El 21 de enero pasado emprendí en este mismo espacio, el primer intento de escribir sobre Milei. Lo calificaba de “frustrado” en alusión a los “Seis intentos frustrados de escribir sobre Arlt” de Oscar Masotta. Vaya entonces, a seis meses de su presidencia este “Segundo intento” (frustrado) de escribir sobre Javier Milei.

En un prólogo a Bartleby de Herman Melville, Jorge Luis Borges comenta que el símbolo de la ballena en Moby Dick es, en su opinión, algo más que una sugerencia acerca de la maldad del universo. Cree Borges que es algo aún más aterrador: la ballena sugiere la vastedad, la inhumanidad, la bestial o enigmática estupidez del universo. Luego, ya adentrado en la historia de “Bartleby”, el célebre escribiente agresivo pasivo que “se niega tenazmente a la acción” y revoluciona la oficina bajo la consigna pseudo anarquista de “Preferiría no hacerlo”, Borges caracteriza la actitud del personaje como la de un “cándido nihilismo”. Pero agrega una frase genial –frase suya y a la vez apócrifa cita de Melville- que nos lleva a un punto de reflexión, diría yo, cándidamente estremecedor: “Es como si Melville hubiera escrito: ‘Basta que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo’. La historia universal abunda en confirmaciones de ese temor”.

Estoy prácticamente convencido de que con su habitual pereza política –absolutamente, paradójicamente incompatible con su laboriosa vitalidad literaria- de haber conocido a Milei, Borges habría despachado el asunto caracterizándolo de dictadorzuelo demagogo a la manera de Mussolini, Hitler y obviamente el Coronel Perón, porque en la política no le interesaban los contenidos sino las formas. Lo que no quita que, a través de pensar la locura literaria y filosófica (es decir, pre psicológica) haya dado en el clavo.

No es que Milei esté loco o no (o que eso sea lo decisivo en la coyuntura) sino que hace seis meses está actuando de manera irracional y, por tanto, los que lo rodean están siendo irracionales (¿la casta?) y el universo (la Argentina, por el momento) se ha vuelto enteramente irracional.

Actualmente se manejan términos como “psicotizar” o “sociópata” para caracterizar las andanzas de un loco con poder. Pero me gusta ese universo caballeresco de Borges y sus precursores donde todavía se dice “baste que” o “tengo para mí” y no se juzga una esencia o rasgo decisivo sino una actitud, una conducta, una advertencia acerca del destino incierto: usted quizás no está loco, pero está actuando de forma irracional.

Si hasta aquí hablamos del monomaníaco capitán Ahab, tan lúcido como irascible y del blando psicopatón de Bartleby, podemos completar el cuadro literario con un relato de la “familia Melville”, es decir, el “Wakefield” de Nathaniel Hawthorne: la historia de un hombre que no se sabe muy bien por qué abandona hogar y esposa por veinte años pero para irse a vivir en la cuadra siguiente desde donde contempló o vigiló hogar y esposa todos los días de esos años y un día volvió como si nada y se convirtió en el Paria del Universo, según señala el narrador. Como se ve, las similitudes entre Wakefield y Bartleby son notables y también hay algunos rasgos diferenciados. El escribiente es un obstinado, una vaca sagrada tirada en el camino, un indolente que va capturando la ¿irracional? simpatía de quienes lo rodean, incluido el narrador de la historia. Wakefield tiene un paroxismo de acción compulsiva, maníaca (como perseguir una ballena blanca por los mares del mundo o sacar pasajes aéreos a las tres de la mañana) que lo lleva a trastocar su vida de un día para el otro, pero después se vuelve lánguido, opaco, mimosón y autocompasivo (“¡Wakefield! ¡Wakefield! ¡Estás loco!”, llega a exclamar apasionadamente).

Obviamente, y para cerrar el capítulo literario, se trata de personajes muy alegóricos que trazan parábolas en el aire y no de presidentes o líderes que toman acciones u omisiones a diario. Pero, y de nuevo Borges: un solo pensamiento irracional puede volver irracional al universo entero. Fin.

¿Quiero decir con esto que hay que empezar a analizar a Milei y decidir si se trata a) del capitán Ahab, b) de Bartleby, c) de Wakefield? Apelo nuevamente a mi negación y mi frustración tomada de Oscar Masotta y empiezo a replegar mis velas. ¿Estoy siendo irónico, snob y borgeano cuando hay niños con hambre y alimentos sin repartir? Trato de no serlo ni de victimizarme, pero la verdad es que sigo ofendido. No con Milei (no lo sé, no sé todavía que siento por ti, Javier) sino con la sociedad extenuada que le dio cobijo.

Para no convertir este segundo intento en algo totalmente frustrado, planteo la posibilidad de volver a Borges y postular una modesta inversión de su lúcida intuición entre la locura individual y la indiferencia del mundo:

Baste que sea irracional el universo por un tiempo quizás irreversible, quizás no, para que cada uno de nosotros, los que seguimos deambulando por este universo argentino sin saber muy bien por qué ni para qué, lo sea, y así, se vuelva irracional a un solo hombre, el elegido, el delegado.

¡Oh! Milei! ¡Oh Humanidad!