Cada vez que vuelvo a Buenos Aires, no hay manera de no recordar la primera visita. Después de desearlo tanto tiempo finalmente se llega a la ciudad para encontrarse con ella, con lo que uno imaginó, con la ciudad realmente existente. Es como reencontrarse con uno mismo, con sus sueños, sus recuerdos, con la Buenos Aires real e imaginaria. Volver siempre a la ciudad es reencontrarse con lo que uno fue viviendo a lo largo de tantos viajes.

Volver a los reencuentros con tantos amigos, nuevos y viejos, con los cuales hemos vivido en otros lugares tan o casi tan importantes como París, Roma, Barcelona, La Habana, Ciudad de México, Londres o Río de Janeiro. Pero sin comprender nunca lo que Buenos Aires tiene de particular para diferenciarse de todas las otras ciudades. No es el paisaje, no es la comida, no es la música, no son las calles ni los cines o las librerías (aunque éstas mantienen siempre su encanto y su atracción).

Buenos Aires es tan el centro del país como París lo es de Francia. Difícil decir que uno viene a Argentina cuando realmente uno viene a Buenos Aires. Ciudad donde he vivido algunas veces, en barrios distintos, con distintas actividades, pero siempre con algo en común, que es difícil de definir. Estar en Buenos Aires es algo que uno nunca logra definir. Es un sentimiento, siempre común, pero no por ello fácil de definir.

Me gusta mucho Buenos Aires como ciudad, como lugar. Tengo profundas relaciones de amor y de pérdidas con la ciudad. Siempre me acuerdo de las mismas cosas y de las mismas personas. Como si el tiempo pasara pero la ciudad y los recuerdos no, nunca pasan. Llegar y salir de Buenos Aires es siempre emocionante. Reencontrarse y alejarse, llegar y partir. Sentir el estar en la ciudad, en sus calles, su cielo, sus movimientos.

Ya llegué desde distintos lugares y he partido hacia distintos países y ciudades. Cuando se llega desde Brasil, Buenos Aires da la sensación de que llegamos a Europa. Y cuando llegamos desde Europa, parece que llegamos a América latina. Porque Buenos Aires tiene esa extraña mezcla de ser europea y latinoamericana.

Esta llegada es especialmente extraña, porque en la visita anterior tenía mucha expectativa por el 10 de diciembre. Algo que ahora, cuando es mencionado en la radio, la televisión o los diarios, tiene significados radicalmente opuestos. Era una expectativa de venir para la toma de posesión de un gobierno democrático, con la que el querido país vecino se librara de la pesadilla que ya habíamos tenido en Brasil. 

Nos parecía a muchos que era imposible que alguien brutal como este tipo, ahora duramente real, pudiera ganar en un país tan querido, tan culturalmente fuerte, tan sólido por la organización de su fuerza sindical, de su extensa e igualmente sólida clase media. Para quien había sufrido un miedo similar en Brasil, parecía una pesadilla que no podría ocurrir en Argentina.

Y, sin embargo, hoy Argentina duele. Llegar de nuevo a un país como el que nunca se había vivido (aún para quien ha vivido y sufrido la dictadura militar y sus 30 mil desaparecidos). Caminar por la calle Corrientes, volver a restaurantes tan queridos, reencontrar a amigos y a paisajes tan vívidos. Es con amor, con amor y con sufrimiento, que estoy de nuevo en Buenos Aires.