Nora Lezano con Blanqui, su perra (Foto: Guido Adler)

Es imposible, por respeto a los espectadores que vienen caminando detrás de uno, detenerse a mirar en detalle los cientos de objetos que están desparramados en el suelo, como ladrillitos marcando el trayecto hacia la platea desde la cual se verá desInventario. Pero, si uno pudiera abandonar la pretensión de acatar las normas de convivencia básicas, podría pasar una buena cantidad de horas, toda la noche tal vez, en ese camino hecho de libros, zapatillas viejas, dibujos, fotos, remeras, más fotos, videocasetes, revistas y carnets de prensa que Nora Lezano fue acopiando a lo largo de su carrera, con una pulsión férrea por retener cada momento de su vida.

Sus padres siempre fueron de guardar: los primeros mechones de la hija, su ropa, sus boletines. Y, cuando comenzó a meterse de lleno en el mundo de la música, algo de esa conducta familiar prevaleció en ella. Comenzó a archivar, como una hormiga paciente, todos los rollos que sacó, todas las púas que le regalaron, todos los discos que la hicieron feliz, sin la sospecha de que convertiría esos tesoros de su colección en la utilería imprescindible de la performance que por estos días ofrece en la Fundación Cazadores, para echar luz sobre todo ese material de una forma nueva. Y para descubrir, en ese mismo gesto, quién es ella hoy: cuánto queda en su versión actual de la Nora que alguna vez decidió acopiar todo eso. Ella dirá que copió el mecanismo de Hansel y Gretel: si los hermanos del cuento fueron dejando miguitas para recordar el camino a casa, Nora traza con todas las cosas del pasado una pista hacia el reencuentro consigo misma. Su objetivo: descubrir cómo es “ser Nora, sin ser Lezano”.

No es mucho lo que hay que conocer sobre su biografía antes de ver desInventario, aunque viene bien recordar los datos básicos: que durante mucho tiempo fue considerada “la” fotógrafa del rock de su generación, aunque trabajó junto a artistas de muchas otras disciplinas. Que desde fines de los noventa y durante los primeros dos mil no sólo retrató a absolutamente todas las grandes figuras de la escena musical nacional sino que forjó con muchas de ellas una intimidad, lo que le dio acceso a escenas de la vida cotidiana que pocos estaban invitados a presenciar. Y que vivió esa inmersión a fondo, en contacto con todo lo erótico y todo lo tanático que tiene para ofrecer el mundo del rock. Que tiene cientos de recitales encima, primero como fan, más tarde como la artista a cargo de registrarlos. Que en pocos años, cuatro o cinco, pasó de ser una completa desconocida a la dueña de la mirada más cotizada de la industria musical, a tener un estilo inconfundible, a convertir su nombre en una marca (de ahí que se pregunte ahora cómo “ser Nora sin ser Lezano”) y al hecho de fotografiarse con ella una suerte de estampa legitimadora, algo que la mayoría de los fotógrafos de su nivel les lleva bastante más tiempo conseguir, si es que alguna vez lo logran.

SUÉLTAME PASADO

Nora parece muy consciente de esa fortuna conquistada. Lo confirma en su diario, que lee en voz alta mientras el público va ingresando a la sala de la Fundación Cazadores y va atravesando el camino zigzagueante que lo llevará a las butacas para ver el film que ella editó junto a Martín Antuña. Un film que también está hecho de elementos guardados: sin solución de continuidad, encadena escenas en las que su mamá le lee una carta y le pide que la vaya a ver más seguido, otra donde se puede ver a Nora matándose de risa junto a Charly García, a Fito Páez en algún encuentro reciente, a un primer plano de su perra Blanqui entregada al sueño y los ronquidos.

También hay audios robados a WhatsApp o rescatados de los cassettes del contestador automático que alguna vez tuvo. No siempre queda claro quiénes son los emisores de esos mensajes de voz, aunque en muchos casos es sencillo adivinar el vínculo que los une con la destinataria: ex novios, conocidos, amigos. Hay saludos de cumpleaños, hay peleas, hay despedidas violentas y duelos compartidos. Y hay fotos, muchísimas. Tomadas en fiestas, tomadas en reuniones, tomadas para probar algo, tomadas por trabajo. Porque las vidas, desde las más apacibles hasta las más vertiginosas, no dejan de ser eso: un vaivén constante entre los momentos íntimos y los momentos públicos, entre lo laboral y lo personal, la convivencia de sucesos dolorosos y ocasiones luminosas. Un día puede estar hecho de llevar a tu mascota al veterinario, de recibir al electricista y más tarde fotografiar a algún ídolo nacional en un hotel cinco estrellas tomando champagne. Si hay alguien que lo sabe es Nora, que jamás pudo escindir del todo su vida y su trabajo: su obra siempre estuvo atravesada por su manera de estar en el mundo, que uno podría describir como fresca, filosa, apasionada.

Es por eso que tiene tanta necesidad de velar a la fotógrafa del rock que alguna vez fue. Si vida y obra están tan unidas en ella, y ahora hay una parte suya que pide pasar a nuevos capítulos, ¿cómo hacerlo sin dejar atrás ese oficio que le regaló una identidad? “desInventario es una despedida de un pasado intenso, voraz, fascinante y tormentoso al mismo tiempo”, anuncia desde el texto de presentación de su performance. Para esa despedida, Nora se vale de dos mecanismos. El primero lo conoce bien, porque ya lo practicó en Inventario, el apéndice escénico de la muestra homónima en la que se exhibió gran parte de su memorabilia, invitada por Maricel Álvarez y Emilio García Wehbi en el marco la Bienal de Performance 2019 (ya desde el nombre queda claro que este nuevo trabajo está profundamente ligado con aquel). También porque tiene varios puntos en común con la fotografía analógica: de la misma forma que un papel fotosensible tiene que exponerse a la luz para convertirse en eso que está destinado a ser –una foto–, Nora expone algunas de sus anécdotas más íntimas y sus objetos preciados; se expone para transformarse.

Durante la proyección de la película que forma parte de desInventario –un ejercicio fílmico que en menos de una hora resume 54 años de vida, pero se centra en la juventud de la protagonista– hay que ir turnando la atención entre el vértigo, el ajetreo y los flashes que se suceden en la pantalla y lo que está pasando debajo, en absoluto silencio: casi en estado de meditación, Nora va guardando en cajas, uno a uno, los miles de objetos desparramados en el suelo que había desplegado para compartir con el público. La tarea lleva su tiempo. Quien se haya mudado por lo menos una vez lo sabe: las cosas materiales no solo ocupan espacio, también demandan mucho tiempo. La labor minuciosa de Nora es un recordatorio de eso.

ADIÓS OBJETOS ADIÓS

Hay algo, sin embargo, que no irá a parar a las cajas. Es una pila enorme de CDs, quizá los más preciados de su colección de rock. Todos llevan una etiqueta con un número que va del 1 al 400. Son, en efecto, cuatrocientos los discos de los que Nora, cuando termine la última función de desInventario, habrá regalado al público. La fotógrafa del rock, la chica que durante años atesoró casi todo objeto vinculado con la música, ahora se desprende de lo ya no quiere o ya no necesita o ya no puede conservar, para hacerle lugar a lo que tenga que venir o emerger en ese espacio vacío. Ella tampoco sabe bien, todavía, qué será. Es un primer paso, tal vez, para entrenarse en el desprendimiento, el segundo mecanismo que utiliza para despedirse de su antigua versión. Como esboza Elizabeth Bishop en uno de sus poemas más famosos, aprender a librarse de lo que uno ya no puede conservar es un hábito que se entrena. Cuando uno aprende un idioma, comienza por memorizar los números, los colores y las letras para llegar, pasado un tiempo, a dominar estructuras más complejas. El arte de perder, parece decir Bishop, no es muy distinto: se empieza por las cosas pequeñas para fortalecer el músculo y lograr un desapego que sirva para soltar amores, oficios, versiones pasadas. No sin padecimiento, pero sin creer que la vida se va en eso. Lo escribe de una forma tan luminosa que es difícil no querer probar su método: “El arte de perder se domina fácilmente/ tantas cosas parecen decididas a extraviarse/ que su pérdida no es ningún desastre./ Pierde algo cada día. Acepta la angustia de las llaves perdidas/ de las horas derrochadas en vano./ El arte de perder se domina fácilmente./ Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido/ lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar./ Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.”

Quizá algunos de los efectos de este ritual colectivo al que invita Nora empiecen a cobrar sentido en un tiempo, cuando ella pueda organizar los movimientos internos y externos que generó con desInventario. Pero hay uno que es inmediato: con esta performance, que creó hilando sus palabras, sus recuerdos, sus videos y sus objetos en un sistema de funcionamiento sensible y articulado, demuestra que su capacidad expresiva trasciende, por lejos, lo fotográfico. La función termina. Camino a casa, CD en mano, uno espera que esta no sea la última vez que a Nora le venga en gana compartir esa capacidad, su don de artista conceptual.

desInventario se presenta el miércoles 26 y los viernes 5 y 12, en Fundación Cazadores, Villarroel 1438. A las 20.

>Todas las obras del ciclo curado por García Wehbi

MATERIA EFÍMERA

Las tres funciones restantes de desInventario forman parte del ciclo Materia efímera, que va por su segunda edición en Fundación Cazadores y este año cuenta con la curaduría de Emilio García Wehbi. Desde el miércoles pasado hasta el 14 de julio se presentan, además del espectáculo de Nora Lezano, otros trabajos performáticos que juegan con el lenguaje de las artes vivas: Antivisita: Formas de entrar y salir de la ESMA, de Mariana Eva Perez y Laura Kalauz, que propone una visita guiada experimental fuera del espacio de la ex-ESMA; Todos los comienzos son falsos, de Florencia Bergallo, Natalia Di Cienzo, Victoria Roland y Julieta Ascar, propuesta que integra arte sonoro, dramaturgia y archivo personal de tres amigas y actrices; Concierto sobre Cadáveres, de Carla Crespo, una performance sonora que revisita el largo poema de Perlongher; y Desierto, de Nicolas Licera y Sofia Kauer, proyecto ganador del Premio Impulso Cazadores 2023. Días y horarios en la página del ciclo.