Nada de la brevedad le es ajeno. Puede moverse como pez en las aguas del microrrelato o en el poema conciso, depurado de la maraña de rimas y grandilocuencias. “Cualquier hormiga/ se burla del misterio/ del universo”. “Viene el poema/ te cambia la mirada/ y te abandona”. “No sé los nombres/ de los pájaros. Vuelan,/ con eso alcanza”. “Una hoja seca/ nos recuerda cruel/ que hubo verano”. A estos cuatro poemas de diecisiete sílabas se los podría llamar haikus, tradicional poesía de origen japonés compuesta de tres versos de cinco, siete y cinco moras, especie de unidad sonora equiparable a la sílaba. Ana María Shua vuelve al origen, lo primero que publicó fue un libro de poemas, para medirse con esta condensada forma clásica japonesa adaptada a su imaginario. En No son haikus (Emecé) el tema de la naturaleza y las estaciones del año a la manera japonesa no aparecen porque la escritora prefiere descubrir pequeñas iluminaciones en el paisaje urbano, indagar en el cuerpo y sus mutaciones como también explorar el “tempus fugit”, locución latina que expresa el veloz transcurso del tiempo.
La publicación de No son haikus, como cuenta Shua (Buenos Aires, 1951) en una nota introductoria, coincide con un aniversario importante en su vida. Un primero de junio de 1974, hace cincuenta años, conoció al arquitecto y fotógrafo Silvio Fabrykant, con quien tuvo tres hijas y continua en pareja. El libro de los 125 haikus que no son haikus está dedicado a Fabrykant. “Yo empecé fascinada por la estructura y por la métrica del haiku. En el libro están más o menos en el orden en que fueron apareciendo”, revela la escritora y agrega que cuando comenzó a escribir sabía poco del haiku, pero estaba maravillada por la extrema brevedad, como si el haiku fuera el microrrelato de la poesía.
A medida que los escribía fue leyendo muchos haikus y estudió un poco las características de la composición. “Recién en ese momento descubrí la muy particular relación que tiene el haiku tradicional con la naturaleza, que incluye una referencia a las estaciones del año. En japonés hay una lista de palabras tradicionales que se refieren a la estación del año, que en español no tenemos; quizás en español podemos relacionar golondrina con verano”, compara. “En los primeros haikus que escribí prácticamente no hay nada de naturaleza. Después empecé a hacer caminatas y entonces decidí escribir haikus mientras caminaba y tuve pequeños descubrimientos. Los escribía mentalmente y a veces llevaba una libretita y anotaba para que no se me fuera, sobre todo si se me ocurría más de uno. Entonces ahí es cuando aparece el paisaje urbano”, explica la autora de los libros de cuentos Los días de pesca, Viajando se conoce gente y Como una buena madre.
Sonambulismo literario
El vínculo estrecho entre caminata y escritura le resultó muy productivo en los últimos veinticinco años. Muchas ideas, imágenes y frases surgieron durante las caminatas y fueron nutriendo la versatilidad de géneros en los que materializa su escritura como los microrrelatos de Temporada de fantasmas, Fenómenos de circo y La guerra, en novelas como El peso de la tentación e Hija o en los cuentos de Sirena de río, entre otros libros que publicó. “Cuando estaba escribiendo una novela, más de una vez me descubrí hablando sola mientras caminaba, sobre todo cuando estoy con los diálogos entre los personajes; la gente que me vio seguramente pensó que estoy completamente loca. A una de mis hijas, Paloma Fabrykant, que es escritora, le pasa lo mismo y alguna vez nos hemos cruzado sin vernos cada una hablando de lo suyo y nos enteramos porque nos vio otra de mis hijas, que se mataba de la risa”, comenta la escritora sobre este “sonambulismo” literario compartido con su hija. Después de superar recientemente el tercer cáncer que tuvo, le recomendaron reemplazar la caminata por la bicicleta fija. Pero pedalear no alimenta su imaginación como caminar.
“El que ha escrito haiku y tampoco se atrevió a llamarlo haiku, es (Jorge Luis) Borges; tiene 17 poemas de 17 sílabas en La Cifra. No hay en esos poemas una intensa relación con la naturaleza, salvo en alguno”, recuerda la escritora. “Hace 57 años que no publicaba un libro de poesía. Volví al origen”, confirma Shua, que publicó su primer libro de poesía en 1967, El sol y yo, cuando tenía dieciséis años. El haiku es como “una visión”, “algo que el poeta ve y oye y quiere transmitir al lector”. Los primeros 125 haikus que no son haikus datan del 2006; los últimos son de 2023. “No escribía todos los días, tenía como ataques de haiku”, aclara en la entrevista con Página/12.
Absoluta libertad
-¿Cómo es un ataque de haiku?
-Me daban unas intensas ganas de escribir haiku durante un mes o dos meses. Después, por unos meses, no escribía nada y luego venía otro ataque de haiku. Como no pensaba publicar estos textos, trabajaba con la más absoluta libertad. Cuando venían, venían; no los buscaba desesperadamente. Yo podía estar escribiendo una novela o un libro de cuentos y de pronto salía a caminar y aparecían haikus.
-¿Escribir sin el horizonte de la publicación cambia mucho la escritura?
-Cambia completamente, sí. Es un poco como escribí La sueñera, sin saber si alguna vez se iba a publicar o no. La sueñera es mi primer libro para adultos, aunque se publicó varios años después de mi primera novela porque el microrrelato es muy difícil de publicar. A mí me sorprendió mucho que Emecé estuviera dispuesta a publicarme los haikus porque la poesía no es un género particularmente vendible. Estoy agradecidísima a mi editora, Mercedes Güiraldes, que le encantó el libro y está convencida de que lo tenía que publicar.
-Volvés al origen, a la poesía, pero no sos la misma que empezaste a escribir. ¿Qué aprendiste en este recorrido respecto a la escritura y tu relación con la palabra?
-Se aprende poco. Yo estoy muy de acuerdo con ese comentario que hizo alguna vez (Ricardo) Piglia que dijo que no es que uno con los años y la experiencia escribe mejor, sino que hay momentos en que escribe mejor y otros en que no se produce la magia. Lo que cambió esencialmente fueron las lecturas. Eso creo que es lo más importante. Lo que había leído cuando empecé a escribir poesía era muy poquito. En El Sol y yo, mi primer libro de poemas, enseguida se ve la influencia de (Federico) García Lorca y María Elena Walsh. El cambio más importante tiene que ver con las lecturas en las que me apoyo. Creo que Newton decía que había logrado los descubrimientos tan extraordinarios que hizo porque se había subido en hombros de gigantes, hablando de los anteriores. Todos los escritores nos subimos en hombros de gigantes. Cuando tenía 14, 15 años, los principales fueron Lorca y María Elena Walsh, pero estaba empezando a leer a muchos otros porque tenía una profesora de teatro que me daba la poesía del siglo XX, de César Vallejo en adelante. La poesía que se estaba escribiendo en ese momento en la Argentina me la hizo conocer esa profesora de teatro. En esa época mi poeta favorito era Miguel Ángel Bustos, con ese surrealismo muy único.
--A propósito del surrealismo, también en tus haikus aparece lo lúdico. Un ejemplo: “por la vereda/ diez perros van paseando/ a un solo hombre” o “Pasa una dama/ con dos perros gemelos/ en cochecito”. ¿Por qué el humor siempre aparece en todo lo que escribís, incluida la poesía, que suele ser más refractaria a lo cómico?
-No puedo escribir sin humor, incluso en la poesía, que tiene algo de solemnidad. El humor es parte de mi personalidad, aparece naturalmente en todo lo que escribo.
En No son haikus hay 125 haikus. La escritora revela que dejó muchos haikus afuera del libro y que la selección de los que quedaron la hizo con su editora Mercedes Güiraldes y un joven poeta en el que confía mucho: Daniel Lipara. Aunque ya no hay caminatas y por ahora la bicicleta fija no resulta inspiradora, cree que la escritura de haikus o de poesía volverá. “Yo tengo también poesía que no es haiku, que nunca intenté publicar”, precisa la autora de las novelas Soy paciente, Los amores de Laurita, que fue llevada al cine por el director Antonio Ottone (1941-2002), El libro de los recuerdos, La muerte como efecto secundario y El peso de la tentación.
Sociedades de elogios mutuos
-¿Por qué no intentaste publicar tu poesía?
-La publicación de mi primer libro de poesía fue por un lado muy emocionante, pero también tuvo muchas cosas incómodas. El trato con el editor fue muy feo... No me acuerdo quién fue, pero era un editor que no quiso poner su sello. Yo tenía el dinero que me había dado el Fondo Nacional de las Artes para publicar el libro y se lo di a una editorial muy conocida que como no quiso poner su sello editorial inventamos una editorial inexistente: Ediciones Pro. Eso fue un golpe duro para mí. Que tardara un año en publicar el libro, después de que yo se lo había pagado, fue otro golpe. El premio me obligaba a publicar mil ejemplares, pero mil ejemplares es muchísimo para un libro de poesía. En un viaje que hice, mi mamá los liquidó. Me dejó 50 y liquidó los demás. En ese momento me pareció terrible. Después le agradecí mucho, porque, ¿para qué quería semejante cantidad de libros?
-¿Qué significa que los liquidó? ¿Los vendió?
-No los vendió, los tiró por el incinerador. En esa época todavía había incinerador... Hizo bien. Yo era muy chica y no sabía que la poesía no se vende. Mi mamá, que era muy activa, me dijo: “si no lo llevan a las librerías, tenés que llevarlo vos”. Entonces con mis libritos bajo el brazo iba a hablar a las librerías y en las librerías me decían que no lo podían tener ni siquiera en consignación porque tenerlo en consignación es un gasto, así que no me lo aceptaban. Hubo una distribuidora, Tres Américas, que me compró 30 ejemplares, fue una emoción tremenda. Pero eso fue todo. El librero Héctor Yánover (Librería Norte), que era amigo de la familia, a quien yo quería mucho, aceptó tener algunos libros. Después empecé a participar en lecturas y encuentros del octavo círculo de la poesía, gente muy activa que escribía muy mal. Y yo, que no era una gran poeta pero era una buena lectora, me daba cuenta de que se formaban como sociedades de elogios mutuos.
-¿Eras la más joven entre esos poetas muy activos?
-Sí, era como la mascotita. Habían salido muchos comentarios del libro en donde decían que yo era una niña de 16 años... y yo que creía haber hecho un aporte a la poesía universal resulta que me tomaban por niña prodigio. Y hubo una historia clave que terminó por apartarme de la poesía, por lo menos de la intención de publicar poesía, que fue una conferencia de un escritor que alguna vez después lo vi mencionado por Borges en algunos de esos textos aleatorios, que se llamaba (Alfredo) Brandán Caraffa, que se comunicó conmigo y me anunció que iba a dar una conferencia sobre “las tres Anas en la literatura argentina”, y una era yo. Cuando empezó la conferencia, este hombre dijo que “estando presentes las tres Anas de la poesía argentina, hay presente una cuarta Ana, que es la anatomía”... Eso para mí fue el fin de la poesía (risas). Al mismo tiempo que fue fantástico poder publicar mi primer libro, que tuvo una faja de honor de la SADE al año siguiente, todo estaba relacionado con mi corta edad y eso para mí fue feo.
-¿El microrrelato es como la poesía por otros medios, la manera que encontrás de escribir poesía?
-Sí, algunos de mis microrrelatos tienen relación con la poesía. Seguí escribiendo poesía por un tiempo, tengo poemas escritos entre los 20 y los 30 años que están inéditos.
El escalón de los poetas
-¿Te animarías a publicar esos poemas de juventud?
-Puedo publicarlos, sí, pero no pienso hacerlo porque es poco orgánico, no me parece que constituyan un libro. Me siento disminuida y no me corresponde entrar en el escalón de los poetas porque no soy buena lectora de poesía; esa es la realidad. En aquella época, cuando empecé, hasta los veintipico leía poesía. Y hubo un momento, creo que fue con (T.S) Eliot y con Ezra Pound, que tuve que aceptar que no entendía nada de lo que estaba leyendo. Eran bellas imágenes que no entendía y dejé de leer poesía. Y yo creo que uno no puede aspirar a un género que no lee. Rechazo siempre la posibilidad de ser jurado en concursos de poesía porque como leo poca poesía yo no puedo saber si algo está plagiado, a qué corriente pertenece, si está haciendo algo que ya se hizo veinte veces o es de una extrema originalidad. Cuando uno lee poco de un género, es mejor no intentar publicar en ese género.
-¿Cómo es tu búsqueda para la brevedad? ¿el haiku sale de una tirada y después lo despojás y lo acomodás? ¿O ya lo tenés que pensar desde la propia condensación?
-Yo lo pienso desde la propia condensación. No son resúmenes, como no es un resumen el microrrelato; nacen breves y con su ritmo incorporado.
-¿Lo metaliterario es un recurso al que apelás en la escritura o el haiku también, como muchas veces pasa en la literatura, remite a la propia construcción del haiku?
-Sí, hay haikus que se refieren al haiku. Yo creo que de los poetas que trabajaron el haiku en español el que más se acerca al sentido del haiku es (José Juan) Tablada, que tiene esa magia de ver en la naturaleza las pequeñas escenas que transmite.
Textuales que no sobran
El crisantemo
¿está desnudo al sol?
¿o está llorando?
***
Cuerpo que fui
en el que ahora vivo,
encadenada.
***
El mar entero
morirá con mis ojos.
Qué breve mundo.
***
Ay de ese árbol
de ciudad. Responsable
de todo el verde.
***
Somos ingenuos
turistas de la vida
en este mundo.
***
La calle suda
y el verano se ríe
incandescente.
***
El pobre cielo
se abre paso a codazos
entre los techos.
***
Odio la lluvia
indiferente y fría
porque me ignora.
***
Mientras camino
veo una fuente seca:
la de mis versos
***
No hace verano
la pobre golondrina
pero se esfuerza.
***
El grillo canta
exquisito en la noche.
Quiero matarlo.
***
¿Dónde está el haiku?
Al pie del arco iris,
cavando hondo.
*Textos incluidos en el libro "No son haikus".