EL ÚLTIMO CONJURO - 5 puntos

(Kinjirareta asobi; Japón, 2023)

Dirección: Hideo Nakata.

Guion: Noriaki Sugihara.

Duración: 110 minutos.

Intérpretes: Kanna Hashimoto, Daiki Shigeoka, Minato Shougaki, Mayu Hotta.

Estreno en salas de cine.

Pasados cinco minutos de proyección de El último conjuro, cuando el joven Haruto entierra una cola de lagartija en el patio de su casa con la esperanza de que a partir de ella crezca un animal entero, todo indica que la trama recorrerá los senderos de Cementerio de animales. La intuición parece confirmarse a los diez minutos, cuando luego de la muerte de la madre del pequeño el objeto enterrado es uno de los dedos del cadáver. Y algo de eso hay, aunque el último largometraje del japonés Hideo Nakata incluye unos cuantos conceptos terroríficos a lo largo de sus casi dos horas de metraje.

El director de la exitosa El círculo (1988), usina de varias secuelas y remakes en idioma inglés, y Dark Water (2002), tal vez su mejor película a la fecha, nunca ha abandonado los terrenos del j-horror y este último largometraje –con sus espíritus maléficos, poderes sobrenaturales y pálidas figuras femeninas con largos cabellos negros, en la centenaria tradición nipona– no es la excepción.

El último conjuro (el título original puede traducirse como “Juego prohibido”) parte de un hecho traumático en el seno de la familia Ihara y regresa al pasado en un extenso flashback que tiene como protagonista a Hiroko, una joven oficinista secretamente enamorada de su compañero Naoto. Claro que Naoto está casado y su esposa Miyuki se ha enterado del secreto, aunque vaya uno a saber cómo. Lo cierto es que, al encontrarse con ella luego del nacimiento de Haruto, el susurro filoso en el oído deja la piel erizada: “Dejá a mi esposo tranquilo”. Al mismo tiempo, a la pobre Hiroko comienzan a ocurrirle una serie de fenómenos nada normales –una taza que estalla, una llave que se mueve como si tuviera fuerza de voluntad propia–, coronados por el encuentro con una mujer fantasmal de ojos demoníacos. 

Corte al presente, después de la muerte de Miyuki. A partir de ese momento, la trama corre en paralelo por dos senderos: mientras la chica vuelve a sufrir los más extraños acontecimientos, Naoto debe lidiar con el dolor de su hijo ante la pérdida de la madre y… la posibilidad cierta de que esta resucite en el jardín de casa.

Desequilibrada, por momentos atenta al recato narrativo y en otras abiertamente satírica, El último conjuro sufre de una indecisión tonal que no se siente como desafío sino como falencia. Cuando aparecen en escena un médium y su asistente la película adquiere las formas de una comedia desembozada, pero rápidamente el recurso es abandonado. Las vueltas de tuerca se acumulan y, en la tradición de los films de fantasmas con maldición a cuestas, la visita al pasado acomoda los tantos y explica las razones detrás de los acontecimientos. Sólo resta romper con el conjuro para volver a una suerte de equilibrio, pero a esa altura del partido los clichés le ganan la partida a cualquier atisbo de originalidad, acechados por la fórmula de los sustos generadores de respingos. El del último Nakata es un mejunje potable, pero apenas.