Tres días en Río Cuarto a propósito de la 10° Feria de Editoriales Independientes Federal que organiza la Casa de la Poesía. Nos invitan con Bosque energético, la editorial de diarios íntimos que llevo adelante junto con Andrés Gallina. Vamos en auto. Salimos muy temprano, casi de madrugada, para intentar que nuestra hija estire el sueño lo más posible. Vamos a trabajar y a pasear. La feria sucede principalmente en el viejo almacén, un lugar calefaccionado, amplio, que se divide entre los puestos de la feria y la sala de presentaciones. Este es el décimo año de la Feria, sin interrupción y, aunque redujo su tamaño en comparación a años anteriores, ocupa el espacio y dice presente con más de 40 editoriales independientes de todo el país. En las palabras de inauguración, el autor Sebastián Sosa Ojeda da la bienvenida y pone bajo la lupa el riesgo que corremos si un libro se vuelve un objeto de lujo. Habla de la necesidad de poner freno al proceso de alejamiento entre libros y lectorxs.
El mismo día escuchamos la presentación de Vida de Horacio, el último libro de Mercedes Halfon, editado por Entropía. La autora conversa con Camila Vázquez, poeta miembro del colectivo Glauce. Mercedes lee pasajes de su libro y desliza varios ejes sobre los cuales arremolinó la escritura, que le llevó varios años y que se dio en convivencia con otra escritura, que desembocó en el libro editado por la Universidad Diego Portales (Chile): Extranjero en todas partes. Los días argentinos de Witold Gombrowicz. “Siempre es bueno ir con dos proyectos a la vez.”, dice.
Vida de Horacio no es un libro que se inscriba en la larga tradición de cartas al padre: la epístola como un ajuste de cuentas. Acá pasa otra cosa. Es un encuentro. Es una celebración. Un ritual vitalista ligado a la gratitud y al reconocimiento. Me gusta que exista un libro así, cerca del ala blanda de los vínculos.
Vida de Horacio recupera escenas pasadas y, al revisitarlas, propone nuevas lecturas del presente. Así pasa también con las acciones del colectivo Glauce, que retoma con su nombre a la poeta Glauce Baldovin (Río Cuarto, 1928 / Córdoba, 1995) y a su obra, que podemos leer en una hermosa edición de Caballo Negro: Mi signo es de fuego.
Mi tarea en la feria es estar en el puesto de Bosque Energético. Nos turnamos con mi compañero para contar sobre los diarios y para que nuestra hija no se vaya muy lejos. Tenemos una mochila con provisiones debajo de la mesa: pinturitas, muñecas, mate, criollos (deliciosos). Armamos una casa. Imagino que cada feriante hace lo mismo. Una estampita de la vida nómade que practicamos por unos días. Hacemos espacio en nuestro mesón y sumamos los libros de Mercedes: El trabajo de los ojos y Vida de Horacio, ambos editados por Entropía. En nuestra mesa se consolida un pueblo de colores. Me guardo un ejemplar del libro de tapa verde, el azul ya lo tengo, y lo guardo como un tesoro del otoño. Lo voy a leer cuando regrese a casa, pero ya estoy cultivando las ganas, ya lo estoy empezando a leer por osmosis, por pegarlo a mi cuerpo, por no soltar la tapa de mi cara. La presentación y su lectura me sensibilizaron y sé que el libro camina por un borde sin espectáculos, donde los eventos de la historia personal de su familia se abren como un animal después de reservarse en la cueva durante el largo invierno.
La feria continúa entre talleres, presentaciones y lecturas. Cuando nos distraemos, hija habla por el micrófono e invita “a la próxima aventura”, así dice. Va a leer poemas Santiago Loza.
El domingo pegamos la vuelta. Compramos más criollitos porque nos volvimos adictos. En la ruta se despliega eso que quedó rebotando del haber escuchado leer en vivo a Mercedes Halfon. Pienso en el poder emancipatorio de aprender a escribir, de iluminar y posicionar el aprendizaje y la enseñanza como herramientas vitales. Mi hija también, como el hijo de Mercedes en Vida de Horacio, está dando sus primeros pasos en la escritura. Copia y dibuja letras. Es una relación porosa con la mímesis y la ilustración. Después actúa que lee. Recita lo que sabe de memoria y reconoce el ritmo de lo que late en su interior haciendo pie con el dedo sobre el lomo de un libro.
Vida de Horacio es la historia de alguien que entrega su pulso cardíaco a la enseñanza y a la certeza de que ahí reside un destino justo para la comunidad, para los trabajadoxs y sus familias. Leer lo familiar es un viaje en sí mismo, donde el nosotros se confunde con el ustedes, el oficio con el cuidado, y las vacaciones con el trabajo. La historia se está moviendo. La historia es una materia viva.
Mercedes Halfon es hija de una madre y un padre que se conocieron estudiando Historia. La Historia ocupa un lugar protagonista en la casa familiar de los Halfon, que plantaron su bandera en un departamento del barrio porteño de Caballito. La autora trabaja como periodista cultural y tiene un objeto mágico: un grabador. Ella lleva al terreno de lo íntimo ese instrumento con el que suele entrevistar a artistas. El objeto es el que ubica ahora a los personajes y les encuentra un nuevo lugar, les otorga distancia: la hija pasa de hija a entrevistadora; el padre pasa de padre a artista (y a historiador, y a director de escuela).
Desde esta nueva posición, como en un juego de teatro, reescriben a cuatro manos la educación sentimental de Horacio, llena de imágenes de militancia peronista, autos Ford y pegatina de afiches callejeros. Hay una escena que insiste: el padre pega afiches en las paredes del barrio para alentar a adultos a que terminen sus estudios. El padre enseña a escribir. Enseña a leer. La intimidad es algo siempre nuevo entre padre e hija. Un espacio inédito que construyen y que inventan con la palabra. Mercedes habla con su padre del pasado, del pasado incluso en el cual ella no existía, y en esa acción redescubre una escena del presente donde padre e hija toman cerveza y pasan el rato juntxs.
La escena de la muerte de la abuela (la madre acompaña y abraza a un costado mientras el silencio del aire invade la habitación) revela una operación que atraviesa todo el libro: el estar presente para el otro. Estar al lado como la posición principal.
Para leer, dice Halfon, también hay que estar inspirada. La escritora se detiene ahí para escuchar, escribir, grabar y desgrabar al padre, para dar con los detalles fundacionales. Es en la insistencia por leer las escenas que arman la coreografía de la vida que la autora fortalece el vínculo con su padre, y también con su oficio. Crea una nueva escenografía en la cual toma la foto de lo familiar ya no como un pasado que se desgasta, sino como un presente que refucila.
Es la vida de Horacio y es la vida de Mercedes. De niña, Mercedes, acompañó a su padre a la escuela y le preguntó si no notó que en el examen los estudiantes se soplaban la respuesta. “Me dijo que sí, que se daba cuenta. Y que, si entre todos podían construir una respuesta, eso era lo importante”. Es el padre. Es la hija, que junta el agua del tiempo entre las manos y escribe.
Mercedes es virtuosa con su voz, despeja de la trama colectiva los destellos de personas que no fueron protagonistas en las primeras planas de su época y, sin embargo, brillan con ella.