Ritmo.

Yo quiero que todo siempre sea así. Y que nunca nos volvamos a ver las caras mientras dios permanezca ausente y a punto de dormir. Si al menos me hiciera caso. O pretendiera que me escucha. Entonces yo podría permitir un cambio, una intención, una

pausa.

Hice de mi suerte una especie de religión. Nadie entra y nadie sale sin sentir el temor a la promesa incumplida y el premio perdido. Mi suerte, el refugio, el destino de cada paso que dan los tuyos y los nuestros. Quiero contar, pero me salen las palabras grandiosas en frases fastuosas golosas sosas osas. Moza. Una café y la cuenta, por favor. Debería volver al blues. El

ritmo

que marcaba los espacios, los silencios y las acentuaciones adecuadas. A veces también el fonema, la rima que mima. Uno. Un dos, dos tres. Un dos tres por qué. Así, se fue. Y nadie le cree. Un dos, dos tres. La suma que erré. Un dos, dos tres. Una y otra vez. Bien bien bien bien. Bien, pibe, bien. Un dos, dos tres. Tomate un ferné. Un dos, dos tres. El culo al revés. Un dos, dos tres, la misa que dé. Un dos, dos tres. Dejá de joder.

Pausa.

Tampoco el blues me da la pista, la letra, la mano. Hay las gateras y los caballos, la carrera ahí nomás. Pero nunca la anuncian, ni le dan largada. Un dos, dos tres. Mejor entonces dejar pasar el recuerdo y que las papas quemen pronto, para que me vengan a buscar. Y si me encuentran más viejo y chusco, más muerto que vivo, más solo que justo... dejadme ir, estúpidos delincuentes. No seré un cómplice. Dejadme ir.

Ritmo.

Quiero hacer las cosas bien. Quiero hacer el bien. Me cuesta no sentir lo bajo. Me cuesta tanto evitarlo para poder decirme puro. Pero ahí están las ideas. He aquí los pensamientos. Y la bronca, la ansiedad, la envidia, la soberbia. He aquí la noche larga que nos cuenta nada. Poco y nada. He aquí la brisa que se mete entre las cortinas y esparce restos de cenizas sobre los muebles viejos. Qué distinto sería el después de todos si dejara en herencia un tesoro; en metálico, no en palabras empacadas en un libro sin sentido, sin precio, regalado, que lo han hecho sentirse indeseado. Quiero hacer siempre las cosas bien. Y que el de rojo, si aparece, sea nomás de carne, hueso y tendones, como el resto de nosotros. Verlo para no temerlo. Conocerlo para hacerlo nuestro.

Pausa.

Si te dijera, entonces, que cada palabra aquí escrita responde a un plan, a un encuentro previo donde los actores y el director discuten las condiciones de los contratos, me tildarías de loco o de místico o de loco místico, qué sé yo. Lo mismo da: esa mujercita quedó en Florencia. ¿Dónde estabas que no te vi? Ah, ese delicioso lemonchelo. Cuántas ganas de arrasar con él. Métale nomás, que nadie se va a enterar.

Ritmo.

-‑Hola, ¿está Santiago?

-‑¿San Tiago?

-‑Santiago, el de las rastas.

-‑No pero sí. Casi pero no.

-‑¿La avisa que lo anduve buscando?

-‑Le digo, le digo. Vaya, nomás. Vaya con Dios.

Pausa.

Era lunes y el espanto en tus ojos me encendía la conciencia; me estrujaba, me limaba; me hacía perder el paso de novelas y poemas en los que ya no creía; no veía, no sentía, no rezaba. Pausa. Me abrí al espacio solamente para llamarte. Fue una pérdida de ganas, voluntad, paciencia y tiempo; el resto escaso, lo que me ahorraba.

Ritmo.

Qué saben mis palabras del ritmo. Bailan un tango y ahora un vals. Pasan del blues al firulete de arrabal; y en cada secuencia retorcida se paran para mirarme y esperar que las apruebe. Dale nomás, dale que va. Y las muy tontas me creen; se sienten orgullosas y estiran el estúpido baile que las humilla en esta vida, en las que fueron y en las que vendrán.

Pausa.

Toman aire, se acomodan las sílabas, maquillan las h mudas para que no pasen inadvertidas. Ah, pero cómo peinan los acentos; los estiran, los ondulan, los enchastran con spray. Ah, pero cómo se olvidan de las comas y de los puntos como si fueran nada, apenas una molestia destinada a estorbarles el camino. Ah, pero cómo se engañan con las comillas y se sienten impunes cuando sic‑erat‑scrip‑tum y cagate en los tiempos verbales que rimar, riman igual.

Ritmo.

Sangría desde el vamos y en el devenir un aplastamiento severo, inconsciente, de frases que no deberían siquiera haberse atrevido a levantar el polvo. Marcha atrás y al revoleo del nuevo impulso saltan los cuando, los era una noche fría y oscura, los despertó esa mañana convertido en un insecto, los llegó una carta de mamá, papá, la tía Augusta o quién puta sea que vive al otro lado del océano; y la basura condicional en los titulares.

Pausa.

El disfraz de idioma arcaico, con vocablos que se pudren apenas vuelven a tener contacto con el aire, se cae a pedazos; los lazos, los trazos, los pasos; las uñas mal comidas, pellejitos de sutil tortura. Y la historia enroscada en esa trampa de preposiciones y modificadores directos e indirectos... Modificame éssssta.

Ritmo.

Al palo avanzan los hechos que desde hace páginas se venían anunciando y de pronto zápate los secuestros las amenazas las estrategias los palazos y las corridas la abrumadora sucesión de acontecimientos que se hacían rogar desde la página 1 y ahora cuando la mayoría largó el bodoque de puro aburrimiento cae todo de sopetón la muerta el desaparecido el mayordomo asesino los gendarmes y la yuta yuta yuta.

Pausa.

En el cielo las estrellas y en el campo las espinas y en la vida de cualquiera una gloria, una derrota, una euforia, una tristeza, una esquina, un mamarracho, un desparramo de miseria, una olla, una arpillera, un pasaporte, una guitarra, un fogón, un viento fuerte, una lluvia, una pregunta (¿qué mierda le hicieron a Santiago?).

Ritmo.

Quedan las horas muertas, el sol que lastima y un silencio de voces y de músicas, de relojes y de pasos. Un débil cable une apenas el denso espacio habitado con la cúpula apartada. Las noticias llegan desparejas, espaciadas. Y el desánimo. Dios, el desánimo. Un intento que termina en nada incluso antes de nacer, por pereza y falta de fe. Para qué esto, para qué aquello. Volver a morder la cola envenenada de la serpiente moribunda. Cae el velo y con él todo el andamiaje que lo sostenía. Un ruido grotesco, un estallido defectuoso. Se asusta el gato y corre a esconderse. Es esto o poco más de lo que queda del sol. Otro más que pasa y se pierde. Llorar al día desaparecido. Llorar, ni siquiera eso. ¿Y por qué describir la basura? ¿Por qué sumar dolor al dolor del mundo? ¿Tiene sentido hacerlo? ¿O mejor es callar y que las lágrimas secas rueden en la imaginada cara triste, que ahora es piedra, que ahora es vacío, una vida perdida en un río?

Pausa.

No, nada de eso. No country for old doubt ; quiero arrancar las cerraduras, perseguirlas hasta el fin. Quiero gritarlo; que aturda y que espante; quiero aceptarlo, porque es mío y es mi 

ritmo.