Gustavo Tarrío es uno de los directores más interesantes de la escena porteña. Sus obras nunca son solemnes por más que aborden temas profundos. Siempre respiran humor y movimiento en puestas muy cuidadas donde suelen convivir la actuación, la proyección de imágenes, la música en vivo, el baile, la emoción y mucha creatividad. Convocado por Paraíso Club de Artes Escénicas para integrar la programación 2024, acaba de estrenar en Arthaus Ha muerto un puto, una obra sobre Carlos Correas, escritor argentino, profesor de filosofía, ensayista y traductor con una vida y obra intensas, luminosas y dolorosas también. 

“A Correas lo conocí de casualidad el año pasado a través de un tweet sobre su cuento 'La narración de la historia', que fue publicado en 1959 en la revista del Centro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. El cuento fue prohibido y Correas, condenado por la justicia por publicación obscena. Planteaba abiertamente una relación homosexual. Lo leí y me impactó. Un cuento super erótico, considerado uno de los mejores relatos de la literatura argentina, no dicho por mí sino por Piglia. Cuando Ariel (Farace), de Paraíso, me propuso hacer una obra de texto, pensé en él y me puse a investigar”, cuenta Tarrío a Página/12

El autor y director se sumergió en la vida y obra de este escritor que, a los 28 años, fue condenado a seis meses de libertad condicional por aquel relato sobre los recorridos por los suburbios de Buenos Aires de un joven universitario de clase media en busca de sexo, que entabla una relación con un adolescente humilde. Por este cuento, Correas vio truncada su vida literaria por décadas y fue rechazado por el mundillo por sus amigos y por su propia familia, que le dieron la espalda. Tarrío leyó sus crónicas de cine y televisión, provocadoras y desfachatadas, publicadas en los '90 en las revistas culturales El ojo mocho y La caja; también textos autobiográficos, más cuentos y largas entrevistas. Conversó con personas muy cercanas a Correas, como la socióloga María Pía López y con Juan José Sebreli, con quien el escritor tuvo una relación amorosa e integró el grupo de intelectuales existencialistas de la revista Contorno (junto a Oscar Masotta).

Con este riquísimo material, Tarrío escribió el guión, convocó a un elenco impecable formado por María Laura Alemán, Vero Gerez y David Gudiño, y dio forma a una creación muy bella y llena de vida, con muy buen ritmo, sensibilidad, pasajes hilarantes, y otros tristes y conmovedores. El montaje combina música en vivo, canciones, cuerpos en escena que son pura vitalidad, textos, proyecciones y una escenografía delicada y a escala pequeña, como de juguete. La obra pone en escena algunos textos y  momentos de la vida del autor de los libros Los reportajes de Félix Chanetton y Operación Masotta, hilvanados con total fluidez. “Quería que el relato fuera lo más claro posible, que no sea hermético, que sea como un cuento. La gran mayoría de textos que dicen los actores son de Correas, salvo algunas ligazones que yo sumé. Las crónicas sobre Esther Goris, sobre los programas de Mariano Grondona y de Mario Pergolini son textuales de él. Son muy impresionantes por la soltura, la impunidad para decir lo que se le cantaba”, comenta.

-¿Cómo armaste el elenco?

-Primero hablé con María Laura. Ya habíamos hecho un espectáculo musical, Nación innecesaria, y me dijo que tenía muchas canciones sobre trenes. Me las cantó todas, las grabé, una más linda que la otra. Y ahí dije: "Bueno, entre este mundo de Constitución, del yire erótico de Correas y los trenes de María Laura, hay una unión". Quería volver a trabajar con Vero (Gerez) porque es una intérprete exquisita, con una voz que te atraviesa y con David (Gudiño) teníamos ganas de hacer algo juntos. Me parecía que si podía haber una venganza histórica y artística hacia la figura de Correas, estaba bueno que esté encarada por una mujer (trans) como María Laura y por la figura de la identidad marrón que trae David, relacionada a la figura erótica y política del “cabecita negra” presente en Correas. Es un autor con una idea de la libertad que me atrajo, el bajo fondo y las orillas en sus textos son fascinantes. 

María Laura Alemán toca un piano de cola, canta, también es la voz en off que narra episodios de la vida de Correas, mientras que Gerez y Gudiño dan vida alternativamente al protagonista. Así desfilan escenas de la niñez, su primer trabajo, el levante en los cines, un fragmento de La narración de la historia -y los posteriores avatares judiciales y policiales-, los vínculos de amor-odio con Sebreli y con Masotta. También asoman su etapa de profesor universitario para ganarse la vida, el suicidio en el año 2000 y el dramaturgo Bernardo Carey rescatando el cuento Los jóvenes mientras que la familia ocultaba sus diarios y escritos. 

Todo sin caer en golpes bajos ni lugares comunes. Por el contrario, con mucha originalidad y precisión y, cuando la escena lo habilita, con total desparpajo. Distintos paisajes emocionales para un espectáculo que recupera una figura muy vapuleada que, sin embargo, ha sido valorada desde distintos ámbitos. La Universidad Nacional de General Sarmiento le dedicó en 2009 unas jornadas reunidas en el volumen de ensayos Decirlo todo: escritura y negatividad en Carlos Correas; Mansalva publicó en 2012 el cuento Los jóvenes; Pablo Kapplenbach y Emiliano Jelicié estrenaron ese mismo año en el BAFICI el documental Ante la ley (El relato prohibido de Carlos Correas), que reconstruye la vida del escritor a través de testimonios de Ricardo Piglia, Oscar Traversa, Emilio de Ipola, Horacio González, Tomás Abraham y Liliana Lukin, entre otros.

- En tus obras, la música está muy presente. ¿Qué te atrae de este lenguaje?

-Soy como un advenedizo de la música. Toco el piano, pero muy mal. Y compongo muchas canciones con Pablo Viotti, ya lo hicimos en varias obras. Es como una necesidad física; si no está, me aburro o necesito descansar de las palabras. A veces quisiera hacer una obra que sea solo movimiento y música, pero bueno, todavía no se dio esa posibilidad. La música te conecta con otro lugar que no es tan de la cabeza. Es más sensorial. Y seguramente estoy marcado por la historia familiar: mi abuela tocaba el piano en funciones en la época de cine mudo. Y acá está María Laura tocando el piano frente a una pantalla, algo que me conmueve profundamente. En el escenario está por un lado la música, en el otro extremo la pantalla, el cine, y en el medio están la vida, la ciudad, la experiencia humana, el teatro. De alguna manera pude unir las tres cosas.

Ha muerto un puto puede verse los sábado 22 y 29 y los domingos 23 y 30 de junio a las 20 en Arthaus (Bartolomé Mitre 434). En julio volverá en fechas aún a confirmar.