El año 1937 se grabó en la historia de Burzaco. La joven localidad del partido de Almirante Brown fundado por Esteban Adrogué tenía una visión. Nutrida por el ferrocarril, con un comercio en desarrollo y las instituciones como la iglesia y la escuela afincadas frente a su plaza, sentía que le faltaba algo más. Más de uno habrá pensado, “si ahora pueden venir a Burzaco, hagamos algo que podamos mostrar”. Como era una idea compartida por varios vecinos, formaron una comisión. Y esa comisión dio el puntapié para la construcción del primer Monumento a la Bandera del país.

Para 1937, la Argentina consolidaba la continuidad de la década infame. Con el fraude electoral como moneda corriente, Roberto Ortiz sucedía a Agustín Pedro Justo en la presidencia. Imperaba una democracia fétida, angustiada y poco empática con la voluntad de su pueblo. La política era distante. No había un Estado que velara por la redistribución.

Sin ir más lejos, e impulsado por Justo, estaba vigente el Pacto Roca-Runciman, una versión premonitoria de la filosofía que busca imponer Javier Milei con su Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones, o RIGI.

Pero no todo era oscuro. Por esos meses, una juventud radical comenzaba a cuestionar fervientemente el ecosistema político nacional y apelaba a la organización social. Era la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. FORJA, con nombres de peso como Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, incitaba a pensar un ser nacional. Llevaban la discusión a la calle y hacían acción de sus palabras.

La olla comenzaba a tomar temperatura de cara a 1943 y el advenimiento del coronel Juan Domingo Perón.

Esos años turbulentos, desde 1937 a 1943, la sociedad argentina fluyó envuelta en el cauce de la organización que va de abajo hacia arriba. Los bares olían a solidaridad de clase. Los sindicatos hacían pie en las fábricas. Los clubes tejían redes entre las familias. Palabras como derechos y oportunidades estaban tatuadas en los discursos de los trabajadores.

Todo este cuadro nacional tenía pinceladas provinciales. Buenos Aires, siempre la más populosa, cobijaba en sus barrios de aquel incipiente conurbano un crisol de figuras, representante e instituciones que pasaron de una mera convivencia a traccionar en conjunto por objetivos comunes. Había más organización. Tomaba fuerza el fomentismo, devenido en las Sociedades de Fomento. 

Fomentar es lo que querían hacer los vecinos de Burzaco. Así lo cuenta Ricardo Ravenna, docente, historiador e investigador del Instituto de Estudios Histórico y Patrimonio Cultural de Almirante Brown. “A mí me gusta pensar en cómo eran los momentos en los que sucedían las cosas”, dice. Lo dice para que se tome dimensión de la obra. De los hacedores, los espectadores, los que intervinieron y lo que se hizo para poder llevarla a cabo.

Aquel proceso de 1937 a 1943 fue el paraguas histórico durante la construcción del monumento. La comisión que encaró el proyecto se conformó en 1937 y el monolito que abraza un mástil donde flamea la insignia a 23 metros de altura se inauguró el 1 de agosto de 1943. 

Cincuenta y dos vecinos integraron la comisión. “Eran los vecinos inquietos”, los define Ravenna. Se reunió, por primera vez, la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Burzaco. Entre ellos, un teniente coronel, Saúl Pardo, quien se puso la comisión al hombro. 

Oriundo de San Vicente, otro pueblo del sur del conurbano bonaerense, mantuvo reuniones con autoridades nacionales y provinciales para empujar la iniciativa. Incluso, en su ciudad natal, se conformó otra comisión de apoyo a la realización del monumento. En aquellos tiempos, cuenta Ravenna, la figura de un militar tenía una connotación más respetada. Su experiencia, estima, le habrá servido para liderar la comisión. Pero remarca que no había roles individuales por encima de la labor colectiva.

Según los datos históricos que se pueden leer en los fundamentos de la Ley N° 14.530 que incorpora al monumento de Burzaco dentro del Patrimonio Cultural de la provincia de Buenos Aires, los vecinos se organizaron en 1937, pero la piedra fundacional se colocó el 25 de mayo de 1938. Ravenna confirma el dato. Allí empezaron los trabajos de obra y aquel crisol de figuras tomó forma en cada momento de la obra y en cada centímetro del monolito.

La labor llevó seis largos años. Un par de presidentes. Un nuevo golpe de Estado. Argentina no se quedaba quieta. Demoras más, demoras menos, los trabajos comenzaron en la que hoy es la Plaza Manuel Belgrano, a dos cuadras de la estación de trenes. Hubo que remover cañerías de agua que alimentaban la Escuela N°3 Ministro Rivadavia y la Parroquia Inmaculada Concepción. También sacaron un molino, tarea que llevaron adelante en forma honoraria los vecinos Wilfredo Barosio, Carlos ínclito y un tercero de apellido Vázquez. Cada uno aportaba.

Los recursos también llegaron desde el Estado, del municipal como del provincial y también del nacional. Los vecinos se movían. Libreta bajo el brazo, la junta de firmas para orquestar pedidos eran moneda corriente. El Estado no venía, había que ir a buscarlo. Se organizaron festivales y kermeses para recaudar fondos. También se recibieron donaciones, como los 3 mil ladrillos del doctor César Gustinelli, el primer médico en atender en Rafael Calzada, otra de las localidades de Almirante Brown.

Para 1939, llega la visita a al atelier de Claudio Sempere. “Más que artista, un artesano”, repara Ravenna sobre el escultor browniano. Fueron todos. La comisión de Burzaco, la de San Vicente, representantes de instituciones y vecinos. Allí empezó a gestarse una de las insignias del monumento: dos cóndores de bronces de casi dos metros que custodian la bandera. Están montados sobre la base que tiene cinco metros de lado y ocho de altura. Revestida con mármol travertino traído de Mendoza, la etapa de la mampostería quedó en manos de Francisco Blumetti. En su interior, quedó espacio para un templete de iguales medidas que la base, donde descansa un cofre de madera con banderas de ceremonia.

El monumento es realmente browniano:. el bronce de los cóndores hechos por Sempere como la madera del cofre provienen del ARA Almirante Brown, un acorazado que fue radiado en la década del ’30 y fue fundido en la Base Naval Río Santiago.

Las banderas de ceremonia del cofre fueron donadas por el Burzaco Football Club, fundado en 1928. Las dos puertas que posee el acceso al templete del monumento fueron donadas por el Club Independiente de Burzaco y La República Gaucha. El primero nacido en 1929, y la segunda en 1900. La República Gaucha, particularmente, era un club de pelota paleta presidido por Pedro Legris, el dos al mando de la comisión detrás de Pardo.

Para 1939 estaba encaminada la base, los cóndores, el cofre, las banderas y se tenía a los vecinos, las instituciones y el Estado. Pero faltaba algo. ¿Cómo se coloca un mástil de 16 metros por encima de aquella base de ocho metros y alcanzar los 23 metros de alto?

“Yo tenía siete años cuando lo hizo”, recuerda Haydee Iozzi. En un recorte periodístico que muestra Ravenna, la hija de Vicente Iozzi, vecina de Burzaco, cuenta de aquella cena en la que Pardo llegó a su casa con los papeles de la obra del monumento. Tenía siete años, pero se le grabó el ajetreo de esa noche para desanudar el entuerto de la, a esa altura, faraónica misión del mástil.

La elección no fue casual. Ante la negativa del Ministerio de Obras Públicas de la provincia por falta de equipos, Pardo tuvo que encontrar la manera de colocar el mástil. Y Iozzi estaba al frente de la cuadrilla N°12 de Correos y Telégrafos. “Mi papá era muy inteligente, cuando llegó de Italia no sabía leer ni escribir, se formó solo y llegó a ese puesto”, narra Haydee.

Así, en 1939 se consiguió colocar el mástil. Los años que siguieron hasta el 1 de agosto de 1943, día de la inauguración, fueron de aplomo y dificultades para contar con recursos y poder avanzar en cada paso. Pero se logró. Se mantuvo la organización. El relato histórico dice que hubo una suelta de 500 palomas mensajeras.

Hoy, entre las calles Eugenio de Burzaco, Amenedo, 25 de Mayo y Quintana, el monumento está. Es la sede de los homenajes al creador de la bandera, como el del pasado 3 de junio del actual intendente local, Mariano Cascallares. Es también el epicentro de los festejos burzaquenses, como el preciado Mundial de Qatar. Varios vecinos volaron en cóndor de Sampere aquel 18 de diciembre.

Lleva la medalla de ser El Primero. Hubo otros dos monumentos en Salta y también en Santa Fé previos a 1942, pero ya no queda registro de ellos. El más emblemático, el de Rosario, fue inaugurado en 1957. Entonces, por decantación, es el primer Monumento a la Bandera. El hecho por todos.

Al verlo, están todos ahí. Hay un Pardo, un Sempere, clubes de barrios, sociedades de socorros mutuos, vecinos de Burzaco y de San Vicente. También hay un Iozzi. Hay obreros, médicos, militares, comerciantes, políticos y artistas. Entre todos se buscaron y crearon, desde la organización y la solidaridad, un faro para su pueblo. No hubo individualismo, tampoco heroísmo. Nadie lo hizo solo, porque nadie se salva solo.

Y es que Belgrano no pensó una bandera para ver quien se la queda.