Sueño:

Regreso a la noche débil como un candil, la noche quinqué, la preciosa llama erguida como una columna, símbolo de la dignidad de los templos profanos. Yo, es decir, quien esto ha soñado, ha revestido las columnas del Café con madera, porque todo lo que está hecho de madera es cierto y noble, y le ha agregado espejos, cuadrados mágicos que devuelven los rostros de unos cuantos poetas (Macedonio, Tuñón, Oliva) y de otros tantos sabios jugadores, maestros de las carambolas cuánticas (Capablanca, Piglia, Riestra).

He regresado a un Café con billares, y en mi sueño, me reciben los que nunca perdieron la lozanía, los que están allí para siempre, los habituales invictos en el arte de hacer la noche.

Teoría del desengaño

El mundo es un lugar donde no entra la Literatura. Este es el penoso axioma de la teoría. Por más que se esfuerce el escritor de la mixtura, el que piensa, siente y juzga al mundo de acuerdo a los procedimientos literarios, el alquimista natural que se empeña en transmutar lo real en ficciones, lo prosaico en poema, y las relaciones humanas en amor. Por más esfuerzos, digo, que haga para llevar el día a la palabra, las cosas a las letras y por llenar las horas con el tiempo narrativo -desde el flujo de conciencia hasta el diálogo perfecto- el mundo se resiste a reducirse al epigrama. Tiene una vida propia y es una pobre vida, llena de intereses y mezquindades, conflictos y decisiones basadas en la desconfianza esencial por la palabra.

Demasiadas dosis de mundo producen desengaño y tristeza. No es el Poeta quien gobierna el mundo, ya lo sabemos. El gran Dictador de la Razón le confirió la marca de hierro para exonerarlo de la ciudad. Desde los tiempos de Platón a la fecha, el poeta es sospechoso de erosionar el universo real con la banalidad del ritmo, de rellenarlo con “mentiras innobles”. Y, como todos los hombres son poetas que pueden transformar la realidad y acomodarla sensitivamente a sus mejores expresiones, a la sensibilidad y a la ética, la poesía es peligrosa y revolucionaria.

Por eso es menester exiliarla del mundo, llevarla la periferia, confinarla a una isla perdida donde penan unos cuantos procesados por el Logos. Es razonable todo, es razonable y también olvidable. De esa forma, el desengaño nos devuelve a los tumbos al mundo. Como recién salidos de un sueño paciente y sereno, quedamos congelados en él, deseando nunca habernos despertado.

Una cita de una cita o el arte de la sustitución creativa

Hacer juegos de equilibrista sobre el abismo, todavía escribir, es procurar ensanchar el sentido. Me encuentro con una cita en un libro de Vila-Matas, justamente el artista de la cita y de los sentidos diferentes, que, a su vez, se encuentra con unas palabras de Ulrich Plass que lee las posibilidades de Kafka, el gran exiliado del mundo (y cuando dice “posibilidades” se me ocurre que estamos hablando de lo mismo: unos cuantos desengañados hablamos de lo mismo, y eso es, sin más, la literatura).

Dice la doble cita: “es factible ver la biografía de Kafka como un experimento que puede resumirse en una pregunta formulada a modo de quiasmo: ¿puedo vivir mi vida de tal forma que cada una de las experiencias vividas se transformará en escritura, y puedo escribir de tal forma que toda mi escritura tendrá un impacto experimental transformativo en cómo vivo?”

En esta pregunta reversible se juega el desengaño. Hoy, la soledad y el retiro de las referencias nos confunden. Si Kafka es el modelo de un péndulo entre realidad y ficción, más cerca  -pero lamentablemente ya ido también a los exilios, casi “envejecido” como dicen por allí- Cortázar nos sigue interpelando sobre las “posibilidades” y el “desengaño”. Como ha escrito Carlos Skliar: qué seremos, ¿cronopios o famas?

La mujer bifronte

En ese Café del sueño lleno de viejos fantasmas, donde nadie me reprocha la ausencia, mi propio exilio, mi errancia dolosa a través del mundo real, encontré a una mujer. Yo, es decir (otra vez) quien esto ha soñado, construí ese personaje femenino con alguna expectativa (la expectativa es un peligro porque hace borde con el desengaño), producto de un conocimiento anterior que sería imposible explicar sin dislocar el tiempo de los sueños y el de este relato. Entonces, en la noche resurgida como la vieja llama del quinqué, con el juego a disposición y con los jugadores, los amigos que ya no están presentes de este lado de la vida, el sueño fue a darse como destino.

Como suele hacerlo, el destino escondía el efecto principal entre los bastidores del decorado: era esa mujer, la que esperaba en mitad del bar, de la noche y del aire temblando alrededor de la llama.

Me encaminé hasta su mesa. Desde mi posición, reconocí su perfil joven y hermoso, pero en un movimiento involuntario que tampoco puede explicarse desde un afuera- adentro, con los límites del espacio en los sueños, ella dejó a la vista el otro perfil, que, ajado y transido de sombra, envejecido y triste –vivido- me pareció la causa cruel de todo desengaño. Pura fatalidad, donde todo ese jolgorio de Café se derrumbaba, como era de esperar, porque los sueños siempre terminan, lo mismo que la vida, de una manera abrupta.

Otra vez acá

En la contemplación de la mujer bifronte se deshizo mi sueño. Ya despierto, con las imágenes tibias que la máquina de la vigilia procuraba retener, me dispuse a enfrentar otra vez el día, el mundo de las cosas seguras, el lugar sin relatos, pura razón, puro logos, puras líneas asequibles de tiempo sin misterio.

Quedan de esos restos, la afirmación de la teoría del desengaño y su negación. Es decir, algo tan antiguo y pasado de moda como la dialéctica que, de algún modo, fuerza la resistencia que impulsa esta escritura bajo la luz de una vela real.

¿Será posible que la literatura -el texto- nos salve del desengaño?