Las titánicas y desconcertantes improvisaciones eran la marca de fábrica de Frank Zappa. La huella esquiva y contundente que el compositor, guitarrista y cantante estadounidense dejó en la historia del rock, desde sus lateralidades. Desde ese universo sonoro tan difícil de asir, de subordinar a clasificaciones estéticas. Quedó claro aquello, ya a partir de sus primeros discos con The Mothers of Invention, durante el segundo lustro de la década del '60 (el señero Freak Out!, Absolutely Free, o el neoyorkino antihippie We're Only in It for the Money, entre ellos), cruzados ya de eclecticismo, ironía y experimento. Se puede apelar a ellos para volver sobre el joven Zappa y sus circunstancias. O bien ponerlos en pausa y virar hacia un todo en mismo abrigo. Porque – hete aquí la novedad- acaba de publicarse entero Whisky a Go Go, extraordinario material grabado en vivo durante casi cinco horas esparcidas en tres sets, en julio de 1968, que permanecía en su mayor parte inédito.
La edición, remezclada a partir de transferencias digitales de alta resolución, incluye tres discos compactos, o cinco vinilos con cuatro caras y media de música -la última es una serigrafía-, y una película que, además de la performance musical, muestra a los freaks de Zappa colmando el Sunset Boulevard, secuencias del debut de The GTOs (la banda telonera), y la presencia entre el público de John Mayall y Alice Cooper. La edición incluye además fotos inéditas, una alfombrilla para tocadiscos y escritos de Joe Travers, Joe Geesin y Pamela Des Barres -corista aquella noche sin igual- además de una entrevista que Ahmet Zappa, hijo de Frank y productor del material junto a Travers, le realizó a Cooper.
Un poco tarde y póstumamente –Zappa se fue en diciembre del '93- pero se acaba de cumplir al cabo el viejo sueño del músico, que había encarado la larga jornada, justamente con la idea de disco en vivo clavada en el cerebro. “The Mothers of Invention te invitan cordialmente a unirte a ellos el martes 23 de julio de 1968, cuando tomarán el Whisky a Go Go durante cinco horas de jolgorio sin precedentes, que se grabará en secreto para un próximo álbum”, había dicho en los días previos.
Lo que de inmediato emerge al sumergirse en la escucha del disco, es que las raras sincronizaciones –como el autodidacta de Baltimore llamaba a sus innovaciones- se combinan con llamativos arreglos vocales, maneras poco exploradas de hacer jazz, ruidismo y esos cambios fragosos de ritmo en un mismo tema, marca registrada de sus formas. Las piezas en total son 32, pero ya ubicando oídos en torno a los cuatro episodios de las extensas y percusivas improvisaciones de nombre “Whisky”, las dos partes de “King Kong” y de “The Duke”, la cosa rumbea hacia puerto de buen lunático. De avezado freak.
Luego, sí, aparecen piezas monolíticas solo por el nombre. Porque “My Boyfriend's Back” puede ser un inocente tanto un pop para adolescentes, como una ironía inextricable. Porque en “Tiny Sick Tears Jam” la base rítmica (el bajo de Roy Estrada, más la batería de Jimmy Carl Black) combinan perfecto con el saxo de “Motorhead” Sherwood, tanto en la joda como en la circunspección. Porque en “Help I'm Rock”, nunca se entiende –y es lo que se busca- si lo que suena es blues, psicodelia, jazz, o todo eso junto. O nada.
En fin, mundo Zappa. Mundo felizmente irresoluble.