"No me interesa ser solamente un maquillador o un peinador. Me gusta contar historias a través de lo que hago. Sin necesidad de estar llamando la atención, pero sí tomando decisiones que acompañen al personaje de la mejor manera. Por ejemplo, la permanente que le hicimos a Peter (Lanzani, para su personaje de Argentina 1985). Son decisiones que hacen que el actor llegue más relajado al set, que no tenga que levantarse tres horas antes. Creo que también el trabajo del equipo del cine es como hacerle, entre todos, con nuestras propias herramientas, la vida más fácil al otro. Trabajar también en equipo te ubica bastante con cuál es tu lugar, tu ego. Creo que hay una mirada un poco errónea de querer que a uno se lo vea. Sí, se te puede ver, pero para mí que se vea mucho es algún punto un error", afirma Dino Balanzino, hoy peluquero, maquillador y vestuarista de cine y teatro, aunque en realidad, artista multifacético. Formado como actor y dramaturgo desde talleres de teatro en la ciudad de Zárate cuando era adolescente, renegó de un oficio tras bambalinas a pesar de tener en sus manos una habilidad nata para contar historias a través de la caracterización. Hoy, después de algunos icónicos trabajos en cine y teatro, como haber participado del magnánimo rodaje de la serie El eternauta, y algunos premios, como el Sur al Mejor Maquillaje y Caracterización y premio Cóndor de Plata al Mejor Maquillaje y Peluquería 2023 que recibió por Argentina 1985, espera cómodo el estreno de "Cris Miró (Ella)", la serie donde ayudó a revivir a la vedette a través del pelo y el maquillaje.
Al alcance de la mano
Dino nació y creció en una Zárate ya industrializada, siendo el menor de tres hermanos en una familia de clase media-baja trabajadora. A pesar de no tener ninguna conexión familiar con el arte, siempre le interesó. "Mi vieja teje mucho, pero nada más. Yo era bastante el raro", afirma.
Buscando actividades artísticas donde desplegar sus hambre de creatividad, a los 6 años lo mandaron a aprender danzas nativas. Bailó en el ballet municipal hasta que entró al secundario. "Con el tiempo me di cuenta que era como la necesidad de estar haciendo algo arriba del escenario. Y la danza estaba al alcance de la mano", afrima.
Durante la adolescencia, irrumpió su vida el teatro. Primero, recuerda, como espectador, de la mano de escuchar y ver las comedias de Pepe Cibrián: Drácula, El jorobado de París. Pero también cuando llegó a las clases de teatro para adultos que daba en Zárate Stella Galazzi, al ser también oriunda de allí. Sin saberlo, Dino estaba encontrandose con el teatro a través de una de las expertas nacionales en la disciplina. En aquellas obras, se encargaba del vestuario, pero porque alguien debía hacerlo. Sin entender que podía estar construyéndose una profesión.
"Cuando terminé el secundario seguía estudiando teatro, pero tenía que estudiar algo. Algo de verdad. Medio que hice un chamuyo terminé en diseño gráfico, que yo en mi cabeza lo relacionaba con el vestuario, inconscientemente. Más allá de que mis viejos siempre me apoyaron, no era fácil decirles pagame un departamento en Buenos Aires para estudiar teatro. Tanto no", afirma.
Tarde o temprano, lo del diseño gráfico cayó por su propio peso. El teatro siempre lo esperó, y cuando entró al conservatorio, un mundo nuevo se abrió ante él. "Era el mundo que yo deseaba desde muy chico. Tenía la fantasía de poder contar historias. A mí siempre lo que me interesó fue contar historias. Yo quería estar ahí, pero no desde un lugar de estar por estar. Quería estar ahí porque me interesaba hacer", afirma.
Fue en ese período de tres años en el conservatorio que una de sus docentes lo agarró del brazo y al oído, sin demasiada explicación, y le dijo "yo quiero que a partir de ahora, cada vez que tus compañeros hagan escenas, vos armes el espacio, los vistas, los prepares". Un mundo nuevo se abría ante sus ojos. Aunque no era tan nuevo. "Yo en realidad lo hacía siempre, pero solo me di cuenta con el tiempo. Por intuición coso desde chico, sin molde. Y también maquillar, peinar, porque siempre tuve un grupo grande de amigas que me pedían que las peinara", afirma.
A pesar de la orden de aquella docente, los protagonistas de los veinte de Dino fueron actuar y dirigir. Escribió sus propias obras ("Solo yo sola", "Mosquita muerta", "Como nunca" con Franco Torccia). Se encargaba de la dirección de arte, del maquillaje y el peinado, pero a veces pedía que no pongan su nombre. Su estética empezó a hablar por sí misma, y comenzaron a llamarlo de otras obras para hacer solamente eso. "Yo estaba haciendo otro camino, pero me negaba bastante a verlo. Yo quería lo otro, quería estar arriba del escenario. Naturalmente me alejaba de ese lugar, pero yo me resistía", afirma. Quizás por este dilema y por otros pensamientos, le agarró "un raye", en sus propias palabras, se hartó del teatro y decidió dejar. Vendió todo y se fue a recorrer Brasil de mochilero un año. Necesitaba parar y pensar.
El primer buen día
Cuando volvió, aceptó su destino. Se puso a trabajar en una productora de eventos como vestuarista, laburo que le regaló "tiempo para armar mundos". Comenzó también a maquillar en audiovisual, y llegó el proyecto de película Alanis, dirigida por Sofía Gala Castiglione. Eso cambió su concepción del cine. Comenzó a hacer casi todo lo que ya había hecho, y que todo el mundo sabía que hacía a la perfección. Solo necesitaba decírselo a sí mismo. Los trabajos llegaron solos. "En teatro uno trata de cargar y sobrecargar. El cine es distinto. Evito la artificiosidad, creo que es algo que termina pasando por arriba de la imagen. El exceso de material a veces te aleja de la historia", afirma.
Al tener un camino muy largo con la actuación, entiende qué significa acompañar un actor. "Hay algo que me gusta mucho, y es esto de entender qué es lo que necesitan los actores o el equipo. Saber ubicarme en el lugar y poder resolver lo que tengo que resolver. Son cosas que parecen muy cotidianas, muy fáciles, pero es un trabajo entender de qué manera relacionarte con el actor cuando está a pleno, cuando está estudiando para hacer una escena. Los actores disfrutan de esa compañía. Forjas una relación de estar muchas horas ahí. Te diría que es el vínculo más cercano con el actor. Cuando llega al set, la persona que lo recibe y le da el primer buen día sos vos", afirma.
Quizás por eso, logró forjar una tan buena relación con su último trabajo, volver a la vida a Cris Miró en la serie que se estrena hoy por TNT y que estará disponible en Flow. "Creo que fue el primero de todos los proyectos en el que no tuve el monstruo de la tensión", afirma, destacando la confianza que le otorgaron los directores Martín Vatenberg y Javier Van de Couter para trabajar con total libertad. Sobre todo, para ocuparse de algo fundamental de la caracterización, tan legendario como la misma figura: el pelo de Cris Miró.
"Lo primero que pedí para aceptar fue una foto de Mina (Serrano, que interpreta a la legendaria vedette). Yo sabía que ella era muy parecida, pero quería saber qué material iba a tener para trabajar. Por suerte ella tenía una textura de pelo ideal, que le pedimos que no se corte. No me gusta trabajar con pelucas. Mandamos a hacer agregados de pelo, natural, mientras en simultáneo íbamos haciendo pruebas. Lo que trato de hacer es ir muy de a poco, encontrando en esa persona al personaje. No me gusta disfrazar. Uno cree que si yo le hago el mismo maquillaje que se hacía a Cris a Mina, Mina se parece. Pero la realidad es otra", afirma.
Dino tiene la edad como para tener una relación directa con Cris Miró: la vió una vez, cuando tenía 19 años, en el mítico boliche de avenida Corrientes al 1900, Ave Porco. Casi que en su hábitat natural. "Creo que la serie logró captar algo muy especial de los noventa, que era una época donde estaba muy dividido el día y la noche. Las personas eran una cosa de día y una cosa de noche. También era un momento en el cual no se podía salir vestido de mujer a la calle, entonces había un camuflaje para que no se notara. Eso desde maquillaje y pelo tratamos de que el espectador pueda verlo", afirma.
Como la serie se filmó desordenada, había desafíos de continuidad que el equipo tenía que tener muy presentes. Y estaba el desafío mayor: respetar al ícono. "Todos quisimos potenciar mucho más de lo que Cris era. Ella era increíble, claro, pero queríamos que haya material de Cris que sea fiel a lo que ella era estéticamente y a lo que ella era como artista. No hay tanto material de Cris en alta calidad, entonces queríamos que lo que quede sea realmente mágico, como la magia que ella generaba", afirma.
Amigado con estar tras bambalinas, disfruta de que no se lo vea. "Disfruto muy bien de que el lugar que ocupo, que está atrás, también puede hacer que mi trabajo hable. Yo por el teatro creía que me representaba el drama y la exageración, que es algo que me encanta. Pero con el paso del tiempo disfruto mucho de la sutileza, de de lo cotidiano, de lo costumbrista. Eso también habla", afirma.
De su trabajo en la serie proyecto inabarcable a cargo del director Bruno Stagnaro que espera estrenarse en Netflix a fin de año, prefiere no hablar mucho, excepto, misterioso, "creo que El Eternauta va a cambiar la mirada de nuestra forma de producir en Argentina". Dice que no tiene muchos proyectos entre manos, pero siempre está haciendo algo. Se la pasa en su taller, tiene dos obras de teatro en cartelera y está preparando con una artista un libro de fotografía sobre femeneidades. Casi todos los días, se la pasa en su estudio, cranenado y pensando la mejor manera de contar una gran historia.