La guerra por el agua es una sombra que se extiende amenazante desde hace décadas, y ahora con mayor potencia que nunca. Si hasta el mismísimo Papa Francisco culminó un seminario de derecho al agua en abril de este año preguntándose si todas las crisis geopolíticas actuales no significan el preludio de una Tercera Guerra Mundial. Debut en la dirección de largometrajes de Nicolás Puenzo –hijo de Luis (La historia oficial) y hermano de Lucía (XXY, Wakolda)–, Los últimos no cita al cura oriundo del barrio de Flores pero sí toma como punto de partida un hecho real. En este caso, la declaración de una emergencia por escasez de agua en Bolivia durante 2016. A partir de esa anécdota imagina un futuro impreciso pero cercano 0ûalrededor de 2030, según se desprende de edades y referencias– con la batalla por los recursos naturales en plena acción y el norte del país hecho un páramo desde que las mineras secaron todo lo que se podía secar y dejaron una horda de sobrevivientes liberados a las más crueles de las suertes. La de dos de ellos puede cambiar si sortean mil y un obstáculos para cruzar la cordillera y llegar al Océano Pacífico.
Los que pueden salvarse son una joven pareja (Peter Lanzani y la modelo y actriz peruana Juana Burga). Pueden y deben, dado que ella tiene un incipiente embarazo que difícilmente llegue a buen puerto en las inexistentes comodidades del campamento de refugiados que los alberga. La solución es una huida por un largo camino en el que se cruzan los escenarios distópicos, empolvados y desérticos de Mad Max con otros post-bélicos dominados por casas destruidas y escombros al por mayor de Niños del hombre y La carretera, siempre con la persecución de los drones del bando invasor. Puenzo Jr. capta la majestuosidad del altiplano boliviano y el desierto de Atacama sin caer en la grandilocuencia, haciendo de esas tomas panorámicas elementos funcionales al relato. Majestuosidad sin grandilocuencia: el punto justo para una película en cuyo ADN está el gen de la ambición. No por nada el relato va del western a la road movie, y de allí al drama romántico y el thriller de supervivencia.
El problema es que por momentos esa ambición, además de visual y narrativa, es también discursiva. Las situaciones que atraviesa la pareja parecen pensadas y calculadas hasta el más mínimo detalle para que digan más del mundo “real” que del ficticio construido en la pantalla, con sus dardos venenosos al corporativismo, al extractivismo y al imperialismo. Los personajes con los que se cruzan, con el mercenario interpretado por Alejandro Awada a la cabeza, despliegan así un carácter meramente funcional, alegórico. Por ahí también anda un fotógrafo de guerra curtido y neurótico (Germán Palacios) con las contradicciones a flor de piel y una médica (Natalia Oreiro) que es pura bondad. El que está perfecto es Peter Lanzani, por la sencilla razón de que uno rápidamente se olvida de que es Lanzani. Pocos actores –menos los de cierto reconocimiento mediático– logran ponerse por encima de su nombre propio a la hora de trabajar. Este pibe lo hizo no una sino dos veces este año: se recomienda prestarle particular atención en la serie Un gallo para Esculapio, donde ni siquiera con acento litoraleño sonaba forzado.