Un personaje secundario, el último orejón del tarro judicial, un “pinche”, como se les dice a los jóvenes que recién entran a trabajar en un juzgado en Tribunales, enfrenta su destino cuando llega a sus manos el expediente de “la masacre de Villa Farga”, como bautizó la prensa al enfrentamiento entre dos bandas por el tráfico de efedrina que dejó siete muertos, cuatro argentinos y tres mexicanos, y un botín millonario desaparecido. Guillermo Menguinner, “Guille”, el “pinche” en cuestión, deviene protagonista a los veintitrés años. Lector de novelas policiales, encuentra una revelación en el famoso pasaje de “Deutsches Requiem”, cuando Borges invoca a Schopenhauer: “todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria”.
En Pinche (Planeta), la primera novela del juez federal Daniel Rafecas, triunfa la ficción en el mismo instante en que “Guille” comprende “su íntimo destino de lobo”. Afirmar esta victoria supone entablar un pacto con las lectoras y lectores por el cual parece postular que inventar es combinar de una manera distinta elementos que han sido combinados desde siempre. Lo que importa es la variación y el desvío en esta novela que el autor dedica a su hermano, el actor y director de cine Diego Rafecas (1968-2017), quien le pidió en 2013 que lo ayudara a pensar la estructura de un relato policial. Entre sus responsabilidades como profesor de la Universidad de Buenos Aires en Teoría del Delito y Holocausto y Ciencias Penales y su actuación como juez, fue encontrando el espacio para bosquejar unas veinte páginas. Su hermano se entusiasmó tanto con ese texto inicial que imaginó una película y pensó en los actores que interpretarían a los personajes. Tomás Fonzi se pondría en la piel del pinche. Aunque después su hermano se enfermó y murió, llegó a leer un manuscrito con una estructura bastante similar a la novela.
Rafecas esquiva el “problema” tecnológico, el uso de las redes sociales y el whatsapp, ubicando la novela en una línea temporal que oscilaría entre 2010 y 2012. La doctora Fabiana Pazair estrena su cargo de jueza federal con el caso de “la masacre de Villa Farga”, un asentamiento imaginario que limita con el terraplén de la línea de tren San Martín. El subcomisario Luis Medina le explica a la jueza que los emisarios de los cárteles pagan fortunas por la efedrina, producto supuestamente destinado a la industria farmacéutica, que compran en grandes cantidades para luego trasladarla en barco a México, donde la procesan en laboratorios clandestinos para mantener el negocio de las metanfetaminas. Como el gobierno argentino prohibió la importación del producto, cuando una rueda tan aceitada se detiene de golpe, como sostiene Raúl Caminos de Superintendencia de Drogas Peligrosas, empiezan los problemas. El Cártel de Baja y su temible líder, Nemesio “Mencho” Melgarejo, quiere recuperar el dinero perdido y decide que viaje a Buenos Aires Ernesto Cárdenas Hueyo, alias “El Topo”, un expolicía de investigaciones de México que abandonó su carrera estatal para ponerse al servicio del narcotráfico.
“Mencho” había enviado previamente a cuatro mexicanos y por la prensa se enteró de la muerte de tres. ¿Qué pasó con el cuarto hombre, Amílcar Valenciano Velázquez, alias “Milo”, y dónde está el dinero, cuatro millones (dos millones ciento un mil dólares más un millón novecientos trece mil euros)? La traición es una sospecha fundada únicamente en que “Milo”, ex integrante de los Zetas, se había incorporado al Cártel de Baja hacía dos meses. La esperanza de que haya “un fusilado que vive”, para invocar la frase que escuchó Rodolfo Walsh una noche de diciembre de 1956 en un bar de La Plata y por la que comenzó la investigación periodística que desembocó en Operación masacre, se difuminará. “El Topo”, en las sombras, desarrollará una investigación en paralelo, pero siempre estará unos cuantos pasos atrás. Se podría decir que “El Topo” es el investigador que llega tarde y que tendrá que regresar a México con las manos vacías y su reputación de investigador infalible malherida.
Escribir es seguir un ritmo en el que los hechos y los personajes avanzan sin sacrificar la musicalidad de la narración y de esos diálogos precisos y pulidos que se atienen a las condiciones sociales y culturales, pero también a las aspiraciones y deseos de cada uno de los personajes. Hay una escena bisagra en la que “Guille” empieza a despojarse de su condición de “pelagatos”. “Mientras aguardaba a recobrar las fuerzas para poder emprender la retirada del modo más discreto posible, se dedicó a recrear en su mente todos los obstáculos y las penurias que había tenido que sortear aquella noche para lograr su objetivo. ¿Habían valido la pena? Esa era una pregunta que no tenía respuesta por ahora. Además, las dificultades que debería superar recién comenzaban”, plantea el narrador de la primera novela de Rafecas (Buenos Aires, 1967), autor de Historia de la Solución Final (2012), libro donde analiza la trama de sucesos que precipitaron el Holocausto. Como juez interviene en la Megacausa por los crímenes de lesa humanidad del Primer Cuerpo del Ejército y tuvo a su cargo fallos de trascendencia pública entre los que se destacan el juicio al exjefe del ejército César Milani, el procesamiento al exministro de Planificación Federal, Julio de Vido, y del exsecretario de Obras Públicas, José López.
Ningún plan resulta perfecto; sólo dos personajes llegarán hasta el fondo de la cuestión sobre lo que pasó con el cuarto hombre mexicano y el dinero desaparecidos. Pinche, candidata a convertirse en una serie o película en alguna plataforma de streaming, es una novela policial adictiva que propone un viaje a los rincones más ambiguos de la condición humana a través de un complejo personaje que, lejos de intentar enmendar el temerario camino que eligió, decide escapar del estereotipo de “laucha”, de quien con un modesto sueldo apenas sobrevive hasta fin de mes.