Entre el fin del mundo y una historia de ciencia ficción la incertidumbre se cuenta en los cuerpos. El hueco en el pecho de ella (en un acertado vestuario de Beto Romano), el desconcierto de él frente a esa primera instancia que recuerda al cuento Ante la ley de Franz Kafka.

No saben si quieren salir o entrar a un mundo despedazado, a ese Cráter del título que es la señal de la explosión. En esta obra de Leticia Mazur y Gianluca Zonzini el espacio tiene una fuerza dramatúrgica determinante. La luz de Matías Sendón sugiere cierto abismo como si ellos fueran los primeros o los últimos sobre la tierra. Ante lo desconocido, frente a esa excepcionalidad imantada en sus gestos, ellos responden como seres enviados al espacio. 

Estamos en un mundo donde la sombra parece diferenciarse del cuerpo, desdoblarse, donde los humanos, tal vez, dejen de serlo y vuelvan a la forma animal. La mutación está allí expresada en ese cráneo animal que se ponen y se sacan como el accesorio de un ritual extraño. Los cuerpos entran en una danza y la palabra es poética y está un poco rota, como ensayando el lenguaje de nuevo.

Cuando no hay nada, cuando las personas tienen que vérselas con una naturaleza violenta que los deja sin identidad y sin historia lo que queda es la repetición. Cráter tiene esa fisonomía kafkiana donde la indecisión, la impotencia de los personajes se jugaba en una trama social. Aquí el entorno es inhóspito, desconocido, lo que existe es una situación inmanejable. Es allí donde los intérpretes encuentran condiciones de expresividad que obligan al cuerpo a narrar desde formas que le posibiliten entender, asumir o resolver lo inmensurable de ese espacio entendiendo también que el cuerpo ya no les pertenece del todo, que ha sido tomado por la anomalía de una nueva gravedad.

Toda la estructura de Cráter sugiere un espíritu aleatorio, la situación se desarrolla como si no hubiera un plan y la trama sucediera más allá de su voluntad y ellos respondieron a una fuerza que, de algún modo, invocan. Esa disposición de los personajes a lo inmanejable del suceso del que forman parte le da a los cuerpos una condición desligada de lo humano como si la escena les permitiera inventar criaturas nuevas. La obra habla de un mundo en estado de colapso y propicia asociaciones con ese diagnóstico de desastre ecológico, de fin del mundo como algo que ya tuvo lugar que plantean varios filósofos.

Los objetos están desligados de su contexto y parecen señalar su valor simbólico. La llave enorme tiene esa referencia de un elemento traído de otro tiempo. Lo mismo sucede con la música de Jorge Crowe que construye un estado como una narración reververante, que es un elemento ligado a las acciones pero por momentos viene a marcar una instancia coreográfica. Ese deseo de tirarse en lo más profundo de ese hueco sugiere el riesgo de comenzar de nuevo como si se extirpa la humanidad entera y fuera necesario nacer otra vez.

Cráter se presenta los sábados a las 20 en Espacio Callejón.