia, de la pobreza, de la orfandad, del exilio, del encarcelamiento y las torturas... Se relajó mucho. Cuando él leyó el libro de Norita, le gustó mucho lo que sucedió con ella, esto de tanta intimidad. Tiene que ver con el diálogo como una herramienta sagrada, en el que quedó establecida la confianza y que posibilitó la intimidad.

-¿En qué coincidís con Adolfo respecto de la violencia actual en la sociedad argentina?

-Coincidimos muchísimo. El primer punto es que hay un ataque a los derechos humanos en lo básico: alimento y propiedad. La gente está con mucha necesidad de lo básico. Está sobreviviendo mucha gente no pobre sino empobrecida. Este es un punto importante en el que coincidimos. Eso son decisiones políticas. Después, coincidimos en que hay agrotóxicos mentales que intoxican el campo psicoemocional del ser humano. Coincidimos en que hay mucha violencia porque se promociona el narcisismo, el hedonismo y el consumismo, y no se trabaja el mundo interior, la empatía. Freud le dice a Einstein en esa carta que se escribieron 1932: "Parece que estamos en un tiempo donde hay pulsiones de destrucción". Por eso el libro apunta a lo opuesto: al Eros, a humanizar como revolución. En todos eso fuimos coincidiendo. Se trata de volver a humanizar y construir a partir del mundo más habitable y mejor.

-¿Qué grado de responsabilidad tienen ciertos medios comunicación en eso? Adolfo dice que son violentos desde la mentira…

-Sí, algunos medios masivos de comunicación son violentos desde la mentira y desde la imposición de cierta ideología que tenga que ver con discursos de odio, con espectáculos de la violencia, con poca reflexión. Sin lugar a dudas, se instalan temas y se reprimen otros.

-Para vos, como psicólogo, ¿los conflictos empiezan con la palabra?

-Sí, eso lo vi también en el libro de Malvinas: los pactos de silencio, el ocultamiento, el no poder expresar lo que se siente. Es muy importante la cura por la palabra, decimos en psicoanálisis. Muchas personas sufren porque no pueden expresar lo que sienten, porque no se animan y porque tampoco son críticas. Hay mucha resignación y abatimiento. Con Adolfo decíamos que hay mucha soledad, mucha gente que está sola en la multitud. Así que el libro tiene, en ese sentido, la idea de palabra. Por eso decía que es un libro "hablante", de diálogos. Apunta a lo que Frank llamaba la biblioterapia. No es un libro de autoayuda, pero es medicina literaria.

-Adolfo habla de “la rebelión cultural”. ¿Cómo te la imaginarías en este contexto del país?

-La rebelión cultural en este momento sería defender el uso de la palabra, salir a decir. Creo que los libros, la música, todo lo que es el arte es una forma de resistencia, de expresión, de denuncia. Me parece que la rebeldía cultural es esta, empezar a ser revolucionarios desde la palabra misma y volver a humanizarnos. Es esto lo que yo creo que es importante. La cultura está siendo también muy dañada. A mí me parece que no se permite la expresión, y siempre que se piensa diferente se ataca esa diferencia y no se nutre desde la diferencia. Decíamos con Adolfo que la rebelión cultural tiene que ver con esto: ser críticos y poner palabras en relación a aquello que se busca que no se escuche o que no se sepa.

-Un punto crítico del libro es cuando le preguntás sobre la revolución, porque Pérez Esquivel es un promotor de la no violencia y en las revoluciones siempre hay un grado de violencia, porque es rebelarse contra un poder autoritario. ¿Fue difícil ese momento de la charla?

-No, porque me parece que la revolución que propone Adolfo va en la línea un poco más de Gandhi: es una revolución desde la no violencia. Tiene que ver con Cristo, San Francisco... Hay formas de revolucionario sin apelar a la violencia física o a la violencia más grave. Quizá la palabra también puede ser un poco violenta, pero creo que no fue difícil esa parte. Termina siendo la médula espinal del libro. La única forma de recuperarnos es humanizándonos. Entonces, hay que denunciar que estamos siendo manipulados por un sistema, en tanto y en cuanto sos un consumista, servís para el sistema y listo. Pensar en la empatía, en el amor, humanizarse, parece medio absurdo pero es la única forma. Humanizar es la revolución. Tiene que ver con otra cosa. No tiene que ver con la violencia sino con recuperarnos como seres humanos.

Pérez Esquivel y Melicchio se hicieron amigos en el proceso del libro. Foto: Marcela Rodríguez

-El capítulo dedicado a lo que padeció en dictadura hasta la obtención del Premio Nobel de la Paz tiene otra estructura narrativa que el resto del libro. ¿Por qué en este caso rompiste la estructura de la charla y lo relatás vos con comentarios de Adolfo?

-Creo que esa sí es la parte más difícil del libro: escuchar el exilio, el encarcelamiento, escuchar la tortura, los intentos de asesinato y el vuelo de la muerte que no fue -como puse-, es muy difícil, muy movilizante. Te encontrás con la parte más cruel del ser humano. La crueldad del ser humano que puede llegar a lastimar, matar o a hacer desaparecer a una persona. Creo que ahí el texto empieza a ser diferente solo porque esa narración conmueve, de la misma manera que me conmoví en un momento cuando Norita me hablaba que se quedaba toda una noche esperando a que su hijo regresara. Son los momentos de mayor dureza para escuchar. Y cuando escribís, volvés a escuchar en la escritura. Son momentos muy complejos, por eso tiene una estructura diferente.

-Una infancia difícil deja marcas en el sujeto, dice el psicoanálisis. Pérez Esquivel tuvo una infancia difícil. ¿Crees que aprendió a tener fortaleza espiritual porque supo de chico lo que son las pérdidas?

-Sí, Adolfo tenía todas las de perder. Perder a su mamá tempranamente, quedar en un asilo de niños, su papá después fue a recuperarlo de estos asilos y lo llevó a un conventillo, luego su papá quedó ciego, Adolfo quedó casi en situación de calle vendiendo diarios... Era un candidato a estar como un ser humano perdido, muy lastimado, muy herido, muy roto, pero a partir de conocer la orfandad y la pobreza se hizo un ser resiliente. Empezó a comprometerse con los seres dolientes y, en ese sentido, transformó todo su dolor en energía positiva, y también en compromiso y en empatía con los demás. Y le quedaron algunas cuestiones de su pasaje por la escuela franciscana, todo un trabajo interior,  y empezó a conectar más con la espiritualidad que con lo religioso. Empezó a ser un ser sensible con los dolores de los otros y de las otras. En ese sentido, si bien le quedaron marcas -porque no pueden ser sin marcas estas historias tan dolorosas-, lo hicieron muy empático y muy sensible con aquellos y aquellas que se parecen un poco a él. Por eso acompaña a gente que está en situaciones de pobreza, a pueblos originarios, está ahí donde hay una injusticia. Cuando haya una dolencia, él va estar implicado.

-De alguna manera, en esas charlas hubo encuentro humano, dos seres frente a frente conversando e intercambiando modos de ver la vida. ¿Crees que el método de construcción del libro es todo lo contrario de lo que sucede con las redes sociales? Ustedes hablan críticamente de ellas.

-Claro, porque no podía ser un libro escrito solo por mí. Se puede hacer una biografía de Adolfo; de hecho, seguro que hay, pero no fue nunca la idea hacer una biografía. Nunca pensé en eso. Tenía la firme intención de que se convierta en un libro guardián de la historia y defensor de los derechos humanos, a favor de la memoria activa. Por eso tenía que ser de diálogos. Era tomar la palabra que iba ofreciendo Adolfo y trabajar con la palabra entre los dos. Mis preguntas eran como los puntos de partida y después se iban transformando en otra cosa. Era lo opuesto a las redes sociales: tiene que ver con escuchar, tomar en cuenta lo que el otro dice, le retroalimentación de un discurso y otro. Y muchas preguntas, más que respuestas. Y preguntas que abren a la reflexión. Y hay algunas zonas en blanco que quedan en el libro, teniendo en cuenta que cuando se adentren lectores y lectoras completen con su bagaje. Es un libro que integra, no que expone.

-¿Qué conexión encontrás entre estos Pérez Esquivez y Nora Cortiñas, símbolos de la lucha y la resistencia sobre los que escribiste libros?

 

-El lado Norita de la vida tiene que ver también con la resistencia, la resiliencia, la defensa de los derechos humanos, el compromiso con los dolores que no son ajenos: el dolor de los demás es el propio. Adolfo y Norita eran hermanos. En el mismo día que murió Norita, Adolfo perdió también a su hijo. Y al día siguiente, en el velatorio, Adolfo me dijo: "Ayer perdí a mi hijo y a mi hermana". Son personas que son fundamentales porque sufrieron mucho y, en vez de generar después sufrimientos, salieron a trabajar para que en el mundo haya menos sufrimiento. Ahí se encuentran: en la lucha a favor de los derechos humanos, siempre.