El viaje de Shuna es un libro con muchas facetas. La más obvia pasa por su autor: es un relato de Hayao Miyazaki que estuvo décadas sin ser traducido y que sólo recientemente llegó a occidente. En las librerías argentinas el título publicado por Salamandra Graphic lleva apenas unos meses. El viaje de Shuna es “casi” una historieta. En términos de la cultura gráfica japonesa, lo que hizo Miyazaki aquí no es un manga, sino más bien un “emonogatari”, un tipo de relato ilustrado, aunque para este lado del mundo el relato habita una suerte de frontera entre ambos lenguajes, con rastros de secuencias aquí y allá, pero a la vez usando de forma muy poco habitual las cajas de texto. La discusión formal, sin embargo, quedará para otros textos. Aquí vale decir mejor que es una historia que vale la pena leer.
El relato está basado en una leyenda tibetana que Miyazaki amaba, que adaptó modificando varias partes significativas (la edición de Salamandra Graphic incluye un posfacio muy interesante al respecto) y que bien puede leerse como una variante oriental del mito de Prometeo. Si en la mitología griega el titán protector de la humanidad robaba el fuego a los dioses, en El viaje de Shuna un joven príncipe busca mejores condiciones de vida para su pueblo (y las encuentra, claro, en una suerte de jardín prohibido de las divinidades).
A partir de esto, varias cosas que vale la pena decir sobre el libro. La primera es rápidamente identificable: es gráficamente bello y el estilo de Miyazaki, conocido en todo el mundo gracias a sus películas, es claramente distinguible en estas páginas. La acuarela, que tantas satisfacciones dio a sus espectadores, aquí se erige cual estandarte.
Por otro lado, es interesante notar que la versión original de El viaje de Shuna se publicó en Japón al mismo tiempo que su autor desarrollaba la adaptación a la pantalla grande de Nausicaa, que a la postre le daría su primer gran éxito fílmico. De esa contemporaneidad salen varias coincidencias, que quedarán para los fans. Pero más importante aún, de este material, producido mientras Miyazaki aún no era una gran estrella, se advierte que ya estaban presentes sus preocupaciones centrales, incluso si algunas aún estaban en desarrollo o algo veladas. La voz autoral de Miyazaki es tan clara en los pasos de Shuna como en los de Chihiro, Ponyo, Satsuki o Mei.
La tensión entre naturaleza y desarrollo, la compasión, la importancia de las bases culturales, la explotación de los seres humanos, tan presentes en muchos de sus relatos audiovisuales, son en este libro fundamentales para el desarrollo de la trama. Nuevamente: el posfacio ofrece una detallada mirada comparativa con la historia tibetana original, pero también vale la comparación con Prometeo. En principio, porque en esas diferencias se realzan los valores de Miyazaki. Si el fuego que se roba Prometeo para ofrecerlo a los mortales es una representación de la industria, lo que busca Shuna son semillas, y semillas capaces de germinar, viables para ser plantadas.
Lo que pide Miyazaki en este relato (spoileando lo mínimo indispensable) no es la búsqueda de una sociedad industrial, sino el regreso a una sociedad capaz de cultivar su propia comida, que no entregue su tiempo y sus cuerpos para obtener subproductos que vienen de afuera y que, en definitiva, someten su humanidad. Como contrapartida, la salida natural tanto para el éxito de Shuna en su misión como para superar el castigo que sufre por su éxito, pasa justamente por la capacidad para construir vínculos, por la empatía y la entrega al cuidado del prójimo. En ese sentido, al igual que toda su filmografía, El viaje de Shuna es un relato profundamente humanista.
Finalmente, y más allá de que los estudiosos de la obra de Miyazaki podrán afanarse en buscar coincidencias y “semillas” de su obra posterior en este libro, no deja de ser significativo que es un libro que jamás se adaptó al cine y que, a la vez, resulta difícil poner en la misma estantería que la obra de Miyazaki como mangaka. Pero como en todo su trabajo, la lectura resulta reconfortante: como si en sus páginas hubiera una pequeña clave para encontrarnos con una mejor humanidad.