Urge liberar a la crueldad de la idea de naturaleza, de una supuesta naturaleza humana, y ubicarla como condición, una común y llana condición. Nada es del orden de la naturaleza en cuanto a lo humano, o muy pocas, poquísimas cosas lo son. Hayas nacido hace siglos u hoy o dentro de diez años, en cualquier parte de este globo de tierra que a veces parece camino al exterminio y la desintegración, hay algunas marcas de nacimiento, universales, que definen nuestra condición de humanos: seres cuyas existencias tendrán que ser un forzoso e interminable trabajo de lectura a destiempo. Estamos en condiciones de pensarnos, de pensar nuestras múltiples afectaciones y determinaciones, mucho después de nacer, siempre mientras vivimos o recién después, y nunca podremos hacerlo solos. Nadie se humaniza solo, la única manera de hacerlo es en ese espacio de localización imprecisa que llamamos “lo común”. 

Sobre ese fondo de condición humana instalado en el destiempo y la dependencia, lo común es el tejido y la materia que nos recibe y nos implanta en la tierra. Nuestra condición, nuestro punto de partida como cachorros humanos, nos asemeja e iguala. Nuestras decisiones y nuestras coyunturas o circunstancias desigualadas nos diferencian.

Lo común es decisivo no solo para poder convivir con otros, también lo es para llegar a ser algo así como eso que nombramos “uno mismo”. En síntesis, no es la crueldad lo propio de nuestra supuesta naturaleza, ni es una esencia, tampoco es una excepción ni una monstruosidad ni locura. No es inmutable y no es un destino. La crueldad es una potencia singular propia de las mujeres y los hombres comunes, y uno de los modos de conformar el espacio de lo común. Ahora bien, hay tiempos históricos donde eso se exacerba. Estos son tiempos de crueldad expandida y devenida en modo de organización de los lazos, hoy la crueldad es una forma predominante de lazo social. Digo que es una forma de enlazarnos porque la crueldad no es únicamente la violencia organizada para hacer padecer o para exterminar a otros con complacencia, sino porque es también un modo de erigir valores e ideales que regulan nuestros lazos: la insensibilidad, la indolencia, el humor particular que hace uso de lo cruel y lo expande. La anestesia y naturalización con la que podemos convivir diariamente con hechos e injusticias absolutamente insoportables.

Urge recomponer lo común, porque es parte de cualquier tarea política que nos propongamos, es parte de cualquier batalla que damos y que podremos dar para combatir al fascismo, que posee dos brazos: el terror y la crueldad. La crueldad como elemento subjetivo es parte de la condición humana y su resolución tomará un modo singular en cada vida. Ahora bien, la crueldad como forma de organización social propia de un determinado sistema es una “racionalidad”, que durante el siglo XX se consolidó gracias al progreso técnico-científico. No es locura, no es excepción ni es coyuntural, es eje programado y diseñado para llevar adelante un determinado plan. 

Lo común precisamente no es lo que tenemos “en común”. Lo común en su potencia igualitaria es lo que horroriza a los amantes de la superioridad y supremacía en cualquiera de sus versiones. El semejante no es el “parecido a uno” ni el que tiene cosas en común con uno. La condición humana es la que nos asemeja, la condición que nos pone en igualdad respecto del trabajo de resolver las batallas afectivas que nos habitan, entre ellas, la batalla contra las crueldades nuestras, nuestras potenciales crueldades, bien humanas. Nos asemeja también el hecho de que vivir, existir, es hacerlo con otros, dependiendo de otros, y con otros que a su vez dependen de uno. Lo que nos asemeja es lo no comparable, lo no unificable, las enormísimas e interminables diferencias que nos constituyen.

Estamos acostumbrados a pensar lo deshumanizante en términos de violencia ejercida. No es solamente eso. Toda lectura capaz de volvernos pasivos y espectadores de la crueldad también es deshumanizante. Lo común no es un paraíso perdido ni una tierra prometida, su realidad no es genética o biológica, tampoco está dada por privilegios ni ofrendas, lo común se trabaja y se conquista, no es un punto de partida.

La crueldad es una forma específica de construir un cierto lazo social y una particular educación sentimental, la que nos propone sentir menos, y sentir poco, y gestionarlo, lo más individualizadamente posible. Fingir demencia y amnesia son enunciados que lo expresan, se trata de educarnos afectivamente para la indolencia y la anestesia. La crueldad es la organización deshistorizante de la violencia frente a lo que puede perturbar un orden dado, y es la organización que la auto-legitima y naturaliza.

Ana Laura García escribe que Fernand Deligny supo trabajar con aquellos que la sociedad descarta. Deligny dice que el que trabaja en lo social trabaja en el detrimento, palabra que según el diccionario fue reemplazada por “detritus”. Los detritos me vienen llamando la atención desde hace algún tiempo, cuando encontré esa palabra en un libro de Elena Ferrante, y aluden al sedimento de descomposiciones que pueden referir a cuerpos humanos o territorios, a fuentes orgánicas. Participan de la descomposición y recomposición de nuevos relieves, o de la piel nueva, cuando una herida o trauma, cicatriza. Lo "leo" como un lugar donde interior y exterior rearman sus intercambios. Me interesa mucho subrayar la potencia del “desecho”. Una pregunta que podemos hacernos es cómo lo "minoritario" será capaz de volverse otra cosa.

Entonces, detritos es un modo de anudarse de lo nuevo y de lo viejo. Son elementos heterogéneos, residuos desgastados y al mismo tiempo fundamentales para una recomposición. Los detritos son un modo en que la materia cuenta su propia historia. Elena Ferrante, lo toma para pensar lo que ocurre con la escritura, y con esa materia viva con la que creamos historias. En suma, a ella y a nosotros nos interesa la potencia del desecho como fuente y fábrica de material inédito. Del mismo modo ocurre con los sueños, esos elementos que los psicoanalistas escuchamos y que forman parte de la vida humana singular y colectiva, los sueños son precisamente lo más común y humanizante que tenemos, ya sea que hablemos de personas o de pueblos y comunidades. Los sueños no existirían sin desechos, restos, y son un enormísimo modo de convertirlos en presente y futuro. Vaya paradoja, soñar es también un modo de contar con un pasado, un modo de escribir la memoria del pasado. 

Los detritos son desgastados desechos pero también tienen potencia de resistencia y de futuro, son minoritarios pero pueden llegar a ser núcleo de insolentes reagrupamientos, capaces de metamorfosis radicales. Capaces de sobreponer frente al exterminio, la vida.