Putamadre (Sudestada), la primera novela de la actriz y periodista Carolina Fernández nace como un acto de supervivencia, como una profecía íntima. “Aparece en un momento en el que escribir era una búsqueda porque en las palabras buscamos respuestas, nace de los escombros para ser un hecho artístico de ficción”, dice su autora.
Putamadre es la historia de la relación de una madre y un hijo que luchan por sobrevivir en un mundo que los devora pero también es un mensaje político contra los mandatos que la sociedad tiene para con nosotras, las mujeres: el de ser buenas madres. La novela comenzó con un par de relatos en primera persona, pero después, dice Caro, el recorrido fue diferente: “Tomé distancia de aquel borrador con algunos textos y cuando me reencontré con ellos, descubrí que había mucho más para decir, transformándolo en un proceso creativo, construyendo personajes, encontrando las voces, dibujando una trama, dando colores, matices. Fue alucinante lo que vino de la mano de la ficción y la autoficción: crear una historia”.
Una vez tecleadas las primeras páginas, Caro decidió mandárselas a tres amigxs relacionados con el arte audiovisual. “En ese momento no tenía idea de que eso se transformaría en un libro, siempre estuvo en mí más a mano el lenguaje cinematográfico. Una de ellas, Anahí Berneri, lo leyó y su devolución fue fundamental: la historia necesitaba dos voces, la voz del personaje de la madre y la voz del personaje del hijo, Lucio (es el único personaje que tiene nombre), el resto son roles. Ese movimiento fue decisivo para empezar a estructurar la novela: Apareció el hijo con una claridad insospechada: el tono, el ritmo, la forma, las palabras, ese mundo desconocido que, de repente, se materializó frente a mis ojos”, explica la autora.
Luego, en su último viaje a México, se abrió un canal creativo inesperado: “sentía que mis manos escribían solas. Me despertaba a cualquier hora con ideas. Estaba en un cuarto rentado y solo deseaba escribir. Allá encontré el final. Respiré. Tenía entre mis manos la primera versión terminada. Pensé en Juan Solá, no lo conocía pero lo sentía muy cerca. Me latía. Thelma Fardín es una amiga en común y nos contactó. Le mandé el texto. Comenzamos a trabajar y fue maravilloso. Luego hicimos el intento con Sudestada. Ambos sabíamos que ese era el camino de Putamadre. Nacho (Portela), con una generosidad de la que esa editorial nos tiene acostumbradxs, se puso la diez”.
¿Cómo surge el título?
--Es una provocación. Es un: “No lo digan a nuestras espaldas”. “Somos muchas, casi todas”. Después de la provocación, viene la reflexión: ¿tenemos dimensión del daño - a veces irreparable- que le hacemos a las infancias, como sociedad, estigmatizando a sus madres? No solo destroza a las mujeres, sino también a lxs hijxs que lidian con la responsabilidad de defender el honor de una madre rota, que hace lo que puede y que además de sobrevivir, se aferra a la ilusión de ser un poco feliz. Putamadre es un poco lo que somos todas.
Mi derecho a ser un monstruo
"Cada personaje que aparece en esta historia, cumple con el requisito de ser deforme. Como autora decidí crear un entorno a la altura de los protagonistas. Cada rol es político. Cada vericueto o rasgo es necesario para unir los puntos y llegar al dibujo final. En la novela, la madre comienza a ver reacciones que la dejan descolocada, que la desbordan y la llevan a entrar en un espiral de locura junto a su hijo. Hay una presencia muy poderosa de la fantasía de la muerte como único freno al dolor, para madre e hijo. Cualquier posible acercamiento a una certeza termina por poner la mirada en la crianza de una mamá que lo hace a los tumbos pero con un amor desbordante. Luego el desafío fue crear y narrar los días del personaje del hijo en lugares totalmente ajenos. Fue construir un mundo, con sus códigos y situaciones: ¿Qué hace el personaje de Lucio estando internado? ¿Cómo son sus días en una cárcel?", comenta la autora.
"Intentar contar la vida sexo afectiva del personaje de la madre y del hijo fue complejo, ya que la historia está atravesada por un vínculo totalizador. Me permití volar, imaginar, entrar en mundos desconocidos, jugar. Ser un poco Lucio, ser un poco esa madre y darme licencias, muchas licencias, corriendo totalmente cualquier vestigio de corrección política .Para el personaje de la madre es una bala psíquica enterarse que su hijo es adicto. La prueba irrefutable de que es una madre pésima. A partir de ese momento la novela se transforma en un thriller, donde no existen lugares seguros: Ni la habitación, ni el baño, ni la vereda. La casa es un campo minado en el que todo puede pasar. Y pasa", sostiene.
¿Qué expectativas tenés con la novela?
--Espero que sea un buen ejercicio amoroso para terminar con los estigmas que nos ponen en el paredón de fusilamiento a las mujeres madres. Corrernos de la comodidad de indagar en la vida ajena desde un pedestal inexistente. Reconocernos como seres imperfectos, deformes, inútiles en la tarea casi ridícula de ser responsables de otras vidas. Lo somos, y le metemos tanta garra, tanto esfuerzo y tanta alma. Pero aun así, a veces, se nos va todo de las manos.
¿Es un llamado a construir red?
--Vivir la maternidad y disfrutarla cuando se puede sin romantizar, transitarla en red, sacar todo eso que guardamos debajo de la alfombra por miedo a ser juzgadas. Recordarnos entre nosotras que tenemos permitido ser mujer y ser madre. Que una cosa no anula la otra. La novela comienza su camino. El recorrido que deseo es el que más se acerca al propósito de sostenernos, de abrir espacios para abrazarnos y escucharnos. Animarnos a hablar sin tapujos del consumo, contar a calzón quitado lo difícil y espectacular que es maternar, permitirnos confesar lo injusto que es maternar en soledad.
Por otro lado, esta novela pone sobre la mesa lo terrible que es ser hijx: qué se hace con el poder devastador del supuesto amor incondicional.
--Deseo que Putamadre deje una huellita por donde caminar sin demasiadas pretensiones. Que sea un aporte al debate feminista. Que sea la puerta para que madres, padres, hijxs, adictxs, putas, podamos mirarnos a los ojos sin señalar con el dedo para intentar vivir en un mundo menos violento, exigiendo que el sistema perverso que nos enmarca esté a la altura de las circunstancias para que deje de ser una trampa mortal.