El orden y el caos
Desde la ciudad ucraniana de Chernivtsi, donde nació en 1947, atravesando Moscú, San Petersburgo, Nueva York, Londres, Madrid, Dresde, Bonn, o Southampton hasta llegar a Vigo, donde actualmente vive, el tránsito de Boris Savelev por la fotografía está profundamente implicado con los cambios en el tejido urbano. Al fotógrafo le interesa indagar con sutileza cómo van mutando las ciudades junto a las transformaciones históricas, sociales y políticas. También es conocido por su peculiar manejo de la luz. Y por ser considerado el primer fotógrafo no oficial de la extinta Unión Soviética que pudo exhibir sus fotos más allá de sus fronteras. La historia cuenta que se formó allí en la década de 1970, como parte de un grupo de fotógrafos que trabajaban de forma independiente, fuera del sindicato gubernamental. Cuando se materializó la Perestroika, los críticos europeos comenzaron a recorrer Moscú y San Petersburgo en busca de “voces auténticas”. Entonces emergió el trabajo de Savelev, que a fines de los ochenta se plasmó en el libro monográfico Ciudad secreta: fotografías de la URSS. Ahora, tras recibir el premio Photo España 2024, se inauguró Viewfinder: una forma de mirar, su mayor retrospectiva hasta la fecha. Puede verse en el Espacio Cultural Serrería Belga de Madrid hasta mediados de julio. Ahí, repasa sus seis décadas de trabajo, desde sus comienzos en blanco y negro con su Leica, pasando por su entrada en el color (con la Owarchrome soviética y la Kodachrome occidental), hasta la incorporación de lo digital en las últimas dos décadas. Fue entonces cuando profundizó su trabajo también con la impresión mediante la utilización de capas de pigmento, construyendo literalmente la imagen como un pintor trabaja con su lienzo. El proceso lleva tiempo, explica, pero permite controlar tanto el tono como el color. Una forma de captar los instantes de ciudades cuya vida emerge a cada paso, libre e incontrolable.
Barro tal vez
Según relata el Evangelio apócrifo de Tomás, cuando Jesús tenía cinco años moldeó unos gorriones con barro y les dio vida. Se trataría de uno de sus primeros milagros durante la infancia, una época a la que los textos sagrados canónicos no han prestado mucha atención. Ahora, en la Biblioteca Estatal y Universitaria Carl von Ossietzky de Alemania, entre cientos de textos apócrifos que permanecieron ocultos durante años, se encontró un fragmento de papiro conocido como “P.Hamb.Graec. 1011”. Aunque la escritura a mano del fragmento es torpe, su contenido es de gran riqueza histórica. Porque si bien contiene solo trece líneas en griego, ha sido identificado como el ejemplar más antiguo del Evangelio de Tomás. “Se pensaba que era parte de un documento cotidiano, como una carta privada o una lista de compras porque la letra no sugiere gran cosa”, explicó el coinvestigador y profesor Lajos Berkes, que trabaja en la Facultad de Teología de Humboldt. “Primero notamos la palabra ‘Jesús’ en el texto. Luego, comparándola con muchos otros papiros digitalizados, la desciframos letra por letra y rápidamente nos dimos cuenta de que no podía ser un documento cotidiano”, agregó. Los episodios de la vida de Jesús cuando era chico fueron evitados por la Iglesia católica, expicó Berkes, para focalizarse en los hechos que lo llevaron a la crucifixión. Resulta milagroso, literalmente, que a pesar de los siglos, cada tanto Jesús vuelva a mostrar sus zonas más barrosas y menos investigadas.
El señor de los anillos
Es poco lo que se conserva del primer ministro británico George Grenville, quizás porque gobernó apenas unos años, entre 1763 y 1765, que finalmente fue destituido. Sin embargo, se acaba de subastar un anillo que perteneció a él y que lleva su nombre grabado, además del escudo familiar. “Mientras nos preparamos para saber quién será el próximo primer ministro, al menos sabemos quién era hace 260 años”, bromeó Nigel Mills, de la casa de subastas Noonans Mayfair. Sin embargo, el precio del anillo es bien serio: se vendió a 9500 libras (unos diez mil dólares) a un comprador estadounidense. Quien está contento con la venta (y sus regalías) es Tom Clark. Este hombre, de 85 años, encontró el anillo con su detector de metales en un campo destinado a la cría de ovejas en Buckinghamshire. El campo se encuentra cerca de la casa que perteneció al hijo de Grenville, también llamado George y también, miembro del Parlamento, que además recibió el título de Marqués de Buckingham. “No pude presenciar el momento de la subasta porque estaba haciendo lo que siempre hago: buscar metales”, se excusó Clark, obsesionado con un oficio que, cada tanto, le posibilita extraer de la tierra pequeños tesoros, como anillos y monedas antiguas que ya encontró en otras oportunidades. Y claro que está contento con la venta. “Si fuera por mí, guardo todo el dinero en mi cuenta bancaria pero supongo que mi esposa tiene otros planes sobre cómo gastarlo”, comentó el austero Tom. Y volvió a sus asuntos.
Quién se ha llevado mi queso
Cuando Wallace y su perro Gromit emergieron a finales de los ochenta, revolucionando la animación británica, no sabían que tres décadas más tarde terminarían en un museo, codeándose con la realeza británica. Pero a su modo. Sucede que dos activistas por los derechos de los animales pegaron sus caras sobre el nuevo retrato del rey Carlos, en protesta por la crueldad con la que se trata a los bichos en ciertas granjas que tienen el sello oficial que acreditaría lo contrario. El asunto es así: el rey es el patrón real de la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, que gestiona un plan de acreditación de granjas bajo la etiqueta “RSPCA asegurada”. La ong Animal Rising publicó una investigación sobre 45 granjas de este tipo, en la que alegaba crueldad y sufrimiento animal en cada una. Fue entonces cuando dos muchachos de Animal Rising entraron a la galería Philip Mould en el centro de Londres, donde descansa el flamante retrato del rey –el primero que se completa desde que ascendió al trono en 2022– hecho por Jonathan Yeo. Los Animal Rising llevaron a cabo lo que describieron como una “redecoración cómica” del retrato con carteles autoadhesivos que pegaron delicadamente con rodillos sobre el vidrio protector del cuadro. Luego filmaron la intervención, donde la cara de Wallace reemplaza a la del rey mientras dice “No cheese, Gromit!” y alude a la crueldad de las granjas. El chiste es doblemente efectivo porque Wallace es conocido por su pasión casi folklórica por el queso. A tal punto que él y su perro tienen un queso Wensleydale hecho en su honor; una delicatessen inglesa fabricada en las granjas de Yorkshire. “Dado que el rey Carlos es un gran admirador de Wallace y Gromit, no podríamos pensar en una mejor manera de llamar su atención sobre las horribles escenas en las granjas aseguradas por la RSPCA”, alegó Daniel Juniper, uno de los dos que llevaron a cabo la acción que, por cierto, no dañó para nada el retrato real. “Aunque esperamos que esto resulte divertido para Su Majestad, también le pedimos que reconsidere si no quiere que se le asocie con el terrible sufrimiento en las granjas respaldadas por la RSPCA”, agregó Juniper, con incuestionable elegancia inglesa.