En la gigantografía que ocupa una de las paredes de la galería Vasari se ve a Maria Simon (Tucumán, 1922 – Buenos Aires 2009) plácidamente exultante en su taller. En Juegos de cajas, con curaduría de Hugo Petruschansky, sus piezas escultóricas en bronce rutilante y acero y sus tapices con plumas de Japón dan cuenta del porqué de esa expresión de satisfacción. Su obra es singular, de extrema sutileza y, al tiempo, de una contundente potencia.
Le fascinaban las cajas, ese objeto que conjuga los más diversos misterios y yuxtaposición de ideas. Ese austero objeto de cartón que deviene en sus manos elegante pieza de bronce, acero o resina o que, de su fin meramente utilitario y banal, se transforma en inolvidable abstracción o estructura para cobijar la nada misma. Sus cajas se despliegan en el espacio, se abren o, como las de su primera época, contienen elementos simples que –gracias a su arte alquímico—se vuelven deslumbrantes.
Hay en su serie coronas cajas, hombres cajas, y un universo abstracto que se amplía de modo paradojal y que evidencia, como sostiene Petruschansky en su texto, que Simon “desafió, como Lola Mora, la aplastante hegemonía de la representación realista”.
Marina Pellegrini y Lauren Bate, directoras de Vasari, hicieron un trabajo exhaustivo para recuperar el legado de Simon que incluyó un libro bilingüe (que se vende en la galería), la muestra y restauración de varias piezas, tarea que demandó más dos años. El resultado está a la vista y pone en valor el maravilloso legado de la artista, reconocida en Europa, principalmente en Francia donde vivió más de tres décadas, pero olvidada en nuestras pampas.
Cuando, antes de la pandemia, a Pellegrini le mostraron el conjunto de obras de Simon quedó fascinada. Sin dudarlo, decidió que era necesario ponerlas en valor. Había grabados (Simon fue una eximia grabadora también), textiles, obras con plumas, piezas escultóricas. En Europa sus piezas figuran en museos y espacios púbicos. Con el trabajo realizado, el esfuerzo de las galeristas de Vasari dio sus frutos cuando en la última edición de arteba, Eduardo Costantini compró obra suya.
“Tomo la caja de cartón como un módulo y la desarrollo buscando distintas construcciones. En general, la caja es una cosa que contiene otra. Para mí toma una vida propia en la que encierro mis reacciones y mis emociones. Empleo la caja más simple como símbolo de todo lo que el hombre abandona después de haber usado, y trato de salvar lo esencial, el espíritu humano”, escribió la artista en sus memorias. Para ella la caja era “ley y misterio; un templo o una catedral”. Y hasta llegó a afirmar que tenía la sensación de estar dando a luz dentro de ellas al darles forma.
Perteneciente a una familia acomodada, dueña de ingenios azucareros, Simon estudió escultura con Jean Labourette, discípulo de Antoine Bourdelle, y con Líbero Badii. “No es fácil que te tomen en serio como artista cuando sos mujer y venís de la aristocracia”, sostiene Teresa Anchorena en el escrito de María Gainza sobre la artista que integra el magnífico libro bilingüe de 276 páginas y tapas de cartón tornasolado y texturado (un close up de una pieza en bronce de la artista). Publicado para la exhibición, el libro contiene textos de Marcelo Pacheco, Pierre Restany, Marta Traba y un conjunto de escritos de la propia artista (que ya mayor desplegó por iniciativa de su psiquiatra).
Bella, Simon capturó la mirada de los hombres: tuvo amantes, de los que comprendió que “podría obtener lo que quisiera”, y amores poderosos. “Tuve la triste fortuna de casarme siendo todavía muy joven. Sentí que había sido traicionada. ¿cómo me repuse? El médico del pueblo sorprendió mi mirada y se puso a mirarme. Las aventuras empezaron a ejercer sobre mí una fascinación”, confesó esta mujer libre que, además, decidió que su nombre y apellido se escribiera así, sin acentos.
“Tenía una extraña performance –cuenta en el texto de Gainza, Anchorena, quien llevó adelante una muestra de la artista en el Museo Nacional de Bellas Artes— siempre después de cenar, se subía a la mesa, se acostaba de espaldas y, en medias red, shorts negros y antifaz, hacía su bailecito de piernas: una marca registrada. Pero fuera de esos gestos excéntricos, Maria tenía un gusto estricto, era refinada sin ser pretenciosa”.
En las fotos que integran el libro se la ve con Francis Bacon, Marc Chagall, Sonia Delaunay, entre muchos otros. Fue muy amiga de Rómulo Macció, para quien Simon creaba “con originalidad no vista y conjugando la cultura europea con la precolombina”.
En 1963, gracias a una beca del British Council comenzó una nueva vida, dejando aquí a su hija de 17 años. Tras ganar el premio Bracque, en 1966, se mudó a París, donde se casó en segundas nupcias con el crítico de arte Jacques Lassaigne, quien dirigió el Museo de Arte Moderno de París.
Hizo grabados, dibujos, tapices y esculturas en bronce y aluminio. Realizó monumentos públicos en Dijon, Joigny y en Santa Cruz de Tenerife. En 1966 participó del Premio Nacional Instituto Di Tella. En 1974, fue la única mujer en exponer junto con Cruz Diez, Le Parc, Paternosto, Soto y Tomasello, en la galería Denise René de Madrid. Ganó el Premio Internacional de Escultura en la XIII Bienal de San Pablo (1975). Ya en 1981, la Academia Europea de Bellas Artes le otorgó la medalla de bronce.
Señala Gainza en su texto que Simon en uno de sus viajes a Europa compartió la mesa en el barco con Bioy Casares y con Silvina Ocampo. Además, la mujer de Chirac le enviaba un auto con chofer para que la llevara a votar. Simon encontró su camino en el arte. Contaba que el sentimiento de soledad desaparecía al hacer un monumento. “La escultura –sostuvo— es para mí la necesidad de explorar las fronteras de lo irreal y darles forma.”
Tenía una certeza: “Indudablemente poseo en mí la raíz de la angustia que toca al corazón de la vida. Esa angustia a veces se traduce en la claridad material de un sentimiento, en la riqueza de las palabras, en el descubrir que la voluntad puede crear imágenes como si la vida se incendiara a preguntas”.
Juego de cajas se puede ver en Vasari, Esmeralda 1357, de lunes a viernes de 11 a 19, hasta el 30 de agosto. Gratis.