Es media mañana en Nashville y, al otro lado de la pantalla, Caleb Followill me pasea por su oficina, señalándome una estatuilla dorada de los premios, fotos enmarcadas y los libros que ha leído recientemente: Crimen y castigo, El arte de la guerra, El viejo y el mar; John Grisham, Dan Brown, Truman Capote. Explica cómo cada objeto contribuyó de algún modo al nuevo álbum de Kings of Leon. "Y podría ir canción por canción y señalarlas", dice. "Todo aquí es como un rompecabezas".

Can We Please Have Fun es el noveno álbum de la banda que Followill, sus hermanos Nathan y Jared, y su primo Matthew, formaron en Nashville en 1999. También es el más íntimo desde hace tiempo, agobiado por el sentimentalismo de los objetos, por la pérdida de su madre y por la nueva libertad que encontraron al escribir canciones sin sello discográfico. "Era como nuestro pequeño proyecto secreto", dice. "Se trataba simplemente de hacer algo de lo que estuviéramos orgullosos y que nos hiciera felices".

Es un disco que también recupera parte de la esencia de los primeros discos de Kings of Leon: Youth & Young Manhood, de 2003, y Aha Shake Heartbreak, de 2004, cuando la banda era la principal representante sureña de un renacimiento del rock'n'roll estadounidense que floreció en las costas británicas en los años '90. Eso fue antes de que publicaran "Sex on Fire", que alcanzó el número 1 en el Reino Unido en 2008, permaneciendo 127 semanas en la lista (ahora lleva camino de alcanzar los mil quinientos millones de streams en Spotify), y su continuación "Use Somebody", que también se convirtió en número fijo de las listas durante los dos años siguientes.

Followill atribuye el regreso a sus raíces al productor del álbum, Kid Harpoon. El grupo se puso en contacto con el productor -famoso por su trabajo con artistas pop de la talla de Harry Styles, Maggie Rogers y Miley Cyrus- porque "en nuestra mente, algunas de las canciones que estábamos escribiendo tenían el potencial de traspasar fronteras", cuenta Followill. Para sorpresa de la banda, Kid Harpoon habló de sus primeros álbumes como piedras angulares musicales.

A Followill le llamó la atención. "Escuchar tu música antigua es como si tuvieras un contestador automático en el teléfono, y oís tu voz y pensás 'ahhhh así no es como sueno, ¿verdad?". Pero bajo la mirada de su nuevo productor, la banda volvió a considerar su enfoque inicial, para ver que quizás en los años transcurridos habían perdido un poco de garra. "Así que encontró la manera de devolver algo de suciedad a nuestra música".

Como muchos grupos que buscan el éxito, Followill admite que a veces su banda estaba tan desesperada por gustar que cayeron en la "composición a pedido". En un esfuerzo por ganarse al público, dice, probaban nuevos enfoques, momentos que podrían ser inaudibles para muchos, pero que él podía oír claramente. "Y entonces te das cuenta de que esto no tiene que funcionar así", asegura. "Tenés que escribir algo que signifique algo para vos, algo que salga de tu corazón, algo que sólo vos tenés. Y cuando lo aprovechás, creás algo hermoso para vos y eso es lo que suele atraer a la gente". Can We Please Have Fun supone el regreso de Followill a la composición exclusivamente para sí mismo y su banda. "En este disco puedo decir egoístamente que no pensé en nadie", explica.

En aquellos primeros días, mientras el público británico se desmayaba, Estados Unidos permanecía resueltamente impasible. Hace una pausa y se corrige. "Me parece que le estoy dando demasiada importancia a Estados Unidos", dice. "No era Estados Unidos quien no lo entendía, era Nashville quien no lo entendía".

Sobre aquella época escribió en el reciente single "Mustang", recordando los días en que Nathan y él se habían trasladado a Nashville a finales de los '90 con la firme convicción de que podían triunfar como compositores. Escribieron lo que, según él mismo admite, eran "unas canciones de mierda", y empezaron a promocionarlas por Music Row, sede de las principales editoriales y sellos discográficos. "Íbamos a llamar a las puertas, y alguna pobre secretaria nos abría la puerta y empezábamos a cantar, y la mayoría nos cerraba la puerta en las narices", recuerda. "Pero al final alguien dejó la puerta abierta y conseguimos un contrato editorial". Aun así, el tipo de éxito en la música country con el que soñaban se les escapaba. "Faith Hill no cantaba nuestras canciones", recuerda. "Tim McGraw no quería ninguna de ellas".

"Así que acabamos teniendo que dejar esta ciudad e irnos a Nueva York, y todo el mundo nos abrió la puerta y todo el mundo nos ofreció un contrato discográfico", continúa. "Y volvimos a Nashville en plan '¡Ya se los enseñamos!". Nashville permaneció imperturbable. Incluso hoy, reconoce, anhela la aprobación de su ciudad natal más que ninguna otra, y aún así parece eludírsele. "Voy a un restaurante y entra un cantante de country sin mucho talento, con su sombrero y sus pantalones ajustados, y hace que todo el mundo de vuelta la cabeza", cuenta, y su voz no es amarga sino curiosa. "No es que lo busque necesariamente, pero nadie se fija en mí cuando entro en una habitación. ¿Qué tengo que hacer?". Admite que está cambiando. "Tenemos el récord del concierto más grande de la historia de Nashville", admite. "Y estamos en el Salón de la Fama de Nashville. Pero nos llevó un tiempo".

Lo que les hizo seguir adelante fue la obstinada creencia que les inculcó su madre, Betty-Ann, fallecida en 2021. Followill habla hoy de ella con gran ternura. "Sé que todas las madres creen en sus hijos, pero ella creía en nosotros mucho más de lo que uno debería creer en sus hijos", dice. Esa fe compensaba muchas carencias de su educación como hijos de un predicador itinerante en el Sur profundo.

"No teníamos dinero", recuerda. "Mucha gente está mucho peor que nosotros, pero nos íbamos a la cama con hambre y nos avergonzaba la ropa que llevábamos de niños. Pero mientras todo eso ocurría, nuestra madre seguía diciéndonos: 'Chicos, ustedes saben que van a ser muy especiales. Van a hacer algo grande'. No sé si se lo creía del todo, pero sé que iba a hacer que nos lo creyéramos".

Cuando el éxito llegó para la banda, su madre lo lució con orgullo. "Tenía una patente que decía 'Bajo la influencia de Kings of Leon'", ríe Followill. Y cuando sus hijos se peleaban de vez en cuando, como suelen hacer las estrellas del rock, era su madre la que los volvía a poner en su lugar. "En cuanto nos peleábamos, ella se dirigía a nosotros como hermanos y nos decía: 'Muy bien, cálmense'", cuenta. "Siempre nos devolvía a lo que éramos: no nos peleábamos por nuestros papeles en la banda sino por algo que no nos habíamos quitado de encima cuando teníamos 8 años. Ella siempre nos recordaba quiénes éramos y lo loca que es esta oportunidad, y que no la estropeáramos como hace tanta gente".

El nuevo álbum no trata necesariamente de Betty-Ann, dice Followill, pero en muchos aspectos está inspirado en ella. "Quería hacer un disco del que ella se sintiera orgullosa. Y pensé en ella en todo momento. Creo que todos lo hacíamos. Cuando ocurría algo genial, nos mirábamos unos a otros y decíamos 'uy, esto le encantaría'". El álbum está dedicado a ella.

Una de las lecciones más importantes que Followill cree que le enseñó su madre es: "No tenés que tenerlo todo para conseguirlo todo. Podés empezar con muy poco y llegar muy lejos si trabajás duro". Me pregunto si sus propios hijos, con la modelo estadounidense Lily Aldridge, entenderán esta lección o recurrirán al privilegio del éxito de sus padres. Sonríe. "¿Niños de nepotismo?", dice. "No, no voy a darles una mierda a mis hijos. Tienen que conseguirla por sí mismos".

Si buscás la diplomática presencia de Betty-Ann en Can We Please Have Fun, puede que te encuentres con "Nothing to Do", una especie de canción protesta que arremete contra la cultura de Internet y los ciclos de noticias basados en el miedo que sólo sirven para polarizar a las sociedades. "Se nos cruzaron los cables y ahora no hablamos", cita Followill la letra. "Es algo que nos ha pasado a muchos, sobre todo aquí en Estados Unidos", afirma. "La política separa a mucha gente. Vivimos en una época en la que no hay 10 bandos, hay dos bandos en este país. Y yo siempre he pensado: ¿cómo podés dejar que la política o la religión separen a tu familia? ¿Cómo podés poner tanta fe en un político al punto de darle la espalda a tu hermano? Se necesitan el uno al otro".

A lo largo de los años, Followill ha intentado no meterse demasiado en el debate, sobre todo como residente de un tenso estado sureño. Pero tal vez como resultado de haberle quitado algo de lustre a la banda, de haber recuperado "algo de lo sucio", o simplemente por saber que Estados Unidos se encuentra en pleno año electoral, hoy habla con franqueza, aunque en términos generales. Tal vez por miedo a alienar al público, no menciona directamente a Trump ni a Biden ni al gobernador de Tennessee, Bill Lee, ni ninguno de los temas específicos que podrían preocupar a los votantes -aborto, inmigración, política exterior-, sino más bien una sensación general de que esta es una nación que, como podría haber percibido Betty-Ann, todavía necesita sacar de su sistema algo de hace mucho tiempo.

"Esta gente en la que ponés tu fe ciega no tiene que ver con el amor", dice. "Tiene que ver con números. Y control. Y poder". Entonces se ablanda y se controla un poco. "Normalmente intento no ser demasiado político", dice avergonzado. "Pero cuanto más viejo me hago, más político me vuelvo. Son cosas que pasan".

The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.