La chica camina, camina y camina por las calles de Tel Aviv mientras escucha un tema en sus auriculares. Se encuentra con un amigo, charlan un poco, quedan en verse otro día y sigue caminando. La música suena fuerte y corren los títulos de apertura. La chica en cuestión se llama Joy y está interpretada por la israelí Hadas Ben Aroya, a su vez guionista y realizadora de la película, Personas que no son yo (un buen gesto del distribuidor local, que optó por acercarse al People That Are Not Me internacional en lugar de crear un típico zafarrancho), que podrá verse a partir de hoy, exclusivamente en una de las salas del cine porteño Bama. Joy tiene 25 años, Hadas 28, y la tentación de relacionar a una y a otra –en otras palabras, de entender el film como un registro autobiográfico o semi autobiográfico– es muy fuerte. Sin embargo, Ben Aroya afirma, en comunicación exclusiva con PáginaI12, que “no es autobiográfica, en absoluto”. “Si está basada en mi vida, lo está de una manera muy general. Es cierto que el chico de la ficción está basado en diversas personas que he conocido, reunidos en un único personaje. Pero la manera en la cual escribo... puede haber elementos de la vida real, pero no se trata de algo literal. Al fin y al cabo, ¿quién no ha terminado una relación en algún momento de su vida? Diría que la película está basada muy libremente en mi vida en un cincuenta por ciento y el resto es completamente inventado. Quizás haya algo de analizar las emociones propias, eso es un buen combustible para escribir”.
Personas que no son yo sigue el día a día (y el “noche a noche”) de Joy, poco tiempo después de haber cortado con su novio. Los dolores de amor se intuyen enormes; de hecho, la película comienza con su llanto desconsolado frente a una computadora, mientras intenta infructuosamente grabar un mensaje de audio para su ex. Hay algo de retrato generacional en la película y ese algo debe haber impactado al jurado oficial del Festival de Mar del Plata el año pasado: este pequeño e independiente largometraje dirigido por una operaprimista terminó llevándose el premio mayor, el Astor de Oro. A un año de su visita a las playas marplatenses, Hadas Ben Aroya dice estar “muy contenta de que la película se estrene en la Argentina”. “Viajé a muchos lados para presentarla en diversos festivales, en todo el mundo, pero realmente pienso que la Argentina fue el mejor lugar. Me gustó mucho el país, a tal punto que me quedé tres semanas después de que terminó el Festival. Me sentí muy conectada con la energía de Buenos Aires, a la que sentí muy similar a la de Tel Aviv.”
–¿Cómo fue el proceso de escritura y el de búsqueda de financiación para realizar la película?
–Fue un proceso raro porque, en un primer momento, no tenía intenciones de hacer un largometraje, se trataba simplemente de hacer mi cortometraje de graduación. Pero luego, a medida que surgían cosas nuevas que deseaba decir y se sumaban más personajes, todo fue cambiando. Cuando finalmente el rodaje terminó y conseguí el dinero para la edición sentí un gran alivio y pensé ‘qué estúpida que fui’, porque hasta ese momento sólo había invertido mi propia plata y, ¿qué hubiera pasado si el resultado hubiese sido otro? Uno cree en lo que está haciendo y, de alguna manera, se vuelve ciego. En cierto modo, es una ceguera muy linda, porque uno se conecta con la historia de una manera fuerte. Afortunadamente, la película funcionó muy bien, viajó a muchos festivales y está siendo lanzada comercialmente en varios países: Estados Unidos, Canadá, España. Y ahora la Argentina.
–Joy parece ser una chica moderna, libre e independiente, pero al mismo tiempo sufre unos males de amor que parecen tomados de una novela decimonónica.
–El personaje de Joy es un poco bigger than life, en el sentido de que se toma las cosas de manera muy dramática. Pero, de alguna forma, es un poco como la gente se toma las cosas cuando tiene 25 años. Especialmente ella, que parece amar a su exnovio con toda el alma. Tampoco quiere estar sola a la noche y por eso, literalmente, es capaz de hacer cualquier cosa con tal de obtener lo que quiere. Creo que lo que la transforma en un personaje interesante es que no se rinde y hace locuras para lograr lo que desea. Es una chica inteligente, pero, al mismo tiempo, se vuelve loca cuando tiene que dormir sola. Eso genera ciertos comentarios irónicos y divertidos. Creo que todos somos un poco así en ciertas etapas de la vida; a los veitipico nos volvemos realmente estúpidos cuando amamos a alguien. Luego crecemos y nos volvemos más listos. Es algo de esa edad y también de esta generación. Por suerte ya no tengo 25 años y no soy tan estúpida. Tengo 28.
–¿Estuvo presente en las intenciones originales de la historia intentar hacer un retrato generacional?
–Nunca lo pensé en esos términos. Escribí desde mi corazón y, sinceramente, no imaginaba que el film pudiera tener un lanzamiento comercial. Eran cosas que me cuestionaba en aquel momento, mis propias experiencias, cosas tontas que había hecho. Pero al mostrar la película he recibido comentarios de ese tipo, que se trata de una película generacional. Lo que más me sorprendió es que en la Argentina o en Taiwán, sitios literalmente muy alejados de mi casa y de mis amigos, mucha gente se sintió identificada con el personaje y con lo que está atravesando. Ahí me di cuenta de que, de alguna manera, es una representación de gente de mi edad en este momento, más allá de la geografía. Todos somos más o menos iguales cuando tenemos el corazón roto, no importa dónde vivamos. Sé que suena a cliché, pero realmente lo creo.
–Son varias las escenas de sexo, francas y directas, que atraviesan el relato. Aunque también podría decirse “escenas de sexo sin sexo”, porque las cosas no siempre terminan en una intimidad exitosa.
–Absolutamente. Es una película sobre la intimidad y está llena de momentos incómodos para los personajes. Un amigo me dijo algo al respecto que la protagonista está desnuda mucho tiempo en pantalla, pero está desnuda de diferentes maneras. A veces es liberador, a veces es incómodo, a veces es vergonzoso. Creo que es una buena manera de describirlo. Los personajes intentan tener sexo, pero no siempre lo logran. O intentan tener una cierta intimidad, sin éxito. Eso es muy humano. Por eso eran importantes esas escenas, que describen la soledad o cierta torpeza o las emociones que una persona tiene cuando está desnuda junto a otra. Era importante porque la película es precisamente sobre eso: no sobre el sexo como tal, sino sobre la intimidad y la soledad.
–Y es extraño porque, en el cine, cuando dos personajes van a la cama para tener sexo, usualmente suelen tenerlo.
–Tiene que ver también con las diferencias entre la fantasía y la realidad. Como el personaje que fantasea con acabar en la cara de una chica y cuando lo hace termina sintiéndose muy mal.
–La puesta en escena parece muy planificada, con un uso notable de los planos extendidos en el tiempo.
–Los planos-secuencia ayudaron mucho a los actores y también para lograr una cierta estética realista. En algún punto, se trata de un film realista. A veces uno intenta filmar un plano-contraplano y luego siente que hay algo que no está bien. Creo que tiene que ver con eso, pero también con el lenguaje de la película. Y hay algo en esa energía del caminar que me importaba transmitir.
–¿Cómo fue el trabajo con el resto del reparto?
–Hice muchas audiciones y fue una parte del proceso que llevó bastante tiempo. Para mí, la persona que interpreta a un personaje es una de las cosas más importantes de una película. Si no se siente real, la cosa no funciona. Puse mucha energía en encontrar a los actores ideales. Es gracioso porque Yonatan Bar-Or, el actor que interpreta al amigo de Joy, dice que su personaje no se parece en nada a él, pero eso no es cierto. Es bastante neurótico en la vida real. Por supuesto, cuando creé los personajes exageré un poco los aspectos cómicos, en el límite entre lo realista y lo exagerado. Jugar con esos límites era algo que me interesaba. El momento en el cual ese personaje le dice a Joy que acaba de descubrir que es intolerante a la lactosa es absolutamente posible en la vida real pero, al mismo tiempo, hay algo ridículo en la manera en la cual funciona en la película.
–El plano final queda presente en la memoria después de que se prenden las luces de la sala. ¿Siempre estuvo planeado de esa manera o hubo otras opciones para el cierre del relato?
–El final fue siempre ese y quería que fuera algo animal, como dos animales salvajes peleándose, sin palabras. Por primera vez, la cámara no está con Joy sino arriba de ella. La película no juzga nunca a la protagonista, pero por primera vez no está con ella, sino observando a la distancia. Hay algo surrealista en esa escena y quería que el espectador se quede pensando un poco, en lugar de relajarse, en el final de la película. Pensar sobre la situación, las luchas del personaje, sobre esa edad.